Ángel Saldomando
La, ahora
puede decirse, larga fase temporal de gobiernos progresistas en América Latina,
con reelecciones triunfantes en Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Venezuela,
son explicadas como un desplazamiento mayor hacia políticas anti neo liberales
o post neo liberales. Algunos describen esta situación como el triunfo de los
progresismos contra una ultraizquierda impotente, abstracta y lejos de los
intereses del pueblo, y contra una derecha neoliberal internacionalizada. El
argumento se transmuta en una suerte de legitimación de lo que hay, con una
defensa cerrada de los gobiernos progresistas y sus liderazgos en tanto
presidencias, vengan los que vengan. Con ello el argumento es sin duda reductor
y limitado.
América latina
estaba tan mal con el neoliberalismo que las políticas que enderezaron el
barco, recomponiendo el empleo, las políticas sociales, el relance de la
reducción de la pobreza y la presencia pública en la economía fueron saludadas
socialmente y políticamente en las urnas. Con ello el vaso quedó medio lleno.
Unos 15 años después la sostenibilidad de estas políticas, la dependencia de
los recursos naturales y una integración regional que cojea y la ausencia de un
modelo de desarrollo distinto, muestra la parte vacía del vaso. De todos los
presidentes el más franco en este sentido, sin retórica vanguardista, ha sido
Mujica al reconocer que hicieron lo que pudieron con lo que tenían. Un
pragmatismo bien entendido y en la buena dirección para mejorar la vida de la
gente.
La cuestión es
que ahora se sienten los límites de esa fase y la exigencia de innovar se hace más
presente. La reciente reunión de Unasur en Quito lo reconoce a su manera, la
necesidad de dar un salto hacia una etapa de crecimiento que reduzca la
dependencia de recursos naturales, industrialice y dote de
infraestructura. El discurso
desarrollista reconecta con la tradición más establecida en el pensamiento progresista
de la región y de paso legítima las políticas nacionales con el objetivo
finalista del progreso. La cuestión es que esta reedición de pensamiento no
busca determinar el contenido, la selectividad y los impactos del buscado
crecimiento. Es una suma lineal de inversiones y comercio en volumen que
producirá desarrollo.
Detrás de este
objetivo aparecen procesos y políticas que sólo aparecen progresistas por una
suerte de bendición auto conferida del gobierno que enarbola esa bandera, de
ser planteadas por una gobierno de derecha serían quizá calificadas por ellos
mismos de neoliberales.
Hay que
formular algunas preguntas.
¿Cuál es la
política en relación a los recursos naturales?
¿Cuál es la
intensidad capitalista del crecimiento proyectado o cómo puede desarrollarse
una economía con diversas formas de propiedad, en que el mercado tiene su
lugar, pero no es el eje de una modernización capitalista y dónde debe haber
más bien sectores vedados al capital y sobre todo al transnacional,
particularmente en servicios públicos y control territorial?.
¿Para qué queremos
Unasur, el Mercosur y el Banco Sur? ¿Para financiar que tipo de crecimiento y
desarrollo? ¿Cuál sería la diferencia en este caso entre la derecha y la
izquierda? ¿Sólo la redistribución?
Las preguntas
no son banales. En materia de recursos naturales no se ve nada nuevo, siguen
aumentando las concesiones, el control territorial, la presencia de
transnacionales y los métodos intensivos insostenibles. Las privatizaciones y los
servicios públicos siguen siendo un mercado abierto, dónde además el estado no
logra regular en todos los casos. La integración regional aparece cada vez más
como una mera plataforma para posicionar en el comercio internacional, donde
Brasil lleva el juego y todos buscan como engancharse con China como
alternativa comercial.
Las consideraciones pragmáticas adquieren en
esto todo su peso, lo malo es que se presente como progresos sustantivos, allí
donde hay más bien mera adaptación y poco debate.
Esto tampoco
es menor. En su último informe sobre economía y cambio climático la Cepal
contradictoriamente con sus informes en otras áreas, afirma que el patrón de
producción y consumo no es viable, el actual estilo de desarrollo es
insostenible dice expresamente (página 11).
No se ve a los
progresistas muy preocupados del problema. No hay mucha apertura para discutir
ni el desarrollo ni la integración regional en un marco con parámetros
distintos. El hiper presidencialismo discursivo y mesiánico de algunos tapa el
sol con un dedo pero no aporta nada.
A la hora de
las respuestas el progresismo neo desarrollista y el nuevo pragmatismo de la
izquierda latinoamericana, bastante domesticado, ha echado mano al arsenal
clásico, las diferencias de escala y recursos de los países permiten acomodarse
más o menos con el relato, pero no reduce el problema.
Que los
gobiernos por razones políticas no asuman el debate es comprensible, que los
que tengan que abrirlo no lo hagan es inaceptable. El pensamiento crítico se
vuelve apologético o una lucha de retaguardia, justo cuando es más necesario.
No parece haber espacio para pensar en procesos cuyas escalas,
sostenibilidad e impactos sean otros que la acumulación intensiva en el marco
de la globalización. Unasur puede ser un espacio para la integración pero no
para cualquier tipo de integración, los criterios sobre esto no parecen estar
muy claros. El riesgo es que un economicismo reductor, envuelto en una retórica
de autonomía y fraternidad regional, encubra decisiones y procesos obsoletos
sobre el desarrollo, en vez de replantear paradigmas y buscar vías de
innovación y sostenibilidad. Unasur necesita abrirse más a los debates que
cruzan sus propias sociedades y a la investigación, temperar el híper presidencialismo que
exhibe, lo que podría convertirla en un cascarón burocrático, determinado por
el capital, justamente al estilo de la Unión Europea.
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