En 2005 en la conferencia de Mar del Plata realizada
en Argentina, América Latina rechazó las bases del ALCA como proyecto de
integración comercial liderado por Estados Unidos. El consenso de Washington inició su retroceso, con ello se planteó un reposicionamiento de
la región. En el campo de las políticas económicas y sociales esto fue
explicito. Se trataba de relanzar un
modelo social más inclusivo y redistributivo, con regulación estatal,
recuperación de sectores estratégicos como los recursos naturales y aumentar la
participación o el control sobre la renta que produce.
Con ello se abrió un espacio para diseñar un
proyecto de integración regional en sintonía con ese modelo y con las
expectativas políticas de gobiernos asimilados al progresismo. De allí se
reforzó el Mercosur, luego se creó Unasur,
el Banco Sur, el Alba un año antes, como un regionalismo de nuevo tipo
que busca la integración regional para potenciar el desarrollo, disminuir su
dependencia y mejorar la posición internacional en materia de autonomía
política, negociaciones comerciales y relaciones geopolíticas. Si bien los
Estados Unidos conservan poder y zonas de influencias se ha abierto una brecha
grande, sus empresas transnacionales se reposicionaron en el mapa global y
América latina pasó a ser un tercio promedio de casi todo, importaciones,
exportaciones e inversiones, con México como socio mayor. En coincidencia con
esta situación, la demanda de productos primarios china y la necesidad de
ampliar relaciones de Rusia, generó un espacio de relaciones nuevas para la
región.
China en su nuevo papel de potencia mundial, tanto
en las exportaciones como en las importaciones, generó mercados y un creciente
interés de gobiernos y grupos empresariales latino americanos. Mientras que la
relación con Rusia muy marcada por la guerra fría se ha ido transformando en
una apertura política. Basta ver las ferias empresariales organizadas por ambos
países y las melosas invitaciones hechas a gobiernos latinoamericanos.
Algunos datos ilustran este proceso. Las
exportaciones Chinas representaron 8.2 mil millones de dólares en el año 2000,
57.1 en 2009 y saltaron a 125 mil millones de dólares en 2013. Por su parte las
importaciones representaron 6.7 en el año 2000, 64.4 en 2009 y 133 mil millones
de dólares en 2013. Los principales países vinculados con esta dinámica, son
Brasil, Chile, Perú, México, Argentina, Colombia, Uruguay y ahora Nicaragua con
el discutido proyecto de canal transoceánico. Por el lado ruso el comercio
bilateral llegó a 16 mil millones en 2013, el doble de hace 10 años.
En perspectiva las cosas se ven sólo al incremento,
China aprobó en 2013 con el BID, fuera del comercio bilateral con la región,
2.000 millones de dólares para proyectos de 3 a 6 años, le ha otorgado un swap
de 800 millones a argentina, le vende trenes incluido un proyecto de tren de
gran velocidad en México y otros contratos, como el del citado canal
interoceánico en Nicaragua entre otros, además de la compra anticipada de
materias primas.
Rusia prevé 10.000 millones de dólares en contratos,
considera la región como prioritaria,
recupera su relación con Cuba pero su socio principal es ahora Brasil y se
propone activamente en sectores de proyectos energéticos (petróleo, gas,
energía nuclear), tecnología y venta de armas. Parece entonces que el panorama
ha cambiando bastante en la última década. América Latina parece haber salido
de la sombra de Big Brother para encontrar un hada madrina que impulsa el
crecimiento, trae dinero fresco y le da continuidad en el tiempo, las estimaciones
sugieren que la demanda china por lo menos se mantendrá con altos y bajos hasta
2020.
En relación a esto hay opiniones divergentes, dado
que las relaciones tienen implicaciones no sólo económicas, también políticas y
sociales en sentido amplio. Por limitaciones de espacio es imposible abordar
todos los temas que incluye este debate pero se pueden identificar varios
temas, cada una con sus énfasis, que abordan las relaciones de la región con
sus nuevos socios.
Una de las principales características consideradas
en el debate sobre las relaciones de la región se refiere a al contenido
político de estas. En un sentido negativo se destaca que las relaciones con
Estados Unidos se han caracterizado por una alta condicionalidad política, una
exigencia de alineamiento y un régimen preferencial en lo económico. Las relaciones Con China y Rusia se
caracterizarían por la no interferencia, la ausencia de condicionalidad y un
pragmatismo en las relaciones económicas.
Sin embargo, este contraste obedece más bien a que Estados
Unidos siempre ha mantenido una fuerte intención hegemónica, mientras que China
y Rusia trabajan con la necesidad de explotar zonas de intercambio e influencia
a distancia, en el marco de un multilateralismo. La cuestión es si este tipo de
relaciones se dan en un marco en que se respetan derechos humanos, sociales,
ambientales y colaboran con un desarrollo económico equilibrado, justo e
inclusivo. Por ahora la evidencia es que ello depende de los marcos nacionales
que cada uno tenga, pero ni China ni Rusia parecen preocuparse si el marco de
derechos es débil o inexistente y tampoco parece preocuparles la solidez del
estado con el que se relacionan.
El pragmatismo y la no interferencia pueden convivir
entonces, siempre por medio de alianzas con medios locales, con situaciones aceptables o por el contrario
adaptarse a regímenes de todo tipo,
niveles de corrupción exacerbados
o a situaciones de violencia que pueden llegar a involucrar las
condiciones de explotación de los recursos naturales.
Otro aspecto que prima en el debate es si estas
relaciones constituyen una oportunidad o si configuran amenazas y por que no
decirlo, una involución de las expectativas progresistas y de integración de
nuevo tipo en la región.
Sin duda que
los resultados inmediatos abonan en el sentido de la oportunidad, crecimiento,
divisas frescas, inversión en proyectos. Queda por verificar quienes se
benefician y si ello abre efectivamente una complementariedad que refuerce la
región en vez de crear una nueva dependencia. Y la preocupación tiene
fundamentos, América latina exporta productos primarios no transformados y a
cambio se inunda de productos chinos. Con ello se refuerza la dependencia y el
modelo primario exportador, dominante en el siglo 19 parte del 20 y restaurado
por el neoliberalismo. La región caería así en la trampa no sólo de la
dependencia de productos primarios sino que además, cargaría con el peso de su
sobre explotación, los impactos ambientales y sociales sin tener a cambio mayor
sostenibilidad social y ambiental. China ha demostrado en su propio territorio
y en África que esa es la característica que acompañan sus proyectos, en
algunos casos convertidos en verdaderos estados dentro del estado de acogida.
La cuestión de fondo es que cualquier relación
internacional depende de cual es el modelo de sociedad de cada una de las
partes y en el caso de una región, de cual es y que tan fuerte es el proyecto
colectivo que anima su integración. Hay
que reconocer entonces que América latina y en particular su proyecto de
integración, no posee en toda su profundidad y fortaleza un modelo
socioeconómico inclusivo y sostenible. Existen políticas públicas y tendencias
en ese sentido; pero las brechas aun son muy grandes y los grupos de interés
enquistados en una relación de intermediación rentista más que productiva e
inclusiva son fuertes. De hecho la relación con los nuevos socios ha generado
una adaptación de intereses locales, también muy pragmática. Hay una disputa por quien se relaciona mejor
con los nuevos contratos, se generan fortunas por servicios de intermediación y
lobby, se abren espacios para la corrupción y se relajan controles y
regulaciones de los derechos, de las comunidades y los territorios.
Bajo el
discurso de la oportunidad del desarrollo algunos ceden a nuevas dependencias
de una varita mágica que resuelva nuestros problemas, en vez de reforzar o
buscar modelos propios sostenibles en el marco de una relación que sin duda es
y será asimétrica. Hay señales aquí y allá pero dista de configurar una
estrategia de conjunto y un proyecto compartido. Basta observar las diferencias que hay entre
países en materia de regulación y capacidad publica para aplicarla. El hada madrina puede pisar entonces tan
fuerte como nuestro conocido Big Brother, geopolítica más o menos.
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