COMO (RE) PENSAR NUESTRO PENSAMIENTO CRITICO (I)

Posted by Nuestra publicación: on domingo, octubre 05, 2014


                                                                                                                                   Juan Varela Reyes (*)

                                                           “Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan clases
                                                                  Y antagonismos de clases, las evoluciones sociales dejarán
                                                                          De ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento
                                                                    Llegue, en vísperas de toda reorganización general de la
                                                                            Sociedad, la última palabra de la Ciencia Social será
                                                                         Siempre: el combate o la muerte, la lucha sangrienta o
                                                                       La nada: así está planteado inexorablemente el dilema”
                                                                              (C. Marx. “Miseria de la Filosofía”)

El escenario:
Puede parecer un contrasentido que en momentos en que un sector de nuestra sociedad se encuentra ocupado discutiendo sobre ciertas reformas que, supuestamente, irán en la línea de mejoras estructurales de algunos de los graves problemas que incomodan a la gran mayoría de los chilenos, emerja la preocupación por el pensamiento crítico, vale decir, a las formas teóricas de como es que nos aproximamos, desde una mirada distinta, a lo que está ocurriendo en este presente y al devenir social, político, cultural, que es, en últimas, la preocupación legítima de pensar algo; porque siempre que pensamos, actuamos y estamos conscientes, es de algo y por algo.
Sin embargo, creemos, que es justamente porque dichas reformas se nos aparecen como sin sentido – salvo para aquellos grupos que durante las últimas décadas han sido los que han hecho suyos todos los privilegios de un modelo entronizado y mantenido a su talla – es que se hace necesario reflexionar sobre el estado en que nos encontramos respecto de una forma de ver la situación desde una perspectiva distinta, respondiendo a expectativas también distintas.
Como lo que estamos reflexionando se inscribe en un escenario determinado, es conveniente entregar algunos comentarios  sobre ciertos aspectos que están presente en la discusión que por estos días cruza el quehacer político y social, cuyo sentido es ubicar de mejor forma nuestra reflexión.
En primer lugar, valga anotar brevemente, que desde los círculos del poder, las discusiones sobre las anunciadas reformas se han ido presentando relacionadas con otra situación: la “desaceleración” de la economía. Según nuestro parecer este fenómeno tiene como trasfondo una afirmación falsa: no es que esa situación de, valga el eufemismo de “crecimiento negativo”,  provoque una ausencia de ganancias  del capital, simplemente es que están ganando menos y esos efectos los hacen caer sobre los trabajadores, aumentando el desempleo, la inseguridad y la explotación. Lo que queda claro es que son las expectativas de ganancias las que merman y no precisamente éstas: “Todo parece indicar que la causa de la desaceleración no es de orden monetario, sino que proviene de un brusco deterioro en las expectativas de los empresarios y, crecientemente, de los consumidores” (“El Mercurio, 8 de Junio de 2014, “Pronunciada desaceleración”)
En segundo lugar, respecto a las ya dichas reformas, sólo afirmar por ahora, que ellas tienen como telón de fondo el viejo aforismo del “gatopardismo”, es decir, cambiar todo para que nada cambie, que todo siga exactamente igual. Basta para ello prestar atención a la oportunidad en que éstas han sido presentadas: se ha planteado que los cambios prioritarios son educación y tributos, dejando para el final los cambios que se reclaman como los de fondo, los constitucionales, sabiendo que aquellos cambios tienen un límite, una camisa de fuerza – la constitución – que hará inviables las maquilladas transformaciones que se hacen en esos dos niveles; aseverar, en este caso, que como el todo no es la mera suma de las partes; que el cambio a la totalidad no se logra tan sólo por la suma de las transformaciones menores, si es que no se resuelve aquella; a partir de ello aseverar, haciendo nuestra la  afirmación: “el que no quiere cambiar todo, no quiere cambiar nada” (Lenin).
Pero, una cosa es la oportunidad de las reformas, la otra es su contenido y, en este caso, la discusión sobre ellas está marcada por una ausencia manifiesta de una otra visión, de una visión crítica que dé cuenta de la significación que ellas tienen para el conjunto de los trabajadores del campo y la ciudad.
Hemos constatado, en ciertos espacios, el llamado que se hace a la “ciudadanía” a ser parte de las discusiones sobre las reformas, pero ello no pasa de ser un recurso mediático y que apunta a dotar de un cierto contenido falaz al concepto de ciudadanía.
Hablar de ciudadanía no es tan sólo hacer ciertas afirmaciones que aluden a un espacio: la ciudad, o a factores procedimentales, la participación electoral,  sino que desde una visión crítica implica hablar de ella como sujeto que tiene en cuenta “un conjunto de derechos y prerrogativas, así como la creación de canales adecuados de participación política que para ser efectivos y no ilusorios deben concretarse dentro de un marco legal e institucional provisto por el Estado” (Atilio Borón (2002) “Imperio – imperialismo” CLACSO, pág. 104)
Hablar de ciudadanía es hablar del poder, de relaciones de fuerza y de un Estado como aquel marco básico dentro del cual se sostiene un orden determinado.
Por tanto, no hay evidencia alguna que manifieste la presencia de otras visiones críticas no tan sólo en el caso de estas reformas, sino en el conjunto de la vida social y política de nuestra sociedad.
Creemos que ello se puede explicar por las transformaciones (por ponerlo de alguna forma) que se han producido en el pensamiento del campo popular (arrinconado, invisibilizado, pero paradojalmente vigente), con poca capacidad para entrar en esta discusión, que de todas formas y a pesar de todo, sabemos, por la historia, lo que ellas significan:
“En los años ochenta el neoliberalismo venció una batalla estratégica por el sentido de las palabras utilizadas en el habla cotidiana. En vastos territorios del globo la palabra “reforma” fue exitosamente utilizada para designar lo que cualquier análisis mínimamente riguroso no hubiera vacilado calificar de “contrarreforma”. Las mentadas “reformas” se materializaban en políticas tan poco reformistas como el desmantelamiento de la seguridad social, la reducción de las prestaciones sociales, los recortes en los presupuestos en salud, educación y vivienda y la legalización del control oligopólico de la economía” (Atilio Borón (2002) “Imperio – imperialismo” CLACSO, pág. 144)
Si las reformas tuvieran algún sentido, no es posible, entonces, hablar de ellas  sí es que los grandes problemas de nuestra sociedad siguen pensándose desde la lógica de los ganadores y éstas al final no serán otra cosa que un traje a la medida de éstos, mientras el conflicto social y de clase sigue presente.
La reflexión:
Afirmamos que tiene sentido el hacernos cargo de nuestro pensamiento, de las ideas, en suma de la ideología que nos mueve, ideología entendida como aquel conjunto de ideas y teorías con “las cuales una clase expresa sus intereses, sus fines y las normas de su actividad” (M. Markovic: “El Marx Contemporáneo” p. 135); algo que como planteamos anteriormente se presenta hoy día, arrinconado, invisibilizado, pero que dadas las circunstancias actuales y que hemos esbozado brevemente, cobra una vigencia importante.
 Las ideas, y por tanto  la ideología no existen en el aire ni en el vacío, siempre detrás de ella hay un proyecto en el que se materializan, una forma de pensar el hombre y sus relaciones sociales y también un sujeto que porta y hace suyo esas ideas; por eso, sujeto y proyecto aparecen intrínsecamente unidos, no es posible hablar del uno sin mencionar el otro. Desde esa afirmación es que nos preguntamos por el pensamiento crítico y sus posibilidades, por una forma distinta de ver los acontecimientos y actuar sobre ellos y no tan sólo actuar desde lo dado, desde lo permitido.
El sujeto colectivo que tenemos y consideramos como tal sigue siendo, a pesar de todo lo que se ha dicho y toda la tierra que se le tira encima, la izquierda revolucionaria. Aunque conviene hacer ciertas precisiones que se relacionan con esa instalada división, desintegración plantean los con más audacia, que ha servido a la tarea de invisibilizar el potencial a veces más latente que manifiesto de las ideas de transformación radical de las relaciones sociales. Es justamente esa latencia (esa esencia y no tanto la apariencia) la que nos mueve a hacernos cargo de la precisión sobre la izquierda revolucionaria.
El recorrido histórico de las ideas revolucionarias y de transformación social, después de toda el agua corrida bajo los puentes, ha venido a dar como resultado variadas confusiones que se expresan  en las actitudes y conductas de sujetos individuales que, en determinados periodos históricos abrazaron o al menos estuvieron al lado de un proyecto de cambio radical de la sociedad y que hoy, a lo mejor por una cuestión de fidelidad estratégica, han vuelto a sus orígenes. No nos cabe criticar su actitud, simplemente valoramos su honestidad al ponerse al fin al lado de sus intereses y es positivo que así sea, porque al fin de cuentas las añoranzas no sirven para abrir caminos.
La ideología neoliberal, momentáneamente triunfante, ha hecho el resto del  trabajo, ha posibilitado el caldo de cultivo para potenciar las confusiones: rasgaduras de vestiduras, vacilaciones, frívolos “progresismos” y también traiciones, que son actualmente forma de la feroz lucha de ideas  que se ha desplegado, aumentando aún más,  en algunos, la sensación de derrota en que por un buen tiempo transitaron nuestras experiencias, construidas desde la derrota, pero hacemos la salvedad, en todo caso dialéctica: no es lo mismo derrota que fracaso.
Abordaremos en la próxima reflexión los principales conceptos que según nuestro pensamiento son necesarios de precisar y que en una mirada más bien sumaria hay que considerar: La relación entre resistencia y alternativa; regulación – emancipación, o más precisamente: Estado – Mercado y Poder Popular.

Santiago, Octubre 3 de 2014