Juan Varela Reyes (*)
“Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan clases
Y
antagonismos de clases, las evoluciones sociales dejarán
De
ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento
Llegue,
en vísperas de toda reorganización general de la
Sociedad,
la última palabra de la Ciencia Social será
Siempre:
el combate o la muerte, la lucha sangrienta o
La
nada: así está planteado inexorablemente el dilema”
(C.
Marx. “Miseria de la Filosofía”)
El escenario:
Puede parecer un contrasentido
que en momentos en que un sector de nuestra sociedad se encuentra ocupado
discutiendo sobre ciertas reformas que, supuestamente, irán en la línea de
mejoras estructurales de algunos de los graves problemas que incomodan a la
gran mayoría de los chilenos, emerja la preocupación por el pensamiento
crítico, vale decir, a las formas teóricas de como es que nos aproximamos,
desde una mirada distinta, a lo que está ocurriendo en este presente y al
devenir social, político, cultural, que es, en últimas, la preocupación
legítima de pensar algo; porque siempre que pensamos, actuamos y estamos
conscientes, es de algo y por algo.
Sin embargo, creemos, que es
justamente porque dichas reformas se nos aparecen como sin sentido – salvo para
aquellos grupos que durante las últimas décadas han sido los que han hecho
suyos todos los privilegios de un modelo entronizado y mantenido a su talla – es
que se hace necesario reflexionar sobre el estado en que nos encontramos
respecto de una forma de ver la situación desde una perspectiva distinta,
respondiendo a expectativas también distintas.
Como lo que estamos reflexionando
se inscribe en un escenario determinado, es conveniente entregar algunos
comentarios sobre ciertos aspectos que
están presente en la discusión que por estos días cruza el quehacer político y
social, cuyo sentido es ubicar de mejor forma nuestra reflexión.
En primer lugar, valga anotar
brevemente, que desde los círculos del poder, las discusiones sobre las
anunciadas reformas se han ido presentando relacionadas con otra situación: la
“desaceleración” de la economía. Según nuestro parecer este fenómeno tiene como
trasfondo una afirmación falsa: no es que esa situación de, valga el eufemismo
de “crecimiento negativo”, provoque una
ausencia de ganancias del capital,
simplemente es que están ganando menos y esos efectos los hacen caer sobre los
trabajadores, aumentando el desempleo, la inseguridad y la explotación. Lo que
queda claro es que son las expectativas de ganancias las que merman y no
precisamente éstas: “Todo parece indicar que la causa de la desaceleración no es de orden
monetario, sino que proviene de un brusco deterioro en las expectativas de los
empresarios y, crecientemente, de los consumidores” (“El Mercurio, 8 de Junio
de 2014, “Pronunciada desaceleración”)
En segundo lugar, respecto a las
ya dichas reformas, sólo afirmar por ahora, que ellas tienen como telón de fondo
el viejo aforismo del “gatopardismo”, es decir, cambiar todo para que nada
cambie, que todo siga exactamente igual. Basta para ello prestar atención a la
oportunidad en que éstas han sido presentadas: se ha planteado que los cambios
prioritarios son educación y tributos, dejando para el final los cambios que se
reclaman como los de fondo, los constitucionales, sabiendo que aquellos cambios
tienen un límite, una camisa de fuerza – la constitución – que hará inviables
las maquilladas transformaciones que se hacen en esos dos niveles; aseverar, en
este caso, que como el todo no es la mera suma de las partes; que el cambio a
la totalidad no se logra tan sólo por la suma de las transformaciones menores,
si es que no se resuelve aquella; a partir de ello aseverar, haciendo nuestra
la afirmación: “el que no quiere cambiar todo,
no quiere cambiar nada” (Lenin).
Pero, una cosa es la oportunidad
de las reformas, la otra es su contenido y, en este caso, la discusión sobre
ellas está marcada por una ausencia manifiesta de una otra visión, de una
visión crítica que dé cuenta de la significación que ellas tienen para el
conjunto de los trabajadores del campo y la ciudad.
Hemos constatado, en ciertos
espacios, el llamado que se hace a la “ciudadanía” a ser parte de las discusiones
sobre las reformas, pero ello no pasa de ser un recurso mediático y que apunta
a dotar de un cierto contenido falaz al concepto de ciudadanía.
Hablar de ciudadanía no es tan
sólo hacer ciertas afirmaciones que aluden a un espacio: la ciudad, o a
factores procedimentales, la participación electoral, sino que desde una visión crítica implica
hablar de ella como sujeto que tiene en cuenta “un conjunto de derechos y
prerrogativas, así como la creación de canales adecuados de participación
política que para ser efectivos y no ilusorios deben concretarse dentro de un
marco legal e institucional provisto por el Estado” (Atilio
Borón (2002) “Imperio – imperialismo” CLACSO, pág. 104)
Hablar de ciudadanía es hablar
del poder, de relaciones de fuerza y de un Estado como aquel marco básico
dentro del cual se sostiene un orden determinado.
Por tanto, no hay evidencia
alguna que manifieste la presencia de otras visiones críticas no tan sólo en el
caso de estas reformas, sino en el conjunto de la vida social y política de
nuestra sociedad.
Creemos que ello se puede
explicar por las transformaciones (por ponerlo de alguna forma) que se han
producido en el pensamiento del campo popular (arrinconado, invisibilizado,
pero paradojalmente vigente), con poca capacidad para entrar en esta discusión,
que de todas formas y a pesar de todo, sabemos, por la historia, lo que ellas
significan:
“En los años ochenta el
neoliberalismo venció una batalla estratégica por el sentido de las palabras
utilizadas en el habla cotidiana. En vastos territorios del globo la palabra
“reforma” fue exitosamente utilizada para designar lo que cualquier análisis
mínimamente riguroso no hubiera vacilado calificar de “contrarreforma”. Las
mentadas “reformas” se materializaban en políticas tan poco reformistas como el
desmantelamiento de la seguridad social, la reducción de las prestaciones
sociales, los recortes en los presupuestos en salud, educación y vivienda y la
legalización del control oligopólico de la economía” (Atilio Borón (2002)
“Imperio – imperialismo” CLACSO, pág. 144)
Si las reformas tuvieran algún
sentido, no es posible, entonces, hablar de ellas sí es que los grandes problemas de nuestra
sociedad siguen pensándose desde la lógica de los ganadores y éstas al final no
serán otra cosa que un traje a la medida de éstos, mientras el conflicto social
y de clase sigue presente.
La reflexión:
Afirmamos que tiene sentido el
hacernos cargo de nuestro pensamiento, de las ideas, en suma de la ideología
que nos mueve, ideología entendida como aquel conjunto de ideas y teorías con “las
cuales una clase expresa sus intereses, sus fines y las normas de su actividad”
(M. Markovic: “El Marx Contemporáneo” p. 135); algo que como planteamos
anteriormente se presenta hoy día, arrinconado, invisibilizado, pero que dadas
las circunstancias actuales y que hemos esbozado brevemente, cobra una vigencia
importante.
Las ideas, y por tanto la ideología no existen en el aire ni en el
vacío, siempre detrás de ella hay un proyecto en el que se materializan, una
forma de pensar el hombre y sus relaciones sociales y también un sujeto que
porta y hace suyo esas ideas; por eso, sujeto y proyecto aparecen
intrínsecamente unidos, no es posible hablar del uno sin mencionar el otro. Desde
esa afirmación es que nos preguntamos por el pensamiento crítico y sus
posibilidades, por una forma distinta de ver los acontecimientos y actuar sobre
ellos y no tan sólo actuar desde lo dado, desde lo permitido.
El sujeto colectivo que tenemos y
consideramos como tal sigue siendo, a pesar de todo lo que se ha dicho y toda
la tierra que se le tira encima, la izquierda revolucionaria. Aunque conviene hacer
ciertas precisiones que se relacionan con esa instalada división,
desintegración plantean los con más audacia, que ha servido a la tarea de
invisibilizar el potencial a veces más latente que manifiesto de las ideas de
transformación radical de las relaciones sociales. Es justamente esa latencia
(esa esencia y no tanto la apariencia) la que nos mueve a hacernos cargo de la
precisión sobre la izquierda revolucionaria.
El recorrido histórico de las
ideas revolucionarias y de transformación social, después de toda el agua
corrida bajo los puentes, ha venido a dar como resultado variadas confusiones
que se expresan en las actitudes y
conductas de sujetos individuales que, en determinados periodos históricos
abrazaron o al menos estuvieron al lado de un proyecto de cambio radical de la
sociedad y que hoy, a lo mejor por una cuestión de fidelidad estratégica, han
vuelto a sus orígenes. No nos cabe criticar su actitud, simplemente valoramos
su honestidad al ponerse al fin al lado de sus intereses y es positivo que así
sea, porque al fin de cuentas las añoranzas no sirven para abrir caminos.
La ideología neoliberal,
momentáneamente triunfante, ha hecho el resto del trabajo, ha posibilitado el caldo de cultivo
para potenciar las confusiones: rasgaduras de vestiduras, vacilaciones,
frívolos “progresismos” y también traiciones, que son actualmente forma de la
feroz lucha de ideas que se ha
desplegado, aumentando aún más, en
algunos, la sensación de derrota en que por un buen tiempo transitaron nuestras
experiencias, construidas desde la derrota, pero hacemos la salvedad, en todo
caso dialéctica: no es lo mismo derrota que fracaso.
Abordaremos en la próxima
reflexión los principales conceptos que según nuestro pensamiento son
necesarios de precisar y que en una mirada más bien sumaria hay que considerar:
La relación entre resistencia y alternativa; regulación – emancipación, o más
precisamente: Estado – Mercado y Poder Popular.
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