La desaceleración de la economía chilena y sus repercusiones

Posted by Nuestra publicación: on viernes, julio 04, 2014


Sebastián Zarricueta Cabieses
Investigador Plataforma NEXOS
Las últimas cifras del Indicador Mensual de Actividad Económica (IMACEC) publicadas por el Banco Central vinieron a confirmar lo que desde hace un tiempo ya es un hecho: la desaceleración de la economía chilena. En efecto, en marzo este indicador mostró apenas una expansión de 2,8% con respecto a igual mes de 2013, situándose por debajo de las expectativas de los analistas de mercado que apostaban por un incremento de mayor cuantía.
Este registro constituye además uno de los más bajos para el período enero-marzo desde 2010, cuando la actividad productiva se vio severamente afectada por el terremoto del sur de Chile.
Independiente de los movimientos coyunturales de la economía, que bien pueden marcar un más u menos sin cambiar significativamente el fondo sobre el cual esta se desenvolverá durante los próximos años, lo relevante a tener en consideración para una caracterización del período –y sus eventuales repercusiones en lo político y social– es que el ciclo abierto por el explosivo aumento del precio de las materias primas en el mercado mundial iniciado en 2004 ha visto definitivamente su término. Este fin puede situarse entre los años 2012 y 2013, a partir de entonces nos encontramos transitando hacia un nuevo ciclo de la economía chilena.
Las distintas repercusiones que esto puede acarrear más allá de la esfera económica  no dejan de ser relevantes, especialmente cuando el actual gobierno se encuentra embarcado en la tarea de aggionar la institucionalidad político-económica con el fin de mantener a flote los “consensos básicos” que las clases dominantes han impuesto. Bien cabe recordar que la irrupción en 2006 del llamado movimiento social por la educación, liderado en ese entonces por los estudiantes secundarios, tenía como una de sus consignas centrales “El cobre por las nubes y la educación por el suelo”. Esta dejaba en evidencia las paradójicas distorsiones engendradas por los altos precios del cobre en una economía capitalista con importantes enclaves rentistas y conducida por una férrea disciplina fiscal de corte neoliberal, la cual impedía que los mayores ingresos derivados de la favorable situación se canalizaran hacia la satisfacción inmediata de sentidas necesidades de amplias franjas de la población trabajadora, tales como: salud, vivienda, previsión y –por supuesto– educación.
En relación a esto, la pregunta que aquí cabe formularse es qué ocurrirá en el futuro cuando con un margen de maniobra más estrecho el Estado y el gobierno de turno se enfrenten a un movimiento popular en vías de recomposición y con creciente capacidad de acción colectiva y autonomía, para el cual además la calle se presenta cada vez más como una opción legítima para exigir soluciones o simplemente para volcar su rabia y frustración ante las injusticias sociales. Así por ejemplo, ya hay voces que advierten que en un contexto de crecimiento ralentizado la recaudación fiscal sería menor a la proyectada originalmente por la reforma tributaria que impulsa el gobierno para financiar sus promesas de campaña.
Dadas las particulares características de la estructura económica y la configuración específica del capitalismo chileno, el ciclo de altos precios de las materias primas –y del cobre en particular– generó, entre otras cosas, una suerte de círculo “virtuoso” que combinó:
a. Un aumento sostenido de los salarios reales;
b. Crecientes grados de explotación de la fuerza de trabajo –ilustrados por una importante caída del componente salarial en el ingreso total de la economía–, que paradojalmente se dio en un contexto de pobres avances en los niveles de productividad;
c. Y una trayectoria en que la demanda interna se constituyó en uno de los componentes dinamizadores del crecimiento económico.
Fue entonces esta dinámica interna del patrón de acumulación que permitió sostener altas tasas de crecimiento, bajo desempleo, elevadas rentabilidades de ciertas fracciones del capital y una integración de amplios sectores de la población vía consumo y aumento del endeudamiento de los hogares. Esto último se ha dejado ver con particular fuerza por ejemplo en las compras de bienes de consumo importados, tales como artículos electrónicos y automóviles, y en el desempeño del negocio inmobiliario, con un explosivo aumento tanto de los precios como del número de unidades comercializadas de casas y departamentos.
Sobre el término del ciclo anterior, las perspectivas del nuevo escenario que se abre y la desaceleración, el economista Jorge Marshall comentaba:
«En el ciclo que termina, el crecimiento se originó en los mejores términos de intercambio y en la liquidez internacional, lo que permitió generar aumentos en el ingreso de los hogares, elevando la demanda interna en sectores clave como la construcción, el comercio y los servicios. Se logró así una retroalimentación positiva entre diferentes actividades productivas y el mercado del trabajo.
»Nada de esto estará presente en el escenario que se está desplegando en el país. Existe el riesgo de que la desaceleración sea más duradera, similar a la que se produjo entre 2001 y 2002. Por tanto, el crecimiento en los próximos años dependerá críticamente de la evolución de la inversión.» 
Como bien señala el ex ministro de Economía de Patricio Aylwin, la evolución de la inversión es crucial para la marcha de la economía, no solo en el corto plazo sino también para sus perspectivas de mediano y largo plazo. En efecto, el motor de una economía capitalista es en último término el proceso de acumulación, entendido este como la inversión en maquinaria, equipos, infraestructura e investigación que hacen los capitalistas con la perspectiva de obtener y ampliar sus ganancias. De este proceso dependen –y no al revés como generalmente se señala– el desempeño del resto de los ámbitos de la economía, tales como: el empleo y los salarios de los trabajadores, la demanda total de la economía, el movimiento de los precios, la evolución de la productividad, los ingresos fiscales, entre otras. Cuando las condiciones de valorización del capital se deterioran y las ganancias esperadas por los capitalistas disminuyen, las inversiones y el proceso de acumulación se detienen, impactando al resto de la economía.
En este sentido, resultan ilustrativas sobre el estado actual de la economía chilena y el curso que esta seguirá las últimas cifras de importaciones de bienes de capital dadas a conocer por el Banco Central. En los primeros cuatro meses de este año estas anotaron una caída de 21,4% respecto a igual período del año anterior. A un mayor nivel de detalle el reporte del Banco Central consigna caídas de 51,3% en las importaciones de maquinaria para minería y construcción; 19,6% en camiones y vehículos de carga; y 73,5% en otros vehículos de transporte.
Dadas las características de la economía chilena, con una marcada ausencia de una industria productora de bienes de capital, la inversión y el proceso de ampliación de la capacidad productiva toman necesariamente la forma de importación de maquinaria y equipos. De ahí que los datos anteriores revelan las causas de la actual desaceleración y permiten también aproximarse a cómo esta se desenvolverá.
En su último Informe de Política Monetaria el Banco Central constataba que en los últimos meses la economía había crecido menos de lo previsto, «diferencia que se hizo especialmente visible en los sectores ligados a la inversión» . Allí mismo consignaba que dentro de los componentes de la demanda que se desaceleraron y/o contrajeron, «la formación bruta de capital fijo presentó el mayor ajuste a la baja» . Todo esto llevó a la autoridad monetaria a situar las proyecciones de crecimiento de la inversión para 2014 en torno al 1%, siendo que en diciembre proyectaba una expansión del 4,1%. En tanto que para el PIB redujo sus estimaciones de crecimiento de un rango de 3,75 a 4,75% a uno de entre 3 y 4%.
Entre las causas más plausibles detrás de esta evolución aparecen la maduración del ciclo de inversión ligado a la minería y la postergación o suspensión definitiva de varios proyectos energéticos y mineros, así como también la depreciación del tipo de cambio que encarece los bienes de capital importados.
De este modo, estando el origen de la actual desaceleración de la economía chilena fundamentalmente en la caída de la inversión, la siguiente interrogante que se abre es saber cómo reaccionará durante los próximos años todo el edificio social –incluyendo el conflicto de clases– y la institucionalidad política chilena construida sobre la particular configuración y estado actual del capitalismo en Chile.
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NOTAS
1 Jorge Marshall: “El riesgo de una desaceleración prolongada”, El Mercurio, B14, 1/4/2014.
2 “Informe de Política Monetaria”, Banco Central de Chile, marzo 2014, p. 7.
3 Ibíd.