1890-1907: DE UNA HUELGA GENERAL A OTRA. CONTINUIDADES Y RUPTURAS DEL MOVIMIENTO POPULAR EN CHILE*

Posted by Nuestra publicación: on lunes, julio 29, 2013



Sergio Grez Toso**

Hemos escogido los años de 1890 y 1907 como puntos de observación de la evolución del movimiento popular en nuestro país durante la época del cambio de siglo y de la matanza de la escuela Santa María de Iquique, por tratarse de dos momentos de gran significado, dos hitos simbólicos de su historia. 
Nuestra ponencia intentará trazar una caracterización general del movimiento popular en ambos instantes, y entregar algunos elementos explicativos de su desarrollo entre esas fechas. 
El panorama que se proyectará no será tarapaqueño sino nacional (con el riesgo de etnocentrismo que ello implica), lo cual subraya su carácter general y la necesidad de contar con estudios monográficos que permitan avanzar en la construcción de una visión más rica y detallada que, dando cuenta de las diferencias regionales y locales, las integre en una perspectiva de conjunto nacional. 

EL MOVIMIENTO POPULAR HACIA 1890 
Hacia 1890, año de la primera huelga general en la historia de Chile -la “huelga grande” de Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso- el movimiento popular ya había iniciado un proceso de transición, que los acontecimientos de ese año pusieron de relieve. 2
Hasta entonces la columna vertebral del movimiento de los trabajadores había estado conformada por artesanos y obreros urbanos calificados. Los carpinteros, ebanistas, sastres, zapateros, cigarreros y tipógrafos constituyeron la vanguardia social popular. Sus reivindicaciones más persistentes fueron, a lo largo de todo el siglo: el proteccionismo a la “industria nacional” y la reforma o abolición del servicio militar en la Guardia Nacional, que pesaba exclusivamente sobre los trabajadores. Las organizaciones sociales en las que se aglutinaba este movimiento eran: las mutuales, cooperativas, sociedades filarmónicas de obreros, cajas de ahorro, escuelas de artesanos y otras que venían desarrollándose desde mediados de siglo, como expresión del proyecto de “regeneración del pueblo” preconizado por los igualitarios en 1850 y por las generaciones posteriores de militantes populares. Un ideario de progreso, ilustración, mejoramiento material, intelectual y moral de los trabajadores a través de la práctica del socorro mutuo, la educación, el ahorro, las diversiones sanas e ilustradas, era el elemento central del ethos colectivo del movimiento popular organizado. Y en el plano político, la adhesión inicial a los ideales del liberalismo había dado paulatinamente paso a una corriente sui generis de liberalismo popular, que progresivamente había tendido a distinguirse y luego a separarse del liberalismo de las elites dirigentes. La vía de las reformas graduales, que apuntaba a la transformación del 
régimen liberal en sistema democrático, aprovechando las libertades existentes para ponerlas al servicio de los intereses de los trabajadores, llevó a los militantes populares a romper con el liberalismo ”de frac y corbata” y a organizar en 1887 una representación política independiente: el Partido Democrático.

Pero este movimiento vivía, como hemos señalado, una etapa de transición. Desde comienzos de los años ochenta despuntaban una serie de elementos nuevos que estaban relacionados con el paso desde una economía tradicional, en muchos aspectos precapitalista, a la era del capitalismo industrial. Las huelgas y protestas en el norte salitrero y en los principales centros urbanos habían proliferado emergiendo con fuerza 
reivindicaciones típicamente obreras, como las relativas a salarios y condiciones de trabajo. 
Un reflejo en el plano organizativo de esta evolución del movimiento popular, desde una política de “cooperación” hacia una de confrontación, fue la afirmación de las funciones sindicales, esto es, reivindicativas, de las mutuales (especialmente en las de tipógrafos), y la aparición -desde los años setenta- de las primeras estructuras de índole protosindical, coordinaciones de huelga que actuaban junto o al lado de las sociedades de socorros mutuos, en los conflictos laborales. En el ámbito político, la corriente liberal popular evolucionaba decididamente hacia una mayor diferenciación con el liberalismo de las elites, 
primero, y luego hacia la ruptura, expresada, finalmente, en la fundación del Partido 
Democrático a fines de 1887.  3
La huelga general de 1890 fue un punto de quiebre, una fractura histórica de considerable magnitud en el seno del movimiento popular, a la vez que un hito simbólico que brinda un excelente punto de observación de los procesos que se encontraban en curso. 
La “huelga grande” de 1890 marcó -de manera sangrienta- la entrada en la escena social de la moderna clase obrera, en vías de formación en las explotaciones mineras, los puertos y la industria fabril. Esta huelga permite apreciar el creciente protagonismo de los mineros, trabajadores portuarios y obreros industriales, el papel de vanguardia que irían ocupando progresivamente desde esa época. 
Pero la sustitución de los liderazgos fue lenta, no sólo porque los antiguos sujetos  protagónicos no desertaron pura y simplemente de la lucha social sino, también, porque los  nuevos actores vivían una etapa transicional. La transformación del peonaje colonial en proletariado aun no había terminado y la persistencia de relaciones laborales con fuertes resabios precapitalistas (pago en fichas-salario, regalías, castigos físicos) y la mentalidad que ello engendraba, tanto en los patrones como en los trabajadores, son claros indicios de 
que la metamorfosis del peonaje en proletariado no había concluido. Cierta ambigüedad caracterizaría durante todo un período a la vanguardia emergente: el espontaneísmo, el “primitivismo” de sus protestas, los métodos premodernos de lucha persistirían durante algunos años (la huelga general de 1890 tuvo bastante de esto), pero el propio desarrollo del modo de producción capitalista, el avance de las ideologías de reforma y redención social en el seno de las clases laboriosas, y los esfuerzos conjugados de la elite y del Estado, aceleraron la mutación cultural de los trabajadores proletarizándolos, alejándolos de su 
origen peonal. 
Un resultado de estas transformaciones fue la adopción por parte del nuevo actor –el proletariado- de algunos de los ideales y de las formas de organización y lucha de la antigua vanguardia, cuestión sobre la que volveremos al examinar la situación del movimiento obrero y popular en la época de la “huelga grande” tarapaqueña de 1907. 
En la huelga de 1890, por último, los fenómenos de desencuentro entre la vieja vanguardia y la emergente avanzada social proletaria, también tuvieron su correlato en el plano político. El Partido Democrático no impulsó el movimiento ni intentó darle conducción; se desligó de la violencia de los huelguistas, guardó silencio y se limitó a pedir al Presidente de la República la adopción de medidas para aliviar la angustiosa situación económica por la que atravesaban los sectores populares. El Partido Democrático representaba prioritariamente a los obreros y artesanos urbanos calificados y a algunos estratos de la intelectualidad de las capas medias; su presencia entre los mineros, obreros fabriles y portuarios todavía era ínfima o nula. En su programa se refleja una ausencia casi total de reivindicaciones propiamente proletarias como las relativas a salarios y condiciones laborales. El desencuentro entre los demócratas y los huelguistas de julio correspondía también a la estrategia de incorporación del joven partido al juego político institucional. La huelga general de 1890, puso de manifiesto el desface entre la organización política de vanguardia de la vieja columna vertebral del movimiento popular y los nuevos actores -proletarios- emergentes. El período que medió entre esta primera huelga general y la de 1907, profundizó y matizó algunos de estos fenómenos y provocó el surgimiento de otros. 

EL MOVIMIENTO OBRERO Y POPULAR HACIA 1907 

En grandes rasgos podríamos señalar la consolidación de la nueva vanguardia social (obrera) y de sus reivindicaciones específicas (salariales y laborales). Asociado a este fenómeno había surgido desde el cambio de siglo como primeras formas de organización sindical, las sociedades de (o en) resistencia, animadas por militantes anarquistas. Hacia la misma época nacieron las mancomunales como entidades que tendieron a combinar la actividad reivindicativa o sindical con aquéllas más tradicionales de tipo mutualista y de educación y recreación popular. En realidad, el fenómeno mancomunal era la expresión de cierta indiferenciación de funciones en el seno de muchas organizaciones sociales. Las fronteras entre el sindicalismo y el mutualismo no eran netas: las mutuales siempre habían impulsado movimientos reivindicativos de los trabajadores, especialmente desde la década de 1870, en gremios como los tipógrafos y cigarreros. El fenómeno se acentuó de tal manera que durante los primeros años del siglo XX, en ciertas ciudades las sociedades de socorros mutuos o sus instancias de coordinación, seguían siendo las organizaciones más aptas para convocar al conjunto del pueblo llano a movilizaciones para defender sus 
intereses. Fue el Congreso Social Obrero -conglomerado de mutuales- quien convocó a la “huelga de la carne” en Santiago en octubre de 1905 e hizo, a comienzos de 1908, un llamado a la huelga general para protestar por la masacre de la escuela Santa María. La mutualidad no era ajena, por lo visto, a la protesta y a la reivindicación social. Aparte de la imbricación de funciones, también contribuía a oscurecer la línea de demarcación entre el mutualismo y el naciente sindicalismo el cambio de perfil de algunas organizaciones. El 
ejemplo más claro por esos años fue el de la Federación Obrera de Chile (FOCH), creada en 1908 como una mutual de los obreros ferroviarios, pero que terminó convertida en un organismo nucleador de las entidades sindicales bajo influencia del Partido Obrero Socialista (POS), fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren. 4
En general, hacia la época de la “huelga grande” de 1907 no puede hablarse de “reemplazo” o “sustitución” de un tipo de asociación por otras, sino de una mayor variedad de organizaciones sociales populares. A las antiguas instituciones (mutuales, filarmónicas de obreros, escuelas nocturnas de artesanos, cajas de ahorro, cooperativas, logias de temperancia), se sobreponen las nuevas (sociedades en resistencia, mancomunales, ateneos obreros, centros de estudios sociales, etc.), haciendo más variado y complejo el panorama del societarismo de las clases laboriosas. 
Pero, más allá de lo organizativo y de las funciones asumidas por las agrupaciones populares, conviene subrayar el creciente protagonismo obrero y la mayor importancia que van cobrando las doctrinas de redención social como el anarquismo y el socialismo. En el fondo, las mutuaciones políticas, culturales e ideológicas en el seno del movimiento obrero y popular, hacia 1907 ya habían provocado un cambio de su ethos colectivo. Si hasta fines del siglo XIX, la cultura, el proyecto y el ethos colectivo del movimiento popular organizado podía sintetizarse en la aspiración a la “regeneración del pueblo”, hacia la época del baño de sangre de la escuela Santa María, el movimiento obrero ya enarbolaba la consigna más radical de “la emancipación de los trabajadores”. En el plano directamente político, la evolución había sido muy compleja y contradictoria, ya que la ruptura inicial con el liberalismo oficial que había representado la fundación del Partido Democrático, se había visto matizada pocos años más tarde por su plena cooptación por el sistema parlamentarista a través del ingreso de los demócratas a la Alianza Liberal en 1896. La situación del Partido Democrático se había hecho aún más compleja ya que en contraposición en su incorporación al juego político de la Republica Parlamentaria, habían surgido en su seno tendencias más radicales (socializantes y anarquizantes), que eran la expresión del descontento de una significativa fracción de la base, base social que se había desarrollado diversificándose incorporando a mayores contingentes proletarios. Y, aunque las fronteras entre las tendencias anarquistas y socialistas fuera del propio Partido Democrático tampoco eran claras hacia el cambio de siglo, al cabo de los diecisiete años transcurridos entre 1890 y 1907, puede hablarse globalmente de una inclinación hacia la “izquierda” del movimiento popular. Cuando se produjo el holocausto de la escuela Santa María este proceso no había terminado, ya que un hito importante ocurriría, como ya lo indicamos, pocos años después al fundarse el Partido Obrero Socialista. 
Los elementos señalados, tanto en el plano de las organizaciones sociales como políticas del mundo popular, nos indican que los procesos se encontraban a medio camino. 
Tal vez porque la propia transición laboral no había concluido, como lo prueba la gran coincidencia entre las principales reivindicaciones levantadas por los huelguistas de 1890 y de 1907: término de la ficha-salario y de los abusos cometidos en las pulperías de las oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no desvalorizados, demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del trabajo, especialmente en los cachuchos, establecimiento de escuelas, etcétera.  5

La persistencia de las mismas reivindicaciones arroja luces acerca de la lentitud con que la elite tomó conciencia y reaccionó frente a la “cuestión social”. Si bien se percibía un mayor reconocimiento de la existencia de problemas sociales y se habían adoptado algunas tímidas medidas como el voto de la Ley de Habitaciones Obreras y la creación de la Oficina del Trabajo, ambas en 1906; en general prevaleció el endurecimiento y la respuesta represiva frente a las demandas de los trabajadores: la huelga portuaria de Valparaíso (1903), la “huelga de la carne” de Santiago (1905), la huelga general de Antofagasta (1906) y la “huelga grande” de Tarapacá (1907), fueron ahogadas en sangre por la policía y las Fuerzas Armadas. La mayor severidad de la represión era otro elemento diferenciador con la situación anterior a 1890, que también acarrearía cambios en el perfil del movimiento obrero y popular. 

 CONCLUSIÓN
Entre la huelga general de 1890 y la de 1907, las transformaciones sufridas por el movimiento popular eran importantes. La emergencia de una nueva vanguardia (obrera) y de nuevas reivindicaciones y organizaciones populares se había visto acompañada de una diversificación de la representación política de estos sectores, tanto por la aparición de la corriente anarquista como por la manifestación de tendencias socialistas dentro y fuera del Partido Democrático. La mutación del ethos colectivo del movimiento tenía mucho de sincretismo, de mezcla de lo viejo con lo nuevo: la lucha por “la emancipación de los trabajadores” recogía del ideario de la “regeneración del pueblo” su prédica moralizadora, el racionalismo, la confianza en el progreso y la civilización, el proyecto de ilustración. 
Eduardo Devés tiene razón al hablar de una “cultura obrera ilustrada” en tiempos del Centenario 6, pero me parece necesario subrayar los evidentes puntos de continuidad con la cultura societaria popular del siglo XIX. La idealización de la ciencia y de la técnica, elcarácter eminentemente urbano y legalista del movimiento, el uso de la prensa como arma privilegiada eran elementos característicos que habían estado presentes a lo largo de toda la segunda mitad de la centuria decimonónica. Tal vez las principales diferencias con la cultura y el ethos colectivo del movimiento simbolizado en la consigna de la “regeneración del pueblo” eran, hacia fines de 1907, un mayor radicalismo como expresión de una conciencia más nítida entre los trabajadores acerca de la oposición entre el trabajo y el capital, y un mayor misticismo que las masacres de 1890, 1903, 1905, 1906 y la propia carnicería de la escuela Santa María de Iquique contribuyeron a desarrollar. 
Mi colofón quedará inconcluso porque persisten algunas interrogantes que la historiografía debería responder: ¿cuál es el carácter del proyecto que animaba a la vanguardia obrera y popular hacia 1907? Pregunta que tendríamos que tratar de contestar situándonos más allá del discurso revolucionario de socialistas y anarquistas, del radicalismo verbal de los lideres proletarios de la época. ¿Se trataba de un plan 
revolucionario, antisistémico, de ruptura con el orden capitalista? O por el contrario, ¿era simplemente un proyecto portador de reivindicaciones esenciales como mayor justicia social y un trato más digno?, proyecto, a fin de cuentas, infrasistémico, de integración al sistema, de conquistas graduales destinadas a democratizarlo. 
En contrapunto o matiz con lo anterior podríamos plantear un segundo nivel de interrogantes: aun tratándose de una aspiración de incorporación al sistema, aun cuando los objetos populares fuesen limitados, ¿la cerrada negativa de la clase dominante no convertía u obligaba a este movimiento a ser revolucionario, al no tener otra alternativa en el cuadro del Estado oligárquico? 
Pienso que las respuestas a estas dudas no tienen que ver solamente con las características del movimiento obrero y popular de comienzos del siglo XX sino, también, con otros momentos claves de nuestra historia más reciente como fueron la transición del sindicalismo “libre” al sindicalismo legal, que se verificó entre 1925 y 1935, y toda la evolución posterior de la izquierda chilena y del movimiento popular. 
Y en sentido inverso, el estudio de otras situaciones históricas claves, como su posición frente a la legislación social, y los desencuentros y desgarramientos que se manifestaron cuando este movimiento se propuso -hacia fines de los sesenta y comienzos de los setenta- como tarea práctica, inmediata, “tomarse el cielo por asalto”, esto es: conquistar el poder; pueden ayudar a desentreñar las características y tendencias más profundas del movimiento popular de la época de la masacre de la escuela Santa María.

* Artículo elaborado en el marco del proyecto FONDECYT N°1980725. Una versión preliminar fue presentada en el Congreso de Historia Regional, celebrado en Iquique en noviembre de 1997.
** Doctor en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, profesor de la Universidad de Chile, Director del Magíster en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad ARCIS. Correo electrónico:  sgrez@vima.tie.cl 

2. Sobre este movimiento, ver Sergio Grez Toso, “La huelga general de 1890”, en Perspectivas, N°5, Madrid, 1990, págs. 127-167 y De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica 
del movimiento popular en Chile (1810- 1890), Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana- Red Internacional del Libro, Colección Sociedad y Cultura, 1998, vol. XIII, págs. 705-759; Julio Pinto Vallejos, “1890: un año de crisis en la sociedad del salitre”, en Cuadernos de Historia, N°2, Santiago, 1982, págs. 77-81; Mario Zolezzi, “La gran huelga de julio de 1890 en Tarapacá”, en Camanchaca, N°7, Iquique, invierno- primavera 1988, págs. 8-10; Enrique Reyes Navarro, “Los trabajadores del área salitrera, la huelga general de 1890 y Balmaceda”, en Luis Ortega (editor), La guerra civil de 1891. Cien años hoy, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, Departamento de Historia, 1993, págs. 85-107. 

3.  Un amplio desarrollo de estos temas en Grez, De la “regeneración del pueblo...”, op. cit., passim. Véase 
también, del mismo autor: “La trayectoria histórica del mutualismo en Chile (1853- 1990)”, en Mapocho, 
N°35, Santiago, primer semestre de 1994, págs. 293-315; “Los artesanos chilenos del siglo XIX: Un proyecto  modernizador-democratizador”, en Proposiciones, Santiago, agosto de 1994, págs. 230-235; “Los primeros  tiempos del Partido Democrático chileno (1887-1891)”, en Dimensión Histórica de Chile, N°8, Santiago, 1991, págs. 31-62 y “Balmaceda y el movimiento popular”, en Sergio Villalobos R. et al., La época de Balmaceda, Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de 
Investigaciones Diego Barros Arana, 1992, págs. 71-101. 

4. Grez, “La trayectoria histórica...”, op. cit., págs. 307 y 308. 

5.  Véase el cuadro comparativo de las peticiones obreras de 1890 y 1907, elaborado por Sergio González 
Miranda, Hombres y mujeres de la pampa: Tarapacá en el Ciclo del Salitre, Iquique, Taller de Estudios 
Regionales, Ediciones Especiales Camanchaca, N°2, 1991, pág. 52. 

6.  Eduardo Devés V., “La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro
quehacer historiográfico”, en Mapocho, N° 30, Santiago, segundo semestre de 1991, págs. 127-136 y Los que  van a morir te saludan. Historia de una masacre. Escuela Santa María de Iquique, 1907, 2
a  edición,  Santiago, Ediciones Documentas- Nuestra América Ediciones- América Latina Libros, 1989, págs. 203-209.