Jaime Massardo*.
De una parte, tal como señala el texto
oficial del Centenario, el desalojo del «último reducto de la barbarie
indígena» y, de otra, el avance en la «modernización» de la sociedad, incorporándola
a las nuevas condiciones del mercado mundial, proletarizando una estructura
social que, hasta avanzado el siglo xix seguía, en gran parte, ofreciéndonos
las fronteras de una sociedad de castas. Así, si bien los actores han mutado
algunos aspectos formales y donde hace un siglo leíamos Alemania hoy debemos
escribir Estados Unidos y agregar al discurso oficial los temas de la
«globalización» neoliberal, la imagen que se proyecta de Chile cien años
después no hace sino reproducir aquel viejo discurso del «Centenario».
Sumergidos como estamos en el fetichismo del
«Bicentenario», asfixiados por la parafernalia enajenante de la propaganda
oficial alusiva a nuestros «éxitos» como país y a nuestra pretendida «libertad»
como «ciudadanos»; prisioneros del clima promovido por la necesidad de cohesión
y estabilidad política que la élite que dirige el Estado llama «gobernabilidad»
y que sabemos tributaria de otras necesidades más profundas de manutención y
reproducción del sistema imperante, el recuerdo de la figura de Luis Emilio
Recabarren durante el año del «Centenario» se yergue ante nosotros como un
símbolo de resistencia cívica a la vulgaridad reinante; como una conducta ética
y política que, desde su discurso de entonces, ilumina con una nueva luz
nuestros aciagos días de este comienzos del siglo en los que la derrota
perpetrada a los trabajadores por los años de dictadura se prolonga y se
perfecciona hasta hoy a través de los gobiernos civiles que le sucedieron,
mostrando sus huellas y proyectando sus secuelas sobre nuestra sociedad actual.
«Estamos convencidos, desde hace tiempo —escribía Recabarren en 1910, en su
folleto Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana—, que no
tenemos nada que ver con la fecha llamada el aniversario de la independencia
nacional... el pueblo, la clase trabajadora, que siempre vivió en la miseria,
no ganó nada y no gana nada con la independencia... La fecha gloriosa de la
emancipación del pueblo todavía no ha sonado, las clases populares viven aún en
la esclavitud, encadenadas al orden económico por el salario y al orden
político por el fraude...». (2)
Al expresarse así, desmitificando el oropel de la
«independencia» y la falacia de un pueblo que luchaba por conseguirla,
Recabarren estaba perfectamente consciente que no iba a granjearse el favor de
la élite y ni menos aún el aplauso de la mayoría de los habitantes del Chile
realmente existente, sometidos como éstos estaban, en su condición subalterna,
al sentido común patriotero y mistificador instalado por el discurso
oligárquico y por la historiografía puesta a su servicio. Como dijera José
Carlos Mariátegui, en relación al Perú de la década de 1920, «la revolución de
la independencia está relativamente demasiado próxima, sus mitos y sus símbolos
demasiado vivos... la ilusión de la soberanía nacional se conserva en sus
principales efectos». (3) Todo esto sin embargo no importaba. Recabarren
planteaba el problema porque era necesario hacerlo y con ello contribuir a
instalar una mirada que esclareciera el mundo de los trabajadores sobre este
aspecto de la historia local; porque, tal como señalaría una década después en
su epígrafe el Ordine Nuovo de Antonio Gramsci, «la verdad es revolucionaria».
(4) Y Recabarren hacía ondear esta concepción, disputándole el lugar a las
leyendas de la ideología oligárquica que circulaban impunemente por aquellos
días del «Centenario».
Es justamente esta extrema radicalidad ética que
acompaña a Recabarren, su prédica, sus virtudes cívicas, su denodado esfuerzo
en la labor organizativa de la clase obrera y del movimiento popular los que
nos interesa rescatar en estas breves páginas dedicadas a mostrar su perfil
humano y político. Estos elementos de su vida y de su conducta constituyen una
lección que conlleva para nosotros, como trataremos de mostrar en estas
páginas, en las circunstancias que vivimos en Chile, una inmensa actualidad.
Por ello, frente al ejemplo de coraje cívico de
Recabarren nada mejor que examinar, como vivo contraste, la burda ramplonería
racista expresada en el texto oficial del «Centenario», síntesis portadora del
discurso oligárquico y de la lectura de la historia que le es propia. «El
Presidente Pérez inició la Pacificación de Arauco —dice el texto—, a la sazón
último reducto de la barbarie indígena (sic!). El coronel don Cornelio Saavedra
fue poco a poco reduciendo a los araucanos (1861-1869) y fundando ciudades en
los territorios arrebatados a su dominio cuya línea divisoria bien pronto no
llegó más acá del río Malleco. Esta pacificación benéfica para los fines de la
cultura y provechosa para la colonización de esos territorios (sic!) fue
terminada por el coronel Urrutia, en 1883... Así fue como el establecimiento de
colonias extranjeras (llevó) a esas regiones el fundante soplo de la
civilización. Alemanes y suizos, españoles y franceses sirvieron de base a la
fundación, primero de las colonias de Victoria, Quillán, Quechereguas y después
a las de Ercilla, Contulmo, Traiguén, Quino, Galvarino, Temuco, Purén e
Imperial». (5)
Las «colonias extranjeras que bien pronto llevaron
a esas regiones el fundante soplo de la civilización» cumplieron entonces, de
acuerdo con el discurso del Estado chileno, la noble misión de desalojar el
«último reducto de la barbarie indígena», noble misión que para evitar toda duda
y mostrar con nitidez la carga ideológica del discurso dominante, conviene
igualmente confrontarlo con el entreguismo y la supeditación a la «raza aria»
—otra falacia ideológica— que presenta El Mercurio del 18 de septiembre de
1910, vale decir, el día mismo del «Centenario», fecha en la cual se supone que
se deberían potenciar los valores «patrios» o «nacionales». «Chile —nos dice en
esta fecha el editorial del diario de Agustín Edwards—, ofrece un campo fecundo
para la actividad económica de Alemania; su progresista colonia, formada de
elementos de orden y de cultura encuentra en nuestra sociedad un ambiente
propicio para el desarrollo de todas sus energías y, lo que es para nosotros de
gran valor para la asimilación y la agregación de nuevos elementos étnicos a
nuestra raza» (sic!). (6)
Esta «agregación de nuevos elementos étnicos a
nuestra raza» se funde —siempre en la editorial del Mercurio del día del
«Centenario»—, con la visión de la historia organicista, de la sociedad
asimilada al desarrollo de la naturaleza, propia del positivismo, cuyos
fundadores, Auguste Comte y Herbert Spencer, y luego Emile Durkheim, serán
luego estudiados como puntos de referencia las universidades chilenas. «Se
cumplen hoy cien años desde el día en que los ciudadanos de Chile iniciaron el
movimiento de emancipación de la metrópoli —dice El Mercurio—, ...el camino
recorrido (está situado) en períodos bien marcados que son como la sucesión de
edades del hombre repetidas en la formación de este país... (sic!). Vivimos una
infancia azarosa y vacilante en que debíamos luchar contra los enemigos que se
oponían a nuestra marcha. Pasamos por una turbulenta juventud de guerras
intestinas, en que las pasiones se desbordaban y nos impedían seguir los
consejos de la reflexión. Entramos más temprano que nuestras hermanas de
América en la edad viril de la sensatez y de la organización y nos hallamos, al
cabo de cien años, en pleno vigor, organizados, seguros de nosotros mismos,
aptos para todo trabajo, preparados por la experiencia, consientes de lo que
somos». (7)
Debe retenerse aquí, además, que esta «agregación
de nuevos elementos étnicos a nuestra raza», más allá de las implicaciones
éticas y raciales que representa la expoliación de los mapuche, legítimos
propietarios de las tierras usurpadas, permite la liberación de una cantidad
importante de fuerza de trabajo que va a constituir un mercado específico y a
estimular en consecuencia el naciente desarrollo de nuevas formas de producción
ligadas a la expansión del capital. (8) La expropiación de tierras mapuche
representa entonces para la élite oligárquica y para su proyección burguesa una
doble funcionalidad. De una parte, tal como señala el texto oficial del
Centenario, el desalojo del «último reducto de la barbarie indígena» y, de
otra, el avance en la «modernización» de la sociedad, incorporándola a las
nuevas condiciones del mercado mundial, proletarizando una estructura social
que, hasta avanzado el siglo xix seguía, en gran parte, ofreciéndonos las
fronteras de una sociedad de castas.
Hoy, en la boca de sus herederos, de los que
seguramente siempre aspiraron a transformarse en miembros de la élite
oligárquica dentro de la que no nacieron pero a la cual siempre secretamente
aspiraron a pertenecer y a cuya visión de mundo se asimilaron, este discurso
permanece y resulta visible, v. gr., en la nueva asonada contra el pueblo
mapuche. (9) Así, si bien los actores han mutado algunos aspectos formales y
donde hace un siglo leíamos Alemania hoy debemos escribir Estados Unidos y
agregar al discurso oficial los temas de la «globalización» neoliberal, la
imagen que se proyecta de Chile cien años después no hace sino reproducir aquel
viejo discurso del «Centenario». El Chile de hoy —dice este discurso oficial—
se enfrenta a sus «malos vecinos» —hasta ayer «sus hermanas de América»—, a las
que, producto de nuestra «modernidad» podemos mirar por encima del
hombro; por lo que, hoy como ayer, «nos hallamos, al cabo de doscientos años,
en pleno vigor, organizados, seguros de nosotros mismos, aptos para todo
trabajo, preparados por la experiencia, consientes de lo que somos»....
Un siglo después, con toda impunidad, la élite
sigue repitiendo las mismas monsergas. Desde entonces ¿habremos avanzado?
¿Habremos retrocedido? Como siempre, creemos, la explicación está en el
estudio de la historia local en su totalidad, rastreando dentro de ella,
críticamente, la historia de las clases subalternas y en la explicación de esta
condición. (10) Encontraremos sus respuestas en sus formulaciones más simples:
en el capitalismo solamente es posible avanzar en las formas contradictorias de
su propia lógica, ergo, profundizando sus contradicciones. Nada más
esclarecedor para la mente y el espíritu, entonces, que, después de releer
algunos párrafos de Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana,
nos propongamos conocer a ese propósito algo más de ese gran personaje de la
historia de los trabajadores que fue Luis Emilio Recabarren; o en cualquier
caso, algo más de lo que nos puede haber dicho una historiografía oficial
retórica, mentirosa y servil..
Jaime Massardo
* Jaime
Massardo. Doctor en Historia en la Universidad de París III, Licenciado en
Sociología en la U.N.A.M, México, y Magíster en Estudios Latinoamericanos en la
misma institución. Profesor del Instituto de Estudios Humanisticos de la
Universidad de Valparaíso.
NOTAS:
[1] Introducción al libro Los tiempos de
Recabarren. Una breve incursión en su vida, su formación cultural y su herencia
política, Santiago de Chile, Publicaciones Usach, 2010.
[2] Luis Emilio
Recabarren, Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana, Santiago
de Chile, Imprenta New York, 1910; reproducido in Obras escogidas de Luis
Emilio Recabarren, al cuidado de Jorge I. Barría, Julio César Jobet y Luis
Vitale, Santiago de Chile, Editorial Recabarren, 1965, pp. 74 y ss.
[3] José Carlos
Mariátegui, «Punto de vista anti-imperialista», in Ideología y política, décimo
octava edición, Lima, Amauta, 1987, p. 87.
[4] Cfr.,
Antonio Gramsci, Socialismo e fascismo. L’Ordine nuovo 1921-1922, settima
edizione, Torino, Einaudi, 1978.
[5] Chile en
1910. Edición del Centenario de la Independencia, Publicación oficial redactado
por Eduardo Poirier, Santiago de Chile, 1910, p 256 (cursivas nuestras).
[6] Editorial de
El Mercurio, Santiago de Chile, 18 de septiembre de 1910 (cursivas nuestras).
[7] Ibídem.
[8] Para un
examen más detallado de la expropiación de tierras mapuches, cf., Ley nº 380,
del 14 de septiembre de 1896; ley nº 994, del 13 de enero de 1898; En la
Biblioteca del Congreso Nacional, Comisión parlamentaria de Colonización,
Congreso Nacional, Santiago de Chile, Sociedad Imprenta y Litografía Universo,
1912.
[9] En los días
en que escribimos estas notas el comunero mapuche Jaime Mendoza Collio fue
ultimado de un balazo en la espalda por las fuerzas policiales chilenas. Cfr.,
«Declaración de historiadores en apoyo al pueblo mapuche», in Le Monde
diplomatique (versión castellana, edición chilena), sección año x, n° 100,
Santiago de Chile, septiembre del 2009, p. 18..
[10] Cfr., Jaime
Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren.
Contribución al estudio crítico de la cultura política de las clases
subalternas de la sociedad chilena, Santiago de Chile, Lom ediciones (colección
Historia), 2008
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