Mario R. Fernández
Pasaron más de dos mil
años sin que la teoría de la persuasión y propaganda sufriera grandes
cambios, desde la antigua Grecia hasta la Revolución Industrial –este un
acontecimiento histórico importante en cuanto a que cambió muchos paradigmas en
Occidente y abrió el camino para la persuasión de masas de población a través
del mercado. Siglos antes propaganda y persuasión fueron usadas por religiones
y sus instituciones en su lucha desprestigiándose unas a otras. Entre
1880 y 1920 esto tomó nueva forma gracias al sufragio universal que
aumentó de entre un 10 o 15 por ciento a un 40 y 50 por ciento la participación
política de la población, esto después de décadas de luchas no solo reivindicativas
sino por la defensa de la vida misma de millones de trabajadores y trabajadoras
en América y Europa.
La preocupación por el impacto que el sufragio
universal pudiera tener sobre la dirección del mundo y el poder nació de
hombres ilustrados como Adam Smith, este que aunque partidario de un nivel de
redistribución en favor de quienes producían y de otros intelectuales
igualmente se preocupaba de perder el poder absoluto que hasta entonces tenían.
Industriales y comerciantes de fines del siglo 18, ellos mismos ilustrados o
asesorados por hombres ilustrados de su tiempo, miraban despectivamente al
resto –esas muchedumbres que por primera vez alcanzaban un nivel de
protagonismo. Trabajadores y trabajadoras, integrados al proceso productivo
industrial y a los servicios en las ciudades, tenían una presencia real y la
preocupación de la elite dominante era precisamente que estos trabajadores y
trabajadoras no tengan acceso a las áreas públicas y políticas, espacios que la
elite ocupaba –ellos eran los “hombres de
mejores cualidades” como se llamaban ellos mismos.
Con el tiempo, el aparato industrial necesito
especialistas y estos llegaron a tener ciertos derechos (muy controlados); para
finales del siglo XIX muchos trabajadores organizados en sindicatos y sociedades
abiertamente enfrentaban, con bastante odio, a empresarios, aristócratas y
burgueses. Y, la mayoría de la gente del pueblo no creía en la institucionalidad
liberal, supuestamente democrática, que estos habían creado a partir de la
Revolución Francesa y de la Independencia de los Estados Unidos. La represión y
el crimen eran altos y se daban en un contexto de mucha pobreza, sobrexplotación
y enormes problemas sociales (alcoholismo, abuso infantil, violencia contra la
mujer); represión y crimen, sin embargo, comenzaron a perder su efectividad y
no alcanzaban ya a engañar y controlar a la población. En Estados Unidos, antes
y durante la Primera Guerra Mundial, se implementa un programa de
“americanización” con millones de nuevos inmigrantes a través de la propaganda
–se trataba de favorecer un patriotismo y sentimiento nacionalista extremo
y persuadir a la población a que se identificara con un concepto de “patria”
útil a la elite dominante, conceptos por el que todo lo ajeno al país era poco
americano o anti-americano y posiblemente subversivo. Comienza de esta forma a dividirse el
movimiento sindical.
Entender la dinámica de la fabricación e imposición de
propaganda y persuasión a partir de 1907 en Estados Unidos, el resto de América
y Europa, es importante y sirve mucho leer los ensayos del
sicologo-social australiano, Alex Carey, recopilados en el libro,”Taking the
Risk out of Democracy” publicado en 1995. Carey, fallecido en 1988, fue el
primero en analizar la propaganda corporativa. Carey fue compañero de trabajo y
amigo personal del profesor Noam Chomsky, y este le dedica a su amigo el libro
que más tarde escribiera con Edward Herman “Manufacturing Consent” denunciando la
completa subordinación de los medios de comunicación occidental a los intereses
corporativos, esto lo hace como una forma de reconocimiento por la contribución
de Carey al estudio de la propaganda. En sus escritos Carey, académico de la
Universidad de New South Wales, Australia, identifica el papel importantísimo
que la persuasión y la propaganda juegan desde principios del siglo XX.
Alex Carey, fue un científico comprometido y eligió el
estudio de la persuasión y la propaganda impuesta a la sociedad norteamericana porque
estas se convirtieron en ciencia, con sus debidos profesionales, justamente en
Estados Unidos, y en especial a partir del impulso que le diera el presidente
Woodrow Wilson cuando su país entra a la Primera Guerra Mundial en 1917. Wilson mismo entregaba
mensajes presidenciales regularmente y estos llegaban a cada hogar, lugar de
trabajo y lugar de esparcimiento del país, ayudando a producir en pocos
meses una verdadera histeria anti-alemana de tal éxito que luego ricos y
empresarios del país usarían similares estrategias en tiempos de paz para
implementar sus propias agendas. La tarea fue organizada e implementada nada
menos que por Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, y fue tan exitosa que
el mismo Hitler y los miembros de su partido nazi supieron apreciar el
potencial que la propaganda tendría en la tarea de controlar la opinión pública
en Alemania.
Décadas después, en 1942, Henry Wallace (vice-presidente
de Franklin D. Roosevelt y candidato a presidente por el “Progressive Party” en
1948) afirmaba que: “El siglo XX es el
siglo del “hombre común” en Estados Unidos y el mundo debido a la expansión
económica sin precedentes que se vislumbra a partir de la Segunda Guerra
Mundial y que será controlada y puesta al servicio de las grandes mayorías, en
vez de al servicio del poder individual y del privilegio de clase.” Pero nada de lo que Wallace dijo habría de
cumplirse, y esto debido al aumento de la propaganda y la manipulación que
encubren la opresión contra esos hombres y mujeres comunes –aunque gocen de más
bienestar en el Primer Mundo que en el Tercero.
Es Alex Carey quien plantea que para que la propaganda
sea exitosa como herramienta de control social cuatro condiciones deben darse:
primero tiene que identificarse como importante y ser usada, luego tienen que
crearse los conocimientos necesarios para producirla, tienen que existir los
medios de difusión y finalmente hay que establecer un sistema de símbolos
importantes (de lo sagrado y lo satánico) con poder real sobre las reacciones
emocionales de la gente y capacidad de ser idealizados por ellos. Para Carey
Estados Unidos ha tenido estas condiciones por mucho tiempo más que otros
países en el mundo. La condición más
notable y fundamental es la de los símbolos mismos, que Carey identifico como
maniqueísmo, una visión del mundo dualista, que se dio en Estados Unidos -que
tuvo origen en la civilización persa y que fue adoptada por muchas otras
religiones y se basa en la división absoluta entre el bien (o la luz) y el mal (o
las tinieblas) como principios eternos y absolutos. Además, la sociedad
estadounidense tiene una orientación pragmática, una preferencia por la acción
sobre la reflexión, o sea que si la creencia es verdadera hemos de descubrirlo
en su práctica -sin análisis previo. Otras sociedades entienden el bien y el
mal aplicado a cualquier acción social como algo complejo, son capaces de ver
una aleación del bien y del mal que demanda una continua reflexión y un
continuo cuestionamiento a la hipótesis o a la suposición.
Esta dicotomía ha jugado un papel poderoso como medio
de control social, en lo interno de la sociedad norteamericana tanto como en
los asuntos de política externa. El bien (o dios) contra el mal (o el demonio) tienen
equivalentes seculares, que Carey nombra como “idealismos extravagantes.” Carey
los nombra e incluye el “Espíritu de América”, el “Propósito de América”, el “Significado
de América”, el “Modo de Vida Americano.”
Los valores que Estados Unidos representa se definen como “destino
obvio” y a si mismos como “virtuosos” y “piadosos.” Por otro lado está la
idealización extravagante negativa del “Demonio” secularizado en el comunismo,
socialismo y todo lo que se le parezca en algo y que se presenta como único en
todos los lugares y en todos los tiempos como “maléfico, dañino, engañoso y
destructivo de todos los valores civilizados y humanos.” Carey agrega que “En la conciencia popular
todo lo que venga del comunismo (u otros enemigos actuales) es una amenaza al
preciado, laico-sagrado e idealizado “Modo de Vida Americano” y por lo tanto
una amenaza a la “seguridad nacional” -término concebido en forma tan general
como en la Edad Media se entendía “la defensa de la fe contra las amenazas y
seducciones de ideas heréticas”.
De la misma forma que en el siglo XX crece el poder
corporativo, crece también la propaganda corporativa, mayormente de corporaciones
estadounidenses quienes identificaron desde el principio del siglo el
crecimiento de la participación democrática de la fuerza laboral y de sus organizaciones
sindicales y políticas como una amenaza a su poder. Entonces, para mantener el
control corporativo se optó por el uso de propaganda corporativa que tomó
dos direcciones, una hacia dentro y otra hacia afuera. La hacia afuera o hacia la
población general y tuvo dos objetivos principales, uno identificar el sistema
de libre empresa como un valor preciado y la intervención del gobierno y de los
sindicatos como tiránica, opresiva, incluso subversiva. Los encargados de las relaciones públicas,
comunicaciones corporativas y “educación económica” fueron quienes
implementaron estos objetivos. La otra, dirigida hacia adentro de la corporación,
hacia sus empleados ha tenido siempre el propósito de debilitar los
sindicatos, en especial las conexiones entre miembros de este y la propia
organización, esto a través de lo que se llama “relaciones humanas” y programas
de “participación y comunicación del empleado”. Estas tácticas de propaganda
adquirieron fuerza dentro de la empresa y en la sociedad toda de los Estados
Unidos, a partir de 1913 se crearon instituciones para diseñar estrategias con
el fin de debilitar y destruir el derecho de trabajadores y trabajadoras,
y la población general, instituciones por ejemplo como la Asociación Nacional
de Industriales, la Cámara de Comercio y el Consejo de Propaganda Industrial.
Para los años de la Segunda Guerra Mundial aparecieron también los centros de
estudio, en término coloquial “Think Tanks” –en referencia a las habitaciones
donde los estrategas discutían planes de guerra, estos centros, agencias y
fundaciones proliferaron después de la guerra para convertirse en otros
medios de propaganda aunque y en una proporción menor aparecen también quienes
cuestionan el dominio de los ricos y sus instituciones.
Para los años 70 la estrategia para la persuasión y
propaganda vuelve a tener un nuevo impulso cuando el sistema económico comienza
a sufrir en su estructura misma con el fin del crecimiento económico en
Europa y Norteamérica, y con la creciente crítica de la opinión pública por la guerra
de Vietnam, crítica y dudas que no se daban desde finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, y durante la depresión de los años 30. Pero esta vez
las estrategias van hacia la comunidad de base en general y determinados
sectores particulares, invirtiendo muchos más recursos económicos que antes en
persuadir al pueblo norteamericano de que los intereses de la corporación
son sus propios intereses. La propaganda va dirigida no solo a hombres y
mujeres de la calle sino a los grupos que los influencian, parlamentarios,
administradores civiles, editores de periódicos, reporteros y comentaristas de
radio y televisión. La intervención corporativa en el sistema educacional en
Estados Unidos es importante y trata de detener el cuestionamiento de los años
60 –papel que históricamente han jugado las instituciones religiosas. Muchos
académicos e intelectuales han sido cómplices en sus intervenciones y han
contribuido con miles de documentos y libros a continuar el control social.
En los 70 el esquema de propaganda estadounidense se exporta,
los primeros receptores son los anglosajones el Reino Unido, Australia y Canadá.
En América Latina se continúa aplicando la propaganda de la Guerra Fría,
siempre con la opción del garrote o dictaduras militares, entonces todavía
confiables. En los 80 la expansión de la propaganda, y de la conspiración
contra las organizaciones laborales en Estados Unidos, comienza a tener
resultados positivos para la corporación. La afiliación de miembros en los
sindicatos comienza a descender, en la actualidad alcanza apenas a un 11 por
ciento y continúa su descenso. Entonces la propaganda es de todo tipo, incluso
en favor del consumismo y el crédito personal, y agrega un nuevo referente: las
Organizaciones no Gubernamentales (ONG) nombre acuñado hace muchas décadas y
que también incluyen algunas ONG críticas que denuncian y que se extienden por Europa,
Japón y países de América Latina, como Chile, por lo que se vive una verdadera
americanización con altos niveles de imitación por parte de la clase media (e
incluso de las clases populares) de la cursilería y pedantería de los ricos que
se ilusionan y se mienten con que van a alcanzar riqueza y
felicidad.
Para los comienzo de los años 90 llega el regalo
inesperado, la caída de la Unión Soviética, el enemigo se entrega, la excusa de
la alerta continua frente al comunismo se desploma. En un año no queda nada de
la Unión Soviética y los regímenes de Europa del Este, se trata de un suicidio histórico
único en la geopolítica mundial, uno que Alex Carey no alcanzó a vivir.
La sorpresa es que ese lado del mundo, el mundo comunista, quiere creer que le
espera el bienestar del Primer Mundo y se niegan a ver que justamente es su
existencia misma la que anima la expansión del propio Estado de Bienestar (hoy
en vías de desaparición en ese Primer Mundo) posterior a la Segunda Guerra
Mundial. Además contribuyen a la propaganda en el mundo occidental la
conversión de izquierdistas de todo tipo, que como los alcohólicos que se abrazan
en las iglesias evangélicas cuando se convierten en abstemios señalando al resto
que de entre ellos siguen en el vicio y se niegan a arrepentirse. Estos ex
–izquierdistas se abrazan públicamente al reino de las corporaciones y de los
ricos, deseosos de pertenecer a lo que ellos, y ellas, decían combatir. Una
conversión importante y muy bien usada en la propaganda en Europa y América
Latina pero no en Estados Unidos y Canadá donde la realidad es muy otra, pocos
cuestionan activamente y quienes lo hacen como los que participaron en las
protestas del movimiento de los “Ocupa” y de las pequeñas
organizaciones de izquierda, son fuertemente asediados, reprimidos y luego
olvidados como si no existieran pues la mayoría de la población es indiferente
y no tiene conciencia de la realidad corporativa y política.
Esta monstruosa máquina de persuasión y propaganda es
cada día más compleja pero por eso mismo es también más vulnerable y
corruptible, en especial en lo que se refiere al mundo periférico donde tiene
que enfrentar desafíos grandes. En América Latina tal es el caso de los
Zapatistas en México y el de los países del ALBA que han activado el liderazgo
e influenciado con su liderazgo el movimiento popular y el cuestionamiento al
poder que corporación e imperialismo tienen sobre los pueblos. En Europa del
Oeste hay conciencia política y conocimiento sobre el modelo de persuasión
y propaganda pero la mayoría de los ciudadanos espera que emerjan soluciones
dentro del sistema mientras los otros, que son millones, aun no logran construir
una estructura con liderazgo.
Todo esto no está libre de contradicciones y la mayor
contradicción que el modelo de persuasión y propaganda enfrenta es intrínseca.
Su dualismo fundacional es simplista, es blanco y negro, pero la realidad es
compleja y llena de grises. Su dualismo tiene raíces religiosas y se alinea con
un mundo religioso. Pero las sociedades occidentales de hoy son seculares y el
consumismo materialista que el modelo de propaganda favorece contribuye a su
creciente secularización. El credo de millones ya no es religioso es consumista
y material y su templo es la galería comercial –allí se gasta el tiempo libre.
En Estados Unidos y en el mundo la propaganda también pierde potencia ante la creciente
conciencia del daño que las corporaciones, desde las mineras hasta el agro-negocio,
generan en el medio ambiente. Jorge Beinstein, profesor argentino, habla de la “dinámica
de la decadencia” occidental y sistémica. Beinsten va más lejos y apunta a como
la destrucción en la periferia inevitablemente ha de generar autodestrucción en
los países centrales llevando a decadencia civilizatoria frente a lo que la
persuasión y la propaganda serán ineficaces e inútil.
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