LA FORMACIÓN DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA
Lenin nunca contempló la posibilidad de construir el socialismo aisladamente en un país agrícola y atrasado como la Rusia de 1917, pero sí insistió en que la victoria de Octubre sería la chispa para extender la revolución en Europa, particularmente en el país clave del continente: Alemania.
Y así fue en efecto. A lo largo del continente estallaron motines en los ejércitos, huelgas generales, movimientos insurreccionales y revoluciones: “Toda Europa —escribió Lloyd George, primer ministro británico durante la guerra, al primer ministro francés Clemenceau en un memorando secreto de marzo de 1919— está llena del espíritu de la revolución. Hay un profundo sentimiento no sólo de descontento, sino de rabia y revuelta entre los trabajadores en contra de las condiciones de posguerra. Todo el orden existente, en sus aspectos políticos, sociales y económicos, está siendo cuestionado por las masas de la población de una punta a otra de Europa”. A duras penas la burguesía podía contener la situación.
En Alemania, el levantamiento de los marineros de Kiel, en noviembre de 1918, fue la señal para el inicio de la revolución socialista. En pocas semanas, la geografía del país quedó cubierta por consejos de obreros y soldados, la monarquía de los Hohenzollern fue depuesta y se proclamó la república. Pero los socialdemócratas de derechas habían sacado las lecciones pertinentes de los acontecimientos rusos. Utilizando su posición dirigente en los consejos, boicotearon su consolidación y coordinación nacional, al tiempo que maniobraban con los generales monárquicos para aplastar a la izquierda revolucionaria dirigida por la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Una vez derrotada la insurrección de los obreros berlineses a principios de enero de 1919, los jefes socialdemócratas utilizaron a los Freikorps para asesinar a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, preludio de una represión salvaje contra los obreros comunistas. La socialdemocracia alemana continuó la obra iniciada en agosto de 1914.
El triunfo del Octubre soviético abrió una grieta insalvable en el movimiento socialdemócrata. En la mayoría de los partidos de la Segunda Internacional surgieron tendencias comunistas, brindando la posibilidad de reatar las auténticas tradiciones internacionalistas del movimiento obrero. El proyecto de los delegados marxistas que participaron en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal se hizo viable: la creación de una nueva internacional revolucionaria era ya posible.
“La Tercera Internacional —escribió Lenin— fue fundada bajo una situación mundial en que ni las prohibiciones ni los pequeños y mezquinos subterfugios de los imperialistas de la Entente o de los lacayos del capitalismo, como Scheidemann en Alemania y Renner en Austria, son capaces de impedir que entre la clase obrera del mundo entero se difundan las noticias acerca de esta Internacional y las simpatías que ella despierta. Esta situación ha sido creada por la revolución proletaria, que, de un modo evidente, se está incrementando en todas partes cada día, cada hora”.
El 24 de enero de 1919, la dirección del Partido Comunista Ruso (bolchevique), los partidos comunistas de Polonia, Hungría, Austria, Letonia y Finlandia, la Federación Socialista Balcánica y el Partido Obrero Socialista Norteamericano realizaron el siguiente llamamiento:
“¡Queridos camaradas! Los partidos y organizaciones abajo firmantes consideran que la convocatoria del I Congreso de la nueva Internacional revolucionaria es una imperiosa necesidad. En el curso de la guerra y de la revolución se puso de manifiesto no sólo la total bancarrota de los viejos partidos socialistas y socialdemócratas, y con ellos de la Segunda Internacional, no sólo la incapacidad de los elementos centristas de la vieja socialdemocracia para la acción revolucionaria efectiva sino que, actualmente, se esbozan ya los contornos de la verdadera Internacional revolucionaria”.
El congreso fundacional de la Internacional Comunista se celebró en marzo de 1919, cuando la intervención militar imperialista pasaba por su apogeo, lo que impidió la asistencia de muchos delegados. A pesar de los contratiempos, las jóvenes fuerzas de la Internacional Comunista establecieron las bases políticas que habían sido delineadas en los años precedentes por Lenin y Trotsky: oposición frontal a los intentos de reconstruir la Segunda Internacional con la misma forma que tenía antes de la guerra; denuncia del pacifismo burgués y de las ilusiones pequeñoburguesas en el programa de paz del presidente estadounidense Wilson; defensa de la teoría marxista del Estado y crítica de la democracia burguesa como una forma de dictadura capitalista sobre el proletariado. La conclusión del congreso fue clara: la Internacional Comunista lucharía por agrupar a la vanguardia revolucionaria del proletariado en una Internacional marxista homogénea.
En los años siguientes se produciría un trasvase constante de obreros socialistas a las filas de la Internacional Comunista. Esta presión obligó a muchos dirigentes que en el pasado habían mantenido posiciones reformistas a mostrar su apoyo, de palabra, a la nueva organización. En marzo de 1919 se adhirió el Partido Socialista Italiano; en mayo, el Partido Obrero Noruego y el Partido Socialista Búlgaro; en junio, el Partido Socialista de Izquierda Sueco. En Francia, los comunistas ganaron la mayoría en el congreso de Tours del Partido Socialista (1920): el ala de derechas se escindió con 30.000 miembros y el Partido Comunista Francés se formó con 130.000. El Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) decidió por mayoría en el congreso de Halle (1920), fusionarse con el Partido Comunista Alemán (KPD), que se transformó en una organización de masas. Lo mismo ocurrió en Checoslovaquia.
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