Los años 1938-1939 han marcado un nuevo rumbo decisivo. Se ha concluido la transformación de las instituciones y de las hábitos de los cuadros del Estado, llamado todavía soviético aunque no lo sea para nada, gracias a las "depuraciones" implacables, dando lugar a un sistema perfectamente totalitario, pues sus dirigentes son los dueños absolutos de la vida social, económica, política y espiritual del país; el individuo y las masas no poseen ningún derecho. La condición material de las ocho o nueve décimas partes de la población se mantiene en un nivel muy bajo. El conflicto abierto con los campesinos se prolonga bajo formas atenuadas. Se hace evidente que, poco a poco, una contrarrevolución ha triunfado. La URSS, al intervenir en la guerra civil española, ha intentando controlar al gobierno de la república y se ha opuesto, con los peores medios -corrupción, chantaje, represión, asesinato-, al movimiento obrero que se inspiraba en los ideales un día compartidos. Una vez consumada la derrota de la República española, no sin que Stalin tenga parte de responsabilidad, la URSS pactó pronto, al principio en secreto, con el Tercer Reich. En el punto más álgido de la crisis europea pueden verse a las dos potencias, la fascista y la antifascista, la bolchevique y la antibolchevique, abandonar sus máscaras y unirse en el reparto de Polonia. La URSS extiende, con el consentimiento de la Alemania nazi, su hegemonía sobre los países bálticos que se separaron de Rusia durante las luchas de 1917-1919. Este cambio de la política internacional rusa se explica por los intereses de una casta dirigente ávida e inquieta, reducida a una capitulación moral frente al Tercer Reich al que teme por su superioridad técnica. Las similitudes internas de las dos dictaduras lo han facilitado.
¡Qué espantoso camino hemos recorrido en estos treinta años! El acontecimiento más esperanzador, más grandioso de nuestro tiempo, parece volverse contra nosotros. ¿Qué nos queda del entusiasmo inolvidable de 1917? Muchos hombres de mi generación, que fueron comunistas desde el primer momento, no guardan otro sentimiento que el rencor hacia la revolución rusa. Quedan muy pocos testigos y participantes. El partido de Lenin y Trotsky ha sido fusilado. Los documentos han sido destruidos, escondidos o falsificados. Sobreviven sólo y en gran número los emigrados que estuvieron siempre en contra de la revolución. Escriben libros, son enseñantes, cuentan con el apoyo del conservadurismo, todavía poderoso y, por otra parte, incapaz, en esta época de convulsión mundial, de desarmarse o de demostrar objetividad.... Una pobre lógica, mostrándonos el negro espectáculo de la URSS estalinista, afirma la debacle del bolchevismo, la del marxismo, la del socialismo... Escamoteo fácil, en apariencia, de los problemas mundiales que aquejan al mundo y que no dejarán de lastrarle de inmediato. ¿Olvidan las otras debacles? ¿Qué ha hecho el cristianismo durante las catástrofes sociales? ¿Qué ha pasado con el liberalismo? ¿Qué ha producido el conservadurismo ilustrado o reaccionario? ¿No han engendrado a Mussolini, a Hitler, a Salazar o a Franco? Si se tratara de plantear con honestidad las debacles de las ideologías, tendríamos trabajo para largo. Y nada ha acabado aún...
Todo acontecimiento es a la vez definitivo y transitorio. Se prolonga en el tiempo bajo aspectos, a veces, imprevisibles. Antes de esbozar un juicio sobre la revolución rusa, recordemos los cambios de rumbo y de perspectivas de la revolución francesa. El entusiasmo de Kant ante la toma de la Bastilla... El Terror, Termidor, el Directorio, Napoleón. Entre 1789 y 1802, la república libertaria, igualitaria y fraternal fue absolutamente negada. Las conquistas napoleónicas, creadoras de un orden nuevo, sólo en el nombre, chocan por su similitud con las de Hitler. El emperador se convirtió en "el Ogro". El mundo civilizado se unió contra él, la Santa Alianza pretendía restablecer y estabilizar en toda Europa el antiguo régimen… Sin embargo, vemos que la revolución francesa, con la irrupción de la burguesía, del espíritu científico y de la industria, alimentó al siglo XIX. Pero treinta años después, en 1819, en el tiempo de Luis XVIII y del zar Alejandro I, ¿no parece como uno de los más costosos fracasos históricos? ¡Cuántas cabezas cortadas, cuántas guerras, para llegar a una mezquina restauración monárquica!
Es natural que la falsificación de la historia esté hoy al orden del día. Entre las ciencias inexactas, la historia es aquella que lesiona más intereses materiales y psicológicos. Sobre la revolución rusa pululan leyendas, errores, interpretaciones tendenciosas, aunque sea fácil informarse sobre los hechos… Pero, evidentemente, es más cómodo escribir y hablar sin informarse.
A menudo se afirma que "el golpe de manobolchevique de octubre-noviembre de 1917 derribó una democracia naciente..." Nada más falso. En Rusia, la República no había sido proclamada, no existía ninguna institución democrática fuera de los Sóviets o de los Consejos obreros, de campesinos y de soldados... El gobierno provisional, presidido por Kerenski, se había negado a llevar a cabo la reforma agraria, a abrir las negociaciones de paz reclamadas por la voluntad popular, a tomar medidas efectivas contra la reacción. Vivía una transición entre dos complots permanentes: el de los generales y el de las masas revolucionarias. Nada hacía pensar en el establecimiento pacífico de una democracia socializante, la única que hubiera sido hipotéticamente viable. A partir de septiembre de 1917 la alternativa se daba entre la dictadura de los generales reaccionarios o en la de los Sóviets. En ésto coinciden dos historiadores desde posiciones opuestas: Trotsky y el hombre de Estado liberal de derechas, Miliukov. La revolución soviética o bolchevique fue el resultado de la incapacidad de la revolución democrática, moderada, inestable e inoperante que la burguesía liberal y los partidos socialistas contemporizadores dirigieron después de la caída de la autocracia.
Se continúa afirmando que la insurrección del 7 de noviembre (25 de octubre al viejo estilo) de 1917 fue la obra de una minoría de conspiradores: el Partido bolchevique. Nada se opone más a los hechos verificables. 1917 fue un año de acción de masas asombroso por la multiplicidad, la variedad, la potencia, la perseverancia de las iniciativas populares que empujaron a levantarse a los bolcheviques. Las demandas agrarias se extendían por toda Rusia. En el ejército, la insubordinación aniquilaba la vieja disciplina. Cronstadt y la flota del Báltico habían rechazado categóricamente obedecer al gobierno provisional y sólo la intervención de Trotsky en el Sóviet de la base naval evitó un conflicto armado. El Sóviet de Tachkent, en Turkestán, había tomado el poder por su propia cuenta.... Kerenski amenazaba al Sóviet de Kaluga con la artillería... Un ejército de 40.000 hombres en el Volga se negaba a obedecer. En las afueras de Petrogrado y de Moscú se formaban guardias rojos obreros. La guarnición de Petrogrado se ponía a las órdenes del Sóviet. En los Sóviets, la mayoría de los socialistas moderados se pasaban pacíficamente a los bolcheviques, sorprendiéndoles a ellos mismos este cambio. Los socialistas moderados abandonaban a Kerenski, que no podía contar más que con los militares que llegaron a ser tremendamente impopulares. Estas son las razones por las cuales la insurrección venció en Petrogrado, casi sin derramamiento de sangre, con entusiasmo. Hay que volver a leer, sobre estos acontecimientos, las formidables páginas de John Reed y de Jacques Sadoul, testigos presenciales. El complot bolchevique fue literalmente conducido por una colosal ola ascendente.
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