Chile - La Democracia como Dictadura

Posted by Nuestra publicación: on miércoles, octubre 01, 2014

Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física



La democracia actual es una ilusión. Los representantes no representan a los representados. Las altas tasas de abstención, el monopolio de los medios de comunicación, el clientelismo estatal, la falta de transparencia en los actos públicos, el sistema electoral, la convierten en un medio de contención y administración de la diferencia radical, vaciándola de sus contenidos clásicos y sustantivos: la participación ciudadana, el diálogo real sobre alternativas de desarrollo social, la promoción y construcción progresiva de los derechos políticos, culturales, económicos y sociales.
La democracia se ha convertido en un medio eficaz para la contención y disgregación del movimiento social. Más eficaz que los gobiernos militares, más eficaz que la totalización de lo social bajo las consignas de algún doctrinarismo ideológico. La combinación de tolerancia represiva y represión focalizada, la constante manipulación de la opinión pública a través de “agendas” comunicacionales artificiosas, el clientelismo objetivo que se produce a través de la precarización del empleo estatal, el doble discurso que combina mensajes “liberales” y “progresistas” con amenazas veladas y advertencias sobre “enemigos” e “imprudencias”, son sus principales herramientas.
En lo que sigue expongo algunos aspectos históricos y políticos que han llevado a esta situación, las diferencias entre las realidades y los discursos sobre las que han sido construida, y un análisis de fundamentos que permita una perspectiva histórica más amplia. A partir de estos elementos propongo algunos derechos básicos que la ciudadanía puede esgrimir contra esta nueva forma de opresión, y las líneas fundamentales de lo que puede ser un programa de izquierda radical al respecto.


1. Dictadura real y dictadura imaginada
Los promotores de la democracia manipulada han sostenido sus pretensiones en un discurso que mistifica las dictaduras militares de los años 70 para producir el efecto de presentar todo compromiso culpable como realismo obligado y todo pequeño progreso como un triunfo sobre el terror.
La dictadura es presentada como terror homogéneo e indiscriminado, como exceso meramente militar, como oscurantismo carente de cualquier racionalidad que no sea el totalitarismo fascista y el ejercicio de la fuerza bruta. Con esta homogeneidad, que en Chile se habría extendido desde 1973 hasta 1989, los que sobrevivieron a dos o tres meses de encierro pueden hoy aparecer como torturados, a la par con los que fueron asesinados; los que volvieron al país a partir de 1980 pueden aparecer operando en la “clandestinidad”, bajo una constante amenaza de muerte; y los que en 1988 pactaron mantener la Constitución de Pinochet pueden ser considerados como astutos negociadores que habrían logrado derrotar la vanidad ciega y la estupidez de un tirano.
Cualquier ciudadano que forme parte de la enorme mayoría que se vio obligada al in-cilio durante esos diez y siete años puede recordar una realidad muy diferente. Cualquier investigación histórica que haya indagado en la racionalidad de esas dictaduras puede confirmar ese diagnóstico.


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