Fue una mujer con tantas batallas perdidas como ganadas. Superviviente de la familia, el colonialismo británico, el racismo, la guerra, la ilusión comunista, el ateísmo, la condición femenina, el amor, la fama, la autora de Historia de Londres no tuvo miedo a usar su libertad, y en mostrar sus desengaños y sus conversiones. A Doris Lessing, fallecida ayer domingo, no se le notó el triunfo. Esto le concedió el perdón y el reconocimiento, a pesar de ser, precisamente por su independencia, una de las autoras más molestas con los convencionalismos. Impertinente con el mundo, la literatura y la industria editorial, ha dejado escrito un incómodo legado que cuestiona la identidad de quien se conforma con su identidad.
Familia, la misma ruina de siempre
“¡No, yo no seré como ellos!”, escribió en el primer volumen de su autobiografía, en la que dibujó a un padre enfermo moralmente y herido en la Primera Guerra Mundial, y una madre dominante y frustrada por no poder desempeñar en la vida un papel social o profesional relevante. El retrato decadente y moral de la familia, que traza en la serie de cinco novelas (llamada Hijos de la violencia) que narran la historia de Martha Quest en la sociedad colonial de Rodesia del Sur (hoy Zimbabue), es una metáfora de la agonía final del Imperio Británico. Sólo la ruina es novelable y Lessing vivió evitando la desgracia, la revivió para escribir sobre ella. En la ficción aparecen sus fracasos matrimoniales y sus hijos abandonados cuando marcha a Inglaterra.
Comunismo, el desengaño inevitable
Fruto del desengaño debió pensar que la vida es demasiado rica como para encerrarla en una ideología, sobre todo, cuando ésta no era fiel a la verdad o trataba de esconder su cara más feroz. Su vida es la memoria de un desencanto ideológico, de toda una época y una generación entera, en la que “todo el mundo era comunista”, pero nadie se atrevió a denunciar los crímenes de Stalin. La receta del dogma es la peor de las enfermedades. Hasta la publicación del El cuaderno dorado (1962) Lessing era considerada el referente de la novela de la extrema izquierda anglosajona. A partir de ese momento, se mostró contraria al Partido Comunista, porque nada tenía que ver el comunismo que promulgaba con el “comunismo utópico que propugnaba el amor mutuo de toda la humanidad”. En este libro utiliza a su personaje Anna Wulf para recrear el tránsito por su decepción ideológica.
Sentada a la puerta de su casa de Londres (Reuters)
Racismo, un enemigo imbatible
1949. Doris Lessing deja a los 36 años de edad, un marido y sus dos hijos mayores en Sudáfrica, y llega al Reino Unido con el pequeño. Bajo el brazo lleva el manuscrito de su primera novela, Canta la hierba, que se publica con éxito en 1950, y donde ya enseña sus molestas cartas: toca hablar de racismo y del amante negro de una blanca recién casada por convención. Uno de los personajes borda estos planteamientos bárbaros: “Había leído lo suficiente sobre psicología para comprender el aspecto sexual de la discriminación racial, una de cuyas bases son los celos del hombre blanco de la superior potencia sexual del nativo. Le sorprendió ver la facilidad con que el objeto de aquellos celos, la mujer blanca, evadía aquella barrera. Sin embargo, durante la travesía había conocido a un médico con años de experiencia en un distrito del país, que le confió que le sorprendería saber el número de mujeres blancas que mantenían relaciones con negros. Tony pensó entonces que realmente le sorprendería; lo consideraba algo parecido a tener relaciones con un animal, a pesar de sus ideas ‘progresistas’”.
Lessing cuenta en una de las partes de su biografía cómo la injusticia del racismo colonial en Rodesia del Sur la llevó a fundar un partido comunista local. Se había dedicado a las causas progresistas desde su primera juventud. Hacerse comunista fue un acto de rebelión que más tarde ella definiría como “el acto más neurótico de mi vida”. Recuerda cómo uno solo de los comunistas que conoció en el país africano llevó su fe a las últimas consecuencias, su ex marido, padre de su tercer hijo y portador de su apellido, Gottfried Lessing.
Feminismo, la falsa épica
De cronista del racismo a novelista de izquierda, para desembocar -con Un paseo por la sombra (1997)- en defensora del feminismo. “Y de todas las interpretaciones equivocadas, la más equivocada fue la de las feministas. Se equivocaron como los comunistas, haciendo de la vida una cuestión ideológica, pero la vida sigue su curso sin ellas y hasta contra ellas”, escribió sobre la lectura que se hizo del libro. Contraria al feminismo “cuando roza el fundamentalismo”, desmitificadora de la obsesión por lo freudiano, su vida fue un proceso continuo de conversión. Desde el comunismo al individualismo, desde el ateísmo a la espiritualidad trascendental de las religiones orientales. “Este asunto de descubrir quién soy siempre me ha despertado curiosidad”. Admite la escritora al principio de sus autobiografías. Un paseo por la sombrarecrea las dificultades de sus primeros días en Londres, con su hijo, su labor como escritora y sus trabajos. La heroína de un mundo agresivo y violento.
Industria editorial, la gran mentira
A la Premio Nobel de Literatura del año 2007 se le reconoce una fina inteligencia y aventajada ironía, de las que se ha servido para sorprender y desconcertar a sus lectores con incursiones en la ciencia ficción. Pero ha sido para ajustar cuentas con la industria editorial y con los críticos literarios cuando más sarcástica se ha mostrado. Lessing se hizo pasar en 1984 –con 65 años- por Jane Somers, autora novel, que presentó dos novelas: Si la vejez pudiera y Los diarios de Jane Somers. La intención del seudónimo era desvelar los defectos de su sector. Sus propios editores rechazaron los originales y cuando logró publicarlos fueron completamente ignorados por la prensa y los críticos. Cuando desveló su identidad calificó la trampa como “broma aleccionadora”, con la que demostró que el rechazo a veces no tiene tanto que ver con la calidad ni el talento, como con el nombre del autor (conocido) .
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