SERGIO GREZ TOSO, DOCTOR EN
HISTORIA
“11 de septiembre de 1973:
Una fractura histórica de grandes”
- “El golpe fue una
derrota estratégica del movimiento de los trabajadores, del mundo
popular…”
- “El pensamiento
neoliberal engendró un proyecto extremadamente radical de derecha
que proponía una verdadera revolución capitalista”.
Sergio Grez Toso,
Doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales de París y actual coordinador del Doctorado en Historia de
la Universidad de Chile, que ha concentrado su obra en los estudios
históricos sobre los movimientos sociales, afirma que el lugar que
le corresponde al Golpe Militar de 1973 “representa una fractura
histórica de grandes proporciones, En primer lugar fue la
culminación del fracaso del modelo desarrollista, que venía en
crisis desde hacía mucho tiempo, desde fines de los años 40 y que
no logró sacar a Chile de su carácter de país dependiente
primario-exportador. La crisis final se precipitó desde mediados de
la década de 1960 debido a la gran presión social de los sectores
populares, lo que a su vez generó una resistencia feroz de las
clases dominantes y del capital transnacional, predominantemente
norteamericano, que sintieron gravemente amenazados sus intereses”.
¿Qué representa
el Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973 en la historia de
Chile?
Representa una
fractura histórica de grandes proporciones. En primer lugar fue la
culminación del fracaso del modelo desarrollista basado en la
sustitución de importaciones, que venía en crisis desde hacía
mucho tiempo, desde fines de los años 40, y que no logró sacar a
Chile de su carácter de país dependiente primario-exportador. La
crisis final se precipitó desde mediados de la década de 1960
debido a la gran presión social de los sectores populares, lo que a
su vez generó una resistencia feroz de las clases dominantes y del
capital transnacional, predominantemente norteamericano, que
sintieron gravemente amenazados sus intereses.
¿Cuál es el
impacto y transformación a nivel del Estado?
El golpe y la
dictadura significaron el término del “Estado asistencial” que
se había instalando progresivamente en Chile desde mediados de los
años veinte, y que en plan político se caracterizaba como un
“Estado de compromiso” Este tipo de Estado fue sustituido
violentamente, literalmente a sangre y fuego, por el “Estado
subsidiario”, que tiende a desembarazarse de sus roles económicos
y sociales, para depositarlos en manos de la iniciativa privada,
dejando al libre juego de las fuerzas económicas y el mercado la
solución de los problemas económicos y sociales. La dictadura
significó muchas cosas, como por ejemplo, pérdidas de derechos
históricos de los trabajadores y de las capas medias, cercenamiento
brutal de las libertades e instauración, en una primera fase, de una
dictadura terrorista militar-empresarial, que procedió a una
transformación profunda del sistema capitalista chileno, cuyo
resultado es la sociedad neoliberal que tenemos hasta el día de hoy.
¿Cómo afectó al
protagonismo histórico del movimiento popular?
También esto
representó una fractura de marca mayor respecto del desarrollo del
movimiento popular en Chile, que venía en un proceso constante
–aunque no lineal- de acumulación de fuerzas desde fines del siglo
XIX, que se vio brutalmente interrumpido por el golpe y la dictadura.
Desde mediados de la década del 30, los sectores políticos
mayoritarios de la izquierda agrupados en el Partido Socialista y el
Partido Comunista, habían optado por una vía pacífica,
parlamentaria, de carácter reformista, con una participación
sistemática en las elecciones para conquistar espacios de poder en
la institucionalidad política cuya culminación fue el gobierno de
Allende, máxima expresión de esta línea y desarrollo político.
El golpe fue una
derrota estratégica del movimiento de trabajadores, del mundo
popular en general y de la izquierda política en particular. Ese
fue, precisamente, uno de los objetivos de los golpistas, que no
aspiraban solo a acabar con un gobierno cuyas medidas lesionaban a
los sectores hegemónicos, sino que también buscaban infligir una
derrota al movimiento obrero y popular de la cual no pudiera
recuperarse en muchísimo tiempo. Ojalá, en las aspiraciones de los
putchistas, una
derrota definitiva.
¿En una hipótesis
de historia contrafactual, cuál hubiese sido la evolución del
proceso popular y el desarrollo de la crisis sin mediar el Golpe
Militar?
Siempre es aventurado
hacer historia contrafactual, pero ese modelo de economía y de
Estado iba a una crisis terminal tarde o temprano. Si no era en 1973
hubiese sido muy poco tiempo después, porque un año más tarde nos
encontramos ante una crisis mundial gatillada por el shock petrolero
y luego se produjeron grandes convulsiones en todo el mundo.
También es evidente
que, independiente de la solución de ingeniería política que se le
hubiese pretendido dar a la crisis política el 73, por ejemplo a
través de la convocatoria del plebiscito que pensaba convocar el
presidente Allende, esto no implicaba necesariamente el
desmantelamiento voluntario del movimiento popular. Cuesta pensar, en
esta historia contrafactual, que un acuerdo entre la UP (o una parte
de ella) y la DC, hubiese significado automáticamente que los
trabajadores que ocupaban fábricas, fundos y empresas de diverso
tipo las hubiesen entregado fácilmente. Cuesta imaginar que una
serie de organismos que se autoconcebían como gérmenes de poder
popular, como cordones industriales, consejos campesinos, comandos
comunales e incluso las JAP y otros de sesgo más moderado, se
hubiesen desintegrado y bajado sus reivindicaciones y acciones debido
a un acuerdo entre las cúpulas políticas. No es para nada evidente
que a esas alturas del proceso político ciertos acuerdos cupulares
hubiesen puesto fin a la crisis, ya que exigencias populares no se
limitaban a reivindicaciones de tipo gremial o económico, sino que
eran de carácter político, porque lo que estaba en el centro del
debate era el asunto del poder.
¿Cómo se puede explicar la radical violencia del
Golpe Militar?
Lo primero que hay
que puntualizar es que el grado de violencia de la dictadura en Chile
no fue mayor que la perpetrada por la dictadura en Argentina u otras
en Latinoamérica como las de El Salvador, Nicaragua o Guatemala. Las
atrocidades y masividad de la represión en esos países fueron
iguales o superiores a las que sufrimos en Chile. Esto tiene que ver
con cuestiones de contexto político y simbólico. En primer lugar
porque la experiencia previa al golpe era mucho más radical que la
ocurrida en Argentina. En Chile no se trataba de la propuesta de un
nuevo ciclo populista como fue la nueva llegada al gobierno del
peronismo a comienzos de la década de los 70, sino de un proyecto
que buscaba despejar el camino para una construcción socialista. Las
banderas de lucha y objetivos del movimiento popular y del gobierno
de Allende eran muchos más ambiciosas y radicales que en cualquier
otro país de la región. Además, en el plano simbólico, está el
bombardeo de La Moneda. El Golpe de Estado en Chile se dio en un solo
día al cabo del cual las fuerzas armadas tuvieron el control total
del país. A diferencia de Argentina, país en el que si bien el
golpe también se dio en un día, la represión masiva se venía
efectuando desde mucho antes. En Chile se ejerció una violencia y
brutalidad muy concentrada en el tiempo y el espacio geográfico que
tuvo un alto impacto simbólico y mediático en todo el mundo.
¿Se puede
afirmar, bajo la premisa de Benjamin, de una violencia fundadora?
Efectivamente, así
fue. Un componente de la radicalidad de la violencia tiene que ver
con el elemento neoliberal que las élites pensantes de la clase
dominante chilena, formadas en la escuela de Chicago, venían
incubando desde la segunda mitad de los años 50. Este pensamiento,
que fue trabajado durante casi dos décadas, engendró un proyecto
extremadamente radical de derecha que proponía una verdadera
revolución capitalista.
Para hacerlo realidad
era imprescindible usar métodos que no dejaran ninguna posibilidad
de reacción de quienes iban a ser afectados por estas medidas. Era
inconcebible creer que cambios tan drásticos en el sistema de
salud, en la educación, la seguridad social y en los derechos
laborales pudieran realizarse con “métodos democráticos”. Hay
un vínculo directo entre instalación del modelo económico
neoliberal y violación masiva de los derechos humanos. La hipocresía
de la élite política neoliberal consiste en separar una cosa de la
otra. Frecuentemente escuchamos o leemos análisis hechos por
representantes de la derecha clásica y de la propia Concertación
que establecen una división entre los “aspectos buenos” de la
dictadura, la modernización de la economía, y “aspectos malos”,
la violación de los derechos humanos. Dichos análisis son falsos y
carentes de sustento real. La “obra” de la dictadura es un bloque
indivisible. Una parte, la transformación económica neoliberal, no
hubiese podido realizarse sin la otra. Las violaciones sistemáticas
y masivas de los derechos humanos, la conculcación de libertades y
la instalación de una dictadura terrorista eran la condición sine
qua non para la concreción de las
transformaciones neoliberales en el contexto del desarrollo político
chileno de los 70.
Después de la Dictadura Militar, ¿qué ha pasado
con la evolución de la derecha política?
La derecha chilena se
ha mimetizado gracias a las características que ha tenido la
transición) a la democracia (pactada, limitada y vigilada) y con la
inestimable ayuda de los gobiernos de la Concertación, que so
pretexto del “diálogo republicano”, la “amistad cívica” y
la gobernabilidad, permitieron el blanqueamiento de la derecha que
estuvo asociada a la dictadura. Una parte de la derecha tradicional
tomó cierta distancia de la dictadura y otra la sigue reivindicando.
Ambas conviven en los mismos partidos, RN y UDI. Esta derecha ha
podido metamorfosearse y rehacer una suerte de virginidad política.
A tal punto esa operación ha sido exitosa que luego de 20 años de
administración del modelo económico con ciertos correctivos
sociales por parte de la Concertación, la derecha tradicional pudo
ganar las elecciones presidenciales el 2010 y se ha erigido
discursivamente como la principal garante del modelo.
¿Qué papel juegan hoy día los militares?
Luego de la salida de
la escena política de Pinochet, se han ido paulatinamente retirando
de la esfera pública, se mantienen como poder fáctico, se centran
en su rol garante del Estado nacional y del sistema social que impera
en este Estado-nación, como última salvaguarda en caso de nueva
necesidad.
¿Qué ha pasado con la figura del sujeto
revolucionario?
El sujeto
transformador hoy no es claro ni evidente, no es unívoco. Sigo
pensando que el principal sujeto de transformación potencial son los
trabajadores, los asalariados, pero no exclusivamente ellos. Por
ejemplo, están los mapuches que viven en sus comunidades en el
Wallmapu, que luchan por la recuperación de sus derechos. Están
también los estudiantes que han emergido como fuerza de
consideración. Hay que dejar la búsqueda del sujeto mesiánico
portador de la emancipación en sí, como se pensaba hace unas
décadas, identificándolo particularmente con un proletariado al que
se le atribuían virtudes prometeicas.
¿Cuál es la
característica del actual movimiento popular?
Hoy día está
surgiendo un sujeto contestatario multiforme, conformado por sectores
del mundo obrero, mapuches, estudiantes, jóvenes, ecologistas,
mujeres, con una variedad muy grande. Más que la pertenencia a un
sector social, es la posición ante el conflicto social y político
que los sujetos están asumiendo lo que tiende a definirlos más o
menos como potenciales sujetos capaces de recoger la herencia de los
antiguos movimientos sociales y proyectarlas en nuevos términos
según las actuales condiciones. Un ejemplo muy relevante es lo que
ha ocurrido recientemente con los trabajadores portuarios, cuyo paro
nacional fue esencialmente por solidaridad con sus compañeros de
Mejillones, más que por las reivindicaciones propias de cada puerto.
Lo que implica que se está produciendo una especie de retoma de uno
de los hilos conductores que habían caracterizado al movimiento
obrero, que era la solidaridad de clase.
¿Se percibe
alguna vinculación con el movimiento popular histórico?
Hay una preocupación
en crecientes sectores de la base social por recuperar esa memoria
histórica y eso se refleja en continuas demandas por insumos
históricos que nos formulan los movimientos sociales bajo la forma
de charlas, conferencias, participación en foros, escritura de
artículos para sus medios de comunicación, etc. No se trata de que
los movimientos actuales aspiren a repetir mecánicamente el pasado,
sino de un interés por conocer la historia, para alimentar su propia
reflexión.
¿Es verosímil hoy día la representación
política transformadora en su versión clásica?
El ideal
revolucionario para algunos actores sigue siendo verosímil, aunque
no para el grueso de la población chilena. Este ideal subsiste y se
desarrolla en segmentos de la juventud estudiantil y poblacional y en
sectores de trabajadores, pero hasta ahora ellos carecen de las
representaciones políticas que en algún momento de nuestra historia
encarnaron esos ideales, porque hay un descrédito de las formaciones
políticas tradicionales.
Hay una evidente
carencia de alternativas. Aquí hay un problema político serio,
porque los movimientos sociales van a continuar su desarrollo, y ante
la ausencia de representaciones políticas que expresen lo nuevo que
viene desde abajo, van a estar condenadas a un eterno ciclo de
bronca, protestas, movilización y fracaso al no poder darle un cauce
proyectual a sus demandas y al no poder jugar en el escenario
político nacional para convertirse en un actor con posibilidades de
ejercer poder. Esto se articula con temas muchos más amplios que no
tenemos tiempo de desarrollar en esta entrevista que se relacionan
con la necesaria refundación política del Estado de Chile a través
de una Asamblea Constituyente.
Existe anomia
política, tenemos movimientos sociales que no logran representarse
políticamente y se observa un empantanamiento político general de
la sociedad chilena, debido a la alternancia entre dos bloques que se
disputan la administración del modelo, con propuestas de meras
reformas que están dentro de los márgenes posibles, mientras los
movimientos sociales quieren romper con él, pero pierden efectividad
por carecer de instrumentos, vías y estrategias políticas para que
eso se concrete. Es peligroso que los movimientos sociales caigan en
esta anomia, y que las elites políticas se mantengan insensibles
ante los problemas estructurales. Los escenarios que se pueden
presentar son impredecibles, esta situación no puede reproducirse
eternamente, porque la población en algún momento dirá basta.
Entrevista
publicada en Revista Occidente,
N°431, Santiago, agosto de 2013, págs. 14-16.
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