Chile - Sergio Grez: “11 de septiembre de 1973: Una fractura histórica de grandes proporciones”

Posted by Nuestra publicación: on martes, septiembre 10, 2013

SERGIO GREZ TOSO, DOCTOR EN HISTORIA
11 de septiembre de 1973: Una fractura histórica de grandes”

  • El golpe fue una derrota estratégica del movimiento de los trabajadores, del mundo popular…”
  • El pensamiento neoliberal engendró un proyecto extremadamente radical de derecha que proponía una verdadera revolución capitalista”.


Sergio Grez Toso, Doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y actual coordinador del Doctorado en Historia de la Universidad de Chile, que ha concentrado su obra en los estudios históricos sobre los movimientos sociales, afirma que el lugar que le corresponde al Golpe Militar de 1973 “representa una fractura histórica de grandes proporciones, En primer lugar fue la culminación del fracaso del modelo desarrollista, que venía en crisis desde hacía mucho tiempo, desde fines de los años 40 y que no logró sacar a Chile de su carácter de país dependiente primario-exportador. La crisis final se precipitó desde mediados de la década de 1960 debido a la gran presión social de los sectores populares, lo que a su vez generó una resistencia feroz de las clases dominantes y del capital transnacional, predominantemente norteamericano, que sintieron gravemente amenazados sus intereses”.
¿Qué representa el Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973 en la historia de Chile?
Representa una fractura histórica de grandes proporciones. En primer lugar fue la culminación del fracaso del modelo desarrollista basado en la sustitución de importaciones, que venía en crisis desde hacía mucho tiempo, desde fines de los años 40, y que no logró sacar a Chile de su carácter de país dependiente primario-exportador. La crisis final se precipitó desde mediados de la década de 1960 debido a la gran presión social de los sectores populares, lo que a su vez generó una resistencia feroz de las clases dominantes y del capital transnacional, predominantemente norteamericano, que sintieron gravemente amenazados sus intereses.
¿Cuál es el impacto y transformación a nivel del Estado?
El golpe y la dictadura significaron el término del “Estado asistencial” que se había instalando progresivamente en Chile desde mediados de los años veinte, y que en plan político se caracterizaba como un “Estado de compromiso” Este tipo de Estado fue sustituido violentamente, literalmente a sangre y fuego, por el “Estado subsidiario”, que tiende a desembarazarse de sus roles económicos y sociales, para depositarlos en manos de la iniciativa privada, dejando al libre juego de las fuerzas económicas y el mercado la solución de los problemas económicos y sociales. La dictadura significó muchas cosas, como por ejemplo, pérdidas de derechos históricos de los trabajadores y de las capas medias, cercenamiento brutal de las libertades e instauración, en una primera fase, de una dictadura terrorista militar-empresarial, que procedió a una transformación profunda del sistema capitalista chileno, cuyo resultado es la sociedad neoliberal que tenemos hasta el día de hoy.
¿Cómo afectó al protagonismo histórico del movimiento popular?
También esto representó una fractura de marca mayor respecto del desarrollo del movimiento popular en Chile, que venía en un proceso constante –aunque no lineal- de acumulación de fuerzas desde fines del siglo XIX, que se vio brutalmente interrumpido por el golpe y la dictadura. Desde mediados de la década del 30, los sectores políticos mayoritarios de la izquierda agrupados en el Partido Socialista y el Partido Comunista, habían optado por una vía pacífica, parlamentaria, de carácter reformista, con una participación sistemática en las elecciones para conquistar espacios de poder en la institucionalidad política cuya culminación fue el gobierno de Allende, máxima expresión de esta línea y desarrollo político.
El golpe fue una derrota estratégica del movimiento de trabajadores, del mundo popular en general y de la izquierda política en particular. Ese fue, precisamente, uno de los objetivos de los golpistas, que no aspiraban solo a acabar con un gobierno cuyas medidas lesionaban a los sectores hegemónicos, sino que también buscaban infligir una derrota al movimiento obrero y popular de la cual no pudiera recuperarse en muchísimo tiempo. Ojalá, en las aspiraciones de los putchistas, una derrota definitiva.
¿En una hipótesis de historia contrafactual, cuál hubiese sido la evolución del proceso popular y el desarrollo de la crisis sin mediar el Golpe Militar?
Siempre es aventurado hacer historia contrafactual, pero ese modelo de economía y de Estado iba a una crisis terminal tarde o temprano. Si no era en 1973 hubiese sido muy poco tiempo después, porque un año más tarde nos encontramos ante una crisis mundial gatillada por el shock petrolero y luego se produjeron grandes convulsiones en todo el mundo.
También es evidente que, independiente de la solución de ingeniería política que se le hubiese pretendido dar a la crisis política el 73, por ejemplo a través de la convocatoria del plebiscito que pensaba convocar el presidente Allende, esto no implicaba necesariamente el desmantelamiento voluntario del movimiento popular. Cuesta pensar, en esta historia contrafactual, que un acuerdo entre la UP (o una parte de ella) y la DC, hubiese significado automáticamente que los trabajadores que ocupaban fábricas, fundos y empresas de diverso tipo las hubiesen entregado fácilmente. Cuesta imaginar que una serie de organismos que se autoconcebían como gérmenes de poder popular, como cordones industriales, consejos campesinos, comandos comunales e incluso las JAP y otros de sesgo más moderado, se hubiesen desintegrado y bajado sus reivindicaciones y acciones debido a un acuerdo entre las cúpulas políticas. No es para nada evidente que a esas alturas del proceso político ciertos acuerdos cupulares hubiesen puesto fin a la crisis, ya que exigencias populares no se limitaban a reivindicaciones de tipo gremial o económico, sino que eran de carácter político, porque lo que estaba en el centro del debate era el asunto del poder.
¿Cómo se puede explicar la radical violencia del Golpe Militar?
Lo primero que hay que puntualizar es que el grado de violencia de la dictadura en Chile no fue mayor que la perpetrada por la dictadura en Argentina u otras en Latinoamérica como las de El Salvador, Nicaragua o Guatemala. Las atrocidades y masividad de la represión en esos países fueron iguales o superiores a las que sufrimos en Chile. Esto tiene que ver con cuestiones de contexto político y simbólico. En primer lugar porque la experiencia previa al golpe era mucho más radical que la ocurrida en Argentina. En Chile no se trataba de la propuesta de un nuevo ciclo populista como fue la nueva llegada al gobierno del peronismo a comienzos de la década de los 70, sino de un proyecto que buscaba despejar el camino para una construcción socialista. Las banderas de lucha y objetivos del movimiento popular y del gobierno de Allende eran muchos más ambiciosas y radicales que en cualquier otro país de la región. Además, en el plano simbólico, está el bombardeo de La Moneda. El Golpe de Estado en Chile se dio en un solo día al cabo del cual las fuerzas armadas tuvieron el control total del país. A diferencia de Argentina, país en el que si bien el golpe también se dio en un día, la represión masiva se venía efectuando desde mucho antes. En Chile se ejerció una violencia y brutalidad muy concentrada en el tiempo y el espacio geográfico que tuvo un alto impacto simbólico y mediático en todo el mundo.
¿Se puede afirmar, bajo la premisa de Benjamin, de una violencia fundadora?
Efectivamente, así fue. Un componente de la radicalidad de la violencia tiene que ver con el elemento neoliberal que las élites pensantes de la clase dominante chilena, formadas en la escuela de Chicago, venían incubando desde la segunda mitad de los años 50. Este pensamiento, que fue trabajado durante casi dos décadas, engendró un proyecto extremadamente radical de derecha que proponía una verdadera revolución capitalista.
Para hacerlo realidad era imprescindible usar métodos que no dejaran ninguna posibilidad de reacción de quienes iban a ser afectados por estas medidas. Era inconcebible creer que cambios tan drásticos en el sistema de salud, en la educación, la seguridad social y en los derechos laborales pudieran realizarse con “métodos democráticos”. Hay un vínculo directo entre instalación del modelo económico neoliberal y violación masiva de los derechos humanos. La hipocresía de la élite política neoliberal consiste en separar una cosa de la otra. Frecuentemente escuchamos o leemos análisis hechos por representantes de la derecha clásica y de la propia Concertación que establecen una división entre los “aspectos buenos” de la dictadura, la modernización de la economía, y “aspectos malos”, la violación de los derechos humanos. Dichos análisis son falsos y carentes de sustento real. La “obra” de la dictadura es un bloque indivisible. Una parte, la transformación económica neoliberal, no hubiese podido realizarse sin la otra. Las violaciones sistemáticas y masivas de los derechos humanos, la conculcación de libertades y la instalación de una dictadura terrorista eran la condición sine qua non para la concreción de las transformaciones neoliberales en el contexto del desarrollo político chileno de los 70.
Después de la Dictadura Militar, ¿qué ha pasado con la evolución de la derecha política?
La derecha chilena se ha mimetizado gracias a las características que ha tenido la transición) a la democracia (pactada, limitada y vigilada) y con la inestimable ayuda de los gobiernos de la Concertación, que so pretexto del “diálogo republicano”, la “amistad cívica” y la gobernabilidad, permitieron el blanqueamiento de la derecha que estuvo asociada a la dictadura. Una parte de la derecha tradicional tomó cierta distancia de la dictadura y otra la sigue reivindicando. Ambas conviven en los mismos partidos, RN y UDI. Esta derecha ha podido metamorfosearse y rehacer una suerte de virginidad política. A tal punto esa operación ha sido exitosa que luego de 20 años de administración del modelo económico con ciertos correctivos sociales por parte de la Concertación, la derecha tradicional pudo ganar las elecciones presidenciales el 2010 y se ha erigido discursivamente como la principal garante del modelo.
¿Qué papel juegan hoy día los militares?
Luego de la salida de la escena política de Pinochet, se han ido paulatinamente retirando de la esfera pública, se mantienen como poder fáctico, se centran en su rol garante del Estado nacional y del sistema social que impera en este Estado-nación, como última salvaguarda en caso de nueva necesidad.
¿Qué ha pasado con la figura del sujeto revolucionario?
El sujeto transformador hoy no es claro ni evidente, no es unívoco. Sigo pensando que el principal sujeto de transformación potencial son los trabajadores, los asalariados, pero no exclusivamente ellos. Por ejemplo, están los mapuches que viven en sus comunidades en el Wallmapu, que luchan por la recuperación de sus derechos. Están también los estudiantes que han emergido como fuerza de consideración. Hay que dejar la búsqueda del sujeto mesiánico portador de la emancipación en sí, como se pensaba hace unas décadas, identificándolo particularmente con un proletariado al que se le atribuían virtudes prometeicas.
¿Cuál es la característica del actual movimiento popular?
Hoy día está surgiendo un sujeto contestatario multiforme, conformado por sectores del mundo obrero, mapuches, estudiantes, jóvenes, ecologistas, mujeres, con una variedad muy grande. Más que la pertenencia a un sector social, es la posición ante el conflicto social y político que los sujetos están asumiendo lo que tiende a definirlos más o menos como potenciales sujetos capaces de recoger la herencia de los antiguos movimientos sociales y proyectarlas en nuevos términos según las actuales condiciones. Un ejemplo muy relevante es lo que ha ocurrido recientemente con los trabajadores portuarios, cuyo paro nacional fue esencialmente por solidaridad con sus compañeros de Mejillones, más que por las reivindicaciones propias de cada puerto. Lo que implica que se está produciendo una especie de retoma de uno de los hilos conductores que habían caracterizado al movimiento obrero, que era la solidaridad de clase.
¿Se percibe alguna vinculación con el movimiento popular histórico?
Hay una preocupación en crecientes sectores de la base social por recuperar esa memoria histórica y eso se refleja en continuas demandas por insumos históricos que nos formulan los movimientos sociales bajo la forma de charlas, conferencias, participación en foros, escritura de artículos para sus medios de comunicación, etc. No se trata de que los movimientos actuales aspiren a repetir mecánicamente el pasado, sino de un interés por conocer la historia, para alimentar su propia reflexión.
¿Es verosímil hoy día la representación política transformadora en su versión clásica?
El ideal revolucionario para algunos actores sigue siendo verosímil, aunque no para el grueso de la población chilena. Este ideal subsiste y se desarrolla en segmentos de la juventud estudiantil y poblacional y en sectores de trabajadores, pero hasta ahora ellos carecen de las representaciones políticas que en algún momento de nuestra historia encarnaron esos ideales, porque hay un descrédito de las formaciones políticas tradicionales.
Hay una evidente carencia de alternativas. Aquí hay un problema político serio, porque los movimientos sociales van a continuar su desarrollo, y ante la ausencia de representaciones políticas que expresen lo nuevo que viene desde abajo, van a estar condenadas a un eterno ciclo de bronca, protestas, movilización y fracaso al no poder darle un cauce proyectual a sus demandas y al no poder jugar en el escenario político nacional para convertirse en un actor con posibilidades de ejercer poder. Esto se articula con temas muchos más amplios que no tenemos tiempo de desarrollar en esta entrevista que se relacionan con la necesaria refundación política del Estado de Chile a través de una Asamblea Constituyente.
Existe anomia política, tenemos movimientos sociales que no logran representarse políticamente y se observa un empantanamiento político general de la sociedad chilena, debido a la alternancia entre dos bloques que se disputan la administración del modelo, con propuestas de meras reformas que están dentro de los márgenes posibles, mientras los movimientos sociales quieren romper con él, pero pierden efectividad por carecer de instrumentos, vías y estrategias políticas para que eso se concrete. Es peligroso que los movimientos sociales caigan en esta anomia, y que las elites políticas se mantengan insensibles ante los problemas estructurales. Los escenarios que se pueden presentar son impredecibles, esta situación no puede reproducirse eternamente, porque la población en algún momento dirá basta.

Entrevista publicada en Revista Occidente, N°431, Santiago, agosto de 2013, págs. 14-16.