El doble trato de
las autoridades no es una casualidad, es la consecuencia de que Chile es una
sociedad claramente dividida en clases sociales
Por Luis Mesina
Como consecuencia
del asesinato del compañero Juan Pablo Jiménez, dirigente sindical de
AZETA, empresa subcontratista de CHILECTRA, muchos trabajadores, incluso
dirigentes, pedían el mismo trato que el gobierno dio a la familia
terrateniente Luchsinger cuando fueron asesinados en Temuco y que
significó que el Estado chileno movilizara muchas instituciones y
desplegara el máximo de recursos y medios en busca de los responsables. En
menos de 48 horas, la policía ya había detenido a dirigentes mapuches imputándoles,
sin ninguna prueba, la responsabilidad en dicho crimen.
La muerte, más
concretamente, el asesinato de un trabajador al interior de una empresa siempre
será un hecho grave, lamentable y repudiable. Sin embargo, adquiere una
relevancia mayor tratándose de un dirigente sindical que, justamente, se
hallaba preparando acciones para denunciar las prácticas abusivas de esta
empresa, cuyo historial en el tratamiento de los derechos laborales está teñida
con la muerte de otro trabajador en el pasado reciente.
¿Qué conclusiones podemos sacar los
trabajadores frente a este hecho?
Que el tan
cacareado “Estado de Derecho” al que tanto recurren los poderosos y, que los
presidentes Frei y Lagos se esforzaron en garantizar a cualquier precio con tal
de dar “estabilidad” a los dueños de Chile, no es más que un ordenamiento
político y jurídico que permite garantizar a cada cual “lo que se merece”: a
los ricos, seguridad jurídica, económica y policial para mantener y seguir
incrementando su ilegítima riqueza; y a los pobres, subsidios,
represión y castigo para que no se subleven pidiendo justicia y mejores
salarios. Frei, amparándose en el “Estado de Derecho” alegó “razones de
Estado” para poner fin a la investigación que condenaba al hijo de Pinochet
(“pinocheques”) a terminar en la cárcel; luego, por las mismas razones,
movilizó todas las instituciones del Estado chileno, invirtiendo millones de
dólares, para evitar que Pinochet fuera juzgado y condenado en Inglaterra.
Igualmente, haciendo uso de las franquicias del “Estado de Derecho”, Lagos,
desconociendo todo el historial de Horst Paulmann, que lo vinculaban a un
pasado nazi, le otorgó la “nacionalidad por gracia”, y agregó: “ello,
gracias a su tremendo aporte a Chile”. Paulmann es aficionado a
destruir sindicatos, aplica permanentemente prácticas antisindicales pagando
salarios de hambre, evade el pago de impuestos, etc. ¿Cuál es su aporte a
Chile?.
Cuando se nos
obliga a respetar el “Estado de Derecho”, lo que se busca es que los
trabajadores no rompamos con el ordenamiento jurídico que ellos han diseñado y
materializado para perpetuar su poder. Aparentemente, las leyes las promulgan
desde el Ejecutivo y luego las sanciona el Legislativo. Eso es apariencia. La
verdad, es que las leyes responden a correlaciones de fuerzas entre las clases
sociales y se adecuan a contextos determinados. En nuestro
país, la mayor parte de las leyes, especialmente las laborales, son
funcionales al empresariado y se adaptan permanentemente a sus intereses.
El mejor ejemplo es que en Chile negocia menos del 7% de la fuerza de trabajo.
La ley de subcontratación, que permite la existencia de empresas como Azeta
donde murió Juan Pablo, responde a las estrategias de las grandes compañías
para bajar los costos, precarizando el empleo y bajando al máximo los
salarios. En consecuencia, ninguna ley está hecha para favorecer los intereses
de los desposeídos. Quienes han hecho las leyes en estos últimos 40 años, no
han sido los gobernantes de turno, han sido los grandes empresarios: los Matte,
los Luksic, Paulmann, Angelini, Yarur, etc. Son ellos quienes construyen la
agenda y que los gobiernos aplican cautelando uno de sus principios esenciales
en todas las áreas de la sociedad, el lucro y la iniciativa privada como
fundamento de toda su filosofía.
Es falso, de
falsedad absoluta, que todos “somos iguales”. La jerarquía eclesiástica que
promueve este discurso, especialmente la Católica vinculada en estos años a las
más horrendas conductas contra menores, se empeña en dictar cátedra sobre
“moral” y trata de convencernos que somos todos iguales, ¿iguales en
qué?- Por supuesto que en los ingresos no. Pero, además, tenemos distinta
moral. Ellos creen en la explotación del hombre por el hombre; creen que el
crecimiento personal es fruto del esfuerzo individual y no influye el contexto
socio económico donde la persona nació. Nosotros, creemos que la riqueza es
consecuencia del trabajo humano colectivo, en vinculación armoniosa y
respetuosa con la naturaleza; ellos, no trepidan en destruirla si pueden
obtener lucro; se apropian de la riqueza que nosotros generamos. Ellos creen en
la salud, en la educación y en la previsión privada; nosotros en cambio,
creemos que la salud, la educación y la previsión son derechos fundamentales
irrenunciables que el Estado debe garantizar a todos los trabajadores, tanto en
su vida activa como pasiva, independiente de su condición social, y que por
tanto no puede estar sujeta al lucro. Ellos, creen en el individualismo y
apoyan a sacerdotes vinculados a las más atroces y espurias conductas, como
Karadima. Los trabajadores, creyentes o no, creen en lo colectivo, en el
esfuerzo mancomunado y practican la solidaridad real como parte de su vida, con
sus escuálidos ingresos. Ellos, solidarizan con cargo a franquicias tributarias
como los hacen por ejemplo en la Teletón.
En nada nos
parecemos a ellos.
Nada tenemos en
común con los empresarios, al contrario, su filosofía es atentatoria a nuestra
propia existencia, nos condenan a la barbarie. Nos impiden ser felices.
Sólo durante enero, se desarrollaron más de 20 huelgas donde los trabajadores
demandaban cosas pequeñas, como respeto, dignidad y pequeños aumentos
salariales. La respuesta mayoritaria fue de prepotencia e intransigencia y no
es porque sean empresas que tengan pérdidas, al contrario, son compañías con
cuantiosas utilidades. El problema es otro, ellos no están dispuestos a ceder,
es un tema ideológico, quieren hacer desaparecer al Sindicato como sujeto de
derecho, quieren eliminar del vocabulario la palabra “colectivo”, y no cederán
por muchas huelgas parciales que hagamos. La conclusión que debemos inferir, es
que estamos en una etapa de la historia que exige una nueva estrategia, pero
sustentada en una “nueva moral”, es decir, un nuevo conjunto de prácticas, de
creencias que tome en cuenta que nunca la justicia laboral vendrá de la caridad
de los empresarios, mucho menos el mejoramiento de la calidad de vida de los
trabajadores, en especial de ese 75% de chilenos que trabajan por un ingreso
inferior a los 350 mil mensuales.
Lo hemos dicho, los
trabajadores queremos vivir en paz, pero los empresarios no nos dejan. Nos
declaran la guerra en todos los frentes: en los bancos, en las AFP, en las
Isapres, en el Retail, en las farmacias, en las clínicas, en las universidades
privadas, en el gran comercio, o sea, en todas partes. Nos atacan con los
cobros abusivos, con tasas de intereses usureras, con costos de administración
que nadie entiende. ¿Y cuál es el rol de Estado en esta materia? Reafirmar el
carácter civil (liberal) de las relaciones laborales y sociales del país, donde
sea el “mercado” (por mercado entiéndase, colusión de los poderosos
para fijar precios y políticas, jamás piense en libertad entre oferta y demanda)
quien las resuelva, despojando al Estado del rol tutelar de los derechos
fundamentales.
¿Qué nos queda? una
sola cosa, prepararnos para esta guerra declarada. ¿Cómo? Con más unidad y con
más organización. Unificando todas las iniciativas de los que luchan, de los
que mantienen en alto la autonomía y la independencia política y que no están
dispuestos a capitularle ni al gobierno de turno ni a los empresarios. Con una
organización clasista que represente sólo los intereses de los trabajadores y
que jamás pacte a espaldas con las autoridades, que jamás hipoteque su
independencia apoyando gobiernos liberales. Este esfuerzo exige mucha
generosidad de todos, desterrar las prácticas sectarias, pero, siendo
profundamente intransigente en el respeto a la autonomía, lo que exige
sobrepasar a la burocracia sindical que es uno de los peores escollos que tenemos
los trabajadores para avanzar.
¿Qué formas de
lucha? Todas
Los trabajadores
ante la imposibilidad de ejercitar derechos fundamentales estamos en todo
nuestro derecho de buscar otras formas de lucha, que superen los marcos
estrechos de esta legislación espuria elaborada por ellos mismos para frenar
nuestras organizaciones en la defensa de nuestros derechos. En Temuco, los
empresarios, muchos de ellos terratenientes, sin tapujos se armaron y
amenazaron que defenderían a balazos sus propiedades e intereses y contaron con
el espaldarazo de ministros como el de Agricultura y el del Interior. Es decir,
nos confirmaron que el Estado de Derecho hay que usarlo como les dé la gana, se
trata de cautelar sus intereses.
Hemos sido
notificados, ello despeja las dudas. Nosotros, los de este otro lado de la
acera, aquellos que vivimos con salarios mediocres ¿podemos llegar a acuerdos
con estos pistoleros del empresariado, que se empeñan en destruir nuestros
sueños e ilusiones, endeudándonos y haciéndonos prisioneros de su
sistema? Difícil por no decir imposible. Entonces ¿Qué nos queda? ¿Cuál
es el camino? hay que derribar toda esta falsa conciencia instalada por los
medios de comunicación que ellos controlan y que busca enajenarnos. Debemos
combatir todo ese discurso “sacerdotal” pusilánime que profesan algunos para
someternos diciéndonos que la felicidad no está en este mundo si no en el más
allá. Si comenzamos a socializar nuestras demandas, si instalamos una práctica
discursiva que incorpore descarnadamente la realidad, sin tapujos, si
instalamos en nuestros análisis claramente la lucha de clases estaremos
avanzando hacia formas superiores de comprensión, de organización y de disputa
que nos potenciaran para remover los cimientos de este sistema capitalista
injusto e inmoral.
Debemos canalizar
toda esta bronca, este odio acumulado activado por el abyecto asesinato de Juan
Pablo Jiménez, para luego canalizarlo inteligentemente contra estos inmorales
que viven y duermen tranquilos a pesar de sus responsabilidades en estos
hechos.
Queda claro y
debemos entenderlo: ellos tienen una moral distinta a la nuestra. La honradez
de la que se ufanan es delictual, es aquella que castiga con años de cárcel a
quien se roba una gallina; pero perdona a los ladrones de cuello y corbata. La
nuestra es pura, es transparente, es ingenua, a veces estúpida, pues les
creemos. La de ellos es criminal, cuando ven afectados sus intereses no reparan
en recurrir a todos los medios, lícitos e ilícitos, asesinan mapuches,
dirigentes sindicales y, si con ello no se sienten satisfechos, promueven
y apoyan Golpes de Estados.
¿Cuál es entonces
nuestra tarea? Organizarnos, unificarnos y prepararnos para una gran
batalla: la batalla por la dignidad; la batalla por la negociación colectiva que
nos niegan; la batalla por un mundo más justo, más humano, sin explotados y sin
explotadores. Ninguna confianza en las instituciones del Estado, tampoco en
aquellos que piden el voto so pretexto del “mal menor”, mucho menos en
quienes pactan con los que han perpetuado este sistema inhumano.
El camino, insisto,
está en la unidad, en la organización y en la lucha, así podremos brindar el
mejor de los homenajes a JUAN PABLO JIMENEZ, que deja dos pequeños y a su
compañera en la total indefensión. Debemos dar señales concretas ahora, el
mañana juega al servicio de los asesinos de Juan Pablo y abre los apetitos de
otros canallas empresarios para saldar las deudas a balazos con los honestos
luchadores.
Santiago, 25 de febrero de 2013
Luis Mesina M
Secretario General
Confederación Bancaria
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