Oriente Medio : La caldera siria

Posted by Nuestra publicación: on martes, septiembre 04, 2012

Lo que empezó hace 18 meses como un levantamiento popular contra la dictadura de Bashar Al Assad va camino de convertirse en una guerra civil que podría además extenderse en la región.

Niall Mulholland, CIT

Ésta es una versión extendida y actualizada del artículo de Niall Mulholland escrito a principios de agosto y publicado en socialistworld.net (página web en inglés del CIT). Ésta versión se publicó por primera vez en la revista mensual “Socialism Today” del “Socialist Party” (CIT en Inglaterra y Gales).

Julio fue el mes más sangriento hasta ahora en el conflicto sirio, con una estimación de 100 muertes al día. En toda Siria hay ataques indiscriminados de las fuerzas del régimen de Al Assad y sus milicias, sangrientas represalias sectarias de la oposición armada, huídas de refugiados y desastres humanitarios. La segunda ciudad siria, Alepo, es el último foco de las luchas entre las fuerzas de la oposición y el ejército sirio. Desde que los rebeldes entraron en Alepo el 20 de julio, muchos residentes han huido hacia Damasco y Turquía.

La batalla de Alepo es importante para ambos bandos. Es mayor que la capital, Damasco, y el mayor centro económico, con un importante sector industrial. Como el resto de Siria, Alepo está constituida por un collage de grupos religiosos y étnicos. Los rebeldes del Ejército Libre de Siria (ELS) avanzaron hacia la ciudad tratando de capitalizar el impulso que creían tener tras un asalto a Damasco y el atentado a una reunión de la inteligencia gubernamental que mató a cuatro generales. El ejército de Siria está aumentando su ofensiva a Alepo. Trágicamente, los trabajadores y los pobres son las víctimas principales del conflicto en Alepo y los otros campos de batalla alrededor del país.

El levantamiento de marzo de 2011 empezó como un movimiento genuino y popular contra el estado policial de Bashar Al Assad, la erosión del estado del bienestar, los altos niveles de pobreza y desempleo, y el poder de una élite enriquecida y corrupta. La dictadura de Al Assad respondió a la ola de protestas contra la dictadura de 40 años de duración – vista por muchos como parte de la Primavera Árabe – con una represión sanguinaria.

La represión brutal de los manifestantes llevó a varios activistas a tomar las armas. El Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT) defendió la necesidad de comités de auto-defensa de trabajadores organizados democráticamente para proteger a las comunidades y evitar conflictos sectarios. Al mismo tiempo, el CIT reclamó su vinculación con un programa que demandara el final de la dictadura de Al Assad y por un cambio fundamental a nivel democrático, social y económico.

Pero, crucialmente, las protestas masivas no tenían un liderazgo independiente de la clase trabajadora. Esto no era muy sorprendente, teniendo en cuenta que la clase trabajadora siria sufría una represión brutal bajo una dictadura que durante décadas prohibió organizaciones genuinamente independientes de los trabajadores. Los trabajadores no tenían aún sindicatos independientes fuertes, y mucho menos un partido revolucionario que abogara por un cambio democrático, social y económico de largo alcance. Aunque sus protestas fueron tan inspiradoras y valientes como las que surgieron en marzo de 2011 en Túnez y Egipto, no desarrollaron el mismo alcance y atractivo revolucionario como estos movimientos de masas.

De manera significativa, tanto en Túnez como en Egipto había una tradición de que los trabajadores se organizaran en sindicatos y otras organizaciones sociales antes de sus revoluciones. Las huelgas y las amenazas de huelgas generales en Túnez y Egipto dejaron a los regímenes suspendidos en el aire y jugaron un rol decisivo en el derrocamiento tanto de Zine El Abidine Ben Ali como de Hosni Mubarak.

Una unión de la clase trabajadora que evite divisiones de tipo religioso, sectario y étnico es importante en cada país de la región. Esto es especialmente importante en el caso de Siria que tiene varias minorías religiosas, confesionales y étnicas. Al Assad ha usado cínicamente la táctica de “divide y vencerás” para permanecer en el poder. Su ejército y sus milicias Shabeehas llevan a cabo masacres abyectas para crear divisiones entre los alauitas (también llamados “nusayrís”) y suníes.

La columna vertebral del régimen está basada en la religión minoritaria alauita, pero también tiene apoyo de los cristianos, drusos y de los musulmanes suníes “moderados”. Al Assad ha explotado sin piedad el miedo auténtico de las minorías de que una victoria de la oposición armada, mayoritariamente suní, los haría verse perseguidos y discriminados.

El régimen de Al Assad, desplegando cínicamente una retórica anti-occidental y anti-imperialista, advierte de que a los sirios les espera el mismo destino que a Iraq – terribles baños de sangre sectarios, destrucción de infraestructura y la fractura territorial del país – si la oposición armada se impone con el apoyo de los poderes occidentales y los regímenes reaccionarios de la zona. Aunque el régimen sirio está maltrecho y magullado, y probablemente a punto de desaparecer, Al Assad permanece en el poder, desatando su mortal arsenal militar contra la oposición armada y civiles inocentes de Siria.

Los intereses del imperialismo

La ausencia de una alternativa unida de la clase trabajadora significó que las figuras religiosas, sectarias y pro-capitalistas de la oposición fueron capaces de llenar, parcialmente, el vacío político. Muchos jóvenes y trabajadores se pusieron bajo el paraguas amplio del ELS, pero elementos reaccionarios también se involucraron desde el principio. Mientras las protestas callejeras retrocedían, el ELS creció y la lucha armada se convirtió en la forma dominante de resistencia, marginando aún más el movimiento de masas. Los regímenes reaccionarios del Golfo Pérsico, junto con Turquía, y con el apoyo del imperialismo occidental, intervinieron con la entrega de armas y dinero a la oposición, por supuesto, con condiciones políticas.

Teherán es un aliado del régimen sirio. La caída de Al Assad podría también fortalecer a los regímenes suníes del Golfo Pérsico, y debilitar a la vez a Hezbolá (basado en los chiitas) en Líbano y la posición del imperialismo ruso en la región.

Siria se está convirtiendo en el campo de una batalla por poderes a nivel regional e internacional. A un lado está el régimen brutal de Al Assad, con sus aliados iraníes y rusos. Al otro lado, una serie de fuerzas armadas en oposición a Al Assad, muchas de las cuales están financiadas y ayudadas militarmente por estados árabes (liderados por Catar y Arabia Saudí) y Turquía, con un apoyo amplio de occidente.

Lo que comenzó como un levantamiento popular en Siria se convirtió en una guerra civil, con cada vez mayores características religiosas, étnicas y sectarias. Los trabajadores y los pobres están pagando el mayor precio por la incapacidad de la revuelta de convertirse en un movimiento poderoso e independiente basado en una clase trabajadora unida. El número de víctimas mortales se estima en 20.000. La ONU considera que 150.000 personas han huido del país, y muchos más se han desplazado internamente.

Pero las palabras de preocupación por la gente de Siria que salen de la boca de los políticos occidentales no son más que palabrería hipócrita. Hace solamente unos pocos años, la administración de George W. Bush envió a “sospechosos de terrorismo” a Damasco para que fueran torturados por los matones de Al Assad. Ahora, el presidente Barack Obama insiste en que quiere ver a esta dictadura sustituida por una “democracia”.

Aún así, los dos mayores aliados de EEUU en la región, las autocracias reaccionarias de Catar y Arabia Saudí, están muy ocupadas en el armamento y la financiación de los rebeldes sirios. El régimen saudí reprime a su propia minoría chií, y al mismo tiempo apoya a los reaccionarios y sectarios salafistas en Siria.

El gobierno turco, un miembro de la alianza militar OTAN, dominada por los EEUU, denuncia a voz en grito la opresión en Siria. En casa, reprime a sus medios de comunicación y a los 20 millones de kurdos del país, que están presionando por sus propias demandas tanto en Turquía como en Siria. El presidente islamista “moderado” de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, también ha vuelto sus ataques verbales contra la minoría aleví del país, una ramificación históricamente perseguida del islam chií, cuyo número incluye al líder de la oposición en el Partido Republicano del Pueblo.

Al Assad y la oposición

El papel de las potencias occidentales y de los regímenes reaccionarios del golfo no son razones, sin embargo, para soportar el régimen de Al Assad. No es ningún tipo de “baluarte” contra el imperialismo, como lo pintan algunos en la izquierda dentro y fuera de la región.

Un golpe de estado bahaísta en los años 1960 supuso que la mayoría de la economía siria fuera nacionalizada, lo que permitió al régimen, por un tiempo, tomar medidas que aseguraron un incremento de los niveles de vida. Sin embargo, esto no tenía nada que ver con una verdadera democracia socialista o un paso hacia ella, como testificó el carácter anti-democrático y brutal del régimen dominado por la familia Al Assad. Después de la caída de la Unión Soviética, el régimen sirio abrió su economía al capitalismo global. Esto llevó a privatizaciones, recortes del estado del bienestar y los subsidios, desempleo masivo, y grandes desigualdades, lo que alimentó un descontento masivo y la revuelta de marzo de 2011.

El camino a una verdadera alternativa al imperialismo y los déspotas árabes se mostró durante las revoluciones del pasado año en Túnez y Egipto, al igual que lo que prometía el principio de la revuelta Siria en 2011. Éstas mostraron que un movimiento masivo unido de trabajadores y jóvenes puede derrocar a los déspotas y sus regímenes, resistir el imperialismo y luchar por un verdadero cambio social y político.

Mientras que la caída de Al Assad podría ser solamente cuestión de tiempo, el conflicto no muestra señales de una salida rápida. “Con o sin Bashar Al Assad como su líder, Siria reúne ahora todos los ingredientes para una guerra civil nefasta” (“New York Times”, 28 de julio de 2012), advierte Vali Nasr, un académico y anterior consejero del representante especial de Obama para Afganistán y Pakistán. Aunque Al Assad haya perdido el control de partes de Siria, y la oposición permanezca a flote y declare que el poder del régimen está siendo seriamente erosionado, el conflicto probablemente se prolongará. La deserción de algunas figuras militares y diplomáticas de alto nivel, incluido Riad Hijab, el recientemente nombrado primer ministro, ha dado la impresión de que el régimen está cayendo a cámara lenta. Sin embargo, Al Assad sigue sin mostrar signos de dimisión.

Hasta ahora, Al Assad ha mostrado que tiene suficiente poder militar y apoyo político en Siria, incluso de los empresarios suníes, para seguir luchando. Pero, aunque parece poco probable de momento, la posibilidad de que Al Assad sea derrocado por un golpe desde palacio no puede ser descartada. Mientras la oposición ha conseguido ganar terreno y hay informaciones que indican que está usando armamento pesado, está dividida “entre unos 100 grupos sin ninguna dirección política clara”, según Vali Nasr.

Además, el carácter reaccionario del Consejo Nacional Sirio, en gran parte basado en los suníes, y pro-capitalista, que está vinculado con el ELS y sus aliados de las élites suníes del Golfo Pérsico, significa que muchas minorías alauitas, cristianas y kurdas de Siria, al igual que algunos suníes, temen lo que podría seguir al derrocamiento de Al Assad. La ejecución sumaria de luchadores pro-régimen desarmados por parte de milicias de la oposición en Alepo, ampliamente vista en YouTube, solamente servirá para acrecentar los miedos de las minorías de Siria.

Las organizaciones yihadistas están posicionándose en el este del país, incluyendo el grupo de Al Qaeda, Jabhat a Nusra (Frente Solidario). Yihadistas extranjeros han entrado en Siria desde Turquía, el Cáucaso, Bangladesh, y los estados del Golfo Pérsico, lo que está ayudando a despertar divisiones dentro de la dirección de la oposición.

Muchos de estos combatientes son veteranos del conflicto en Iraq durante la ocupación de EEUU, habituados a la batalla. Los yihadistas en Iraq, a su vez, están envalentonados por los acontecimientos en la vecina Siria. El grupo Estado Islámico de Iraq, vinculado a Al Qaeda, asesinó a miles de personas solamente en el mes de julio.

Incendio sectario

Incluso si Al Assad decidiera abandonar el poder o fuera derrocado por su propia camarilla dirigente, su maquinaria militar, dominada por la minoría alauita, y sus aliados, las milicias shabeehas, podrían continuar luchando. Estas fuerzas podrían resistir en el corazón de las áreas alauitas, formando un “estado alauita” separado a lo largo de la costa de Siria. Si se declara un nuevo estado alauita, otras minorías podrían intentar “apropiarse de tierras”, advierte el rey de Jordania, Abdalá II. Esto podría tener un catastrófico efecto de imitación en la región. Los kurdos, oprimidos por Siria, ya han reclamado las ciudades “liberadas” del norte, cerca de las fronteras turca e iraquí.

Siria podría enfrentarse a la terrible perspectiva de romperse en enclaves étnicos, como la antigua Yugoslavia, con amargas batallas sobre el territorio durante años. Esto parecería una repetición de la guerra civil de Líbano (que duró desde mediados de los años 1970 hasta principios de los 1990, con un coste de más de 200.000 vidas) pero a una escala mayor. Y habría un horror añadido si se utilizaran armas químicas y biológicas.

Lo más probable es que el enfrentamiento sectario se extienda a otros países de la región. Turquía, Irán, Israel y los estados del Golfo Pérsico podrían ser arrastrados a la vorágine. El ejército sirio ya ha bombardeado poblaciones libanesas. Y luchas entre suníes y alauitas pro-Al Assad en la ciudad de Trípoli, al norte del Líbano, y otras zonas ha dejado muertos. Mientras que las principales fuerzas políticas en Líbano quieren evitar una escalada de los choques entre suníes y chiíes, los disparos y secuestros regulares en Beirut han aumentado los temores de un deslizamiento hacia un conflicto sectario. La situación se está polarizando peligrosamente en posiciones sectarias. Una reciente encuesta muestra que un 94% de los suníes del Líbano son hostiles a Hezbolá, mientras que el 94% de los chiíes la apoyan.

Hezbolá, fundamentalmente chií y un aliado del régimen de Al Assad, en la mayor fuerza política en el reparto del poder del gobierno libanés. Pero la gran oposición suní, reunida alrededor de la coalición “14 de marzo”, ha sido animada por la revuelta siria, dominada por los suníes. Esperan que la caída de Al Assad sea un fuerte golpe contra Hezbolá, y que cambie el equilibrio de poderes en Líbano. Esto podría dar lugar a la caída de la coalición de gobierno, y provocar mayores conflictos.

La confusión en Siria está haciendo la situación en Líbano y en toda la región tan inflamable que cualquier número de factores o eventos podría provocar la extensión del conflicto: una incursión militar turca en las zonas del noreste de Siria controladas por grupos kurdos, por ejemplo, o incluso una escala seria de las agresiones de EEUU e Israel contra los iraníes en relación a su supuesto programa de armas nucleares.

Mientras la guerra brama en Siria y amenaza con extenderse sobre la región, la llamada “comunidad internacional” se muestra completamente expuesta e impotente. La ONU es incapaz de actuar como un “negociador honesto” en la crisis. No puede evitar las atrocidades contra civiles o resolver conflictos armados en el interés de los trabajadores. La organización está comprometida con los mayores poderes mundiales, particularmente con los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, que está profundamente dividido en la cuestión de Siria.

La impotencia de la ONU fue subrayada con la dimisión de Kofi Annan, el enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, el 2 de agosto. Rusia y China han votado contra las resoluciones anti-Al Assad propuestas por los estadounidenses, británicos y franceses. A pesar de la retórica, las posiciones de EEUU y Rusia no tienen nada que ver con la difícil situación del pueblo sirio. Y tienen todo que ver con los intereses de sus respectivas clases dirigentes y los de sus aliados más cercanos.

Rusia ve el régimen de Al Assad como un aliado crucial en la región. El Kremlin y Pekín está absolutamente opuestos a cualquier intervención militar occidental, particularmente después de la amarga experiencia del año pasado en el conflicto libio. Mientras que algunos políticos estadounidenses, británicos y franceses han planteado la idea de una acción militar de occidente contra el régimen de Al Assad o la de imponer una zona de exclusión aérea, como propuso recientemente la Secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, los ataques de la OTAN del año pasado en Libia no pueden simplemente repetirse en este contexto.

Siria tiene una población mucho mayor que la de Libia y el régimen tiene a su disposición un aparato militar más poderoso y mejor entrenado y equipado. Una campaña de bombardeos de la OTAN tendría que imponerse al extenso sistema de defensa aérea de Siria, mientras que una invasión por tierra requeriría fuerzas militares a gran escala. Las tropas occidentales podrían verse inextricablemente estancadas en zonas urbanas hostiles.

Estos pasos podrían significar una internacionalización del conflicto, particularmente si una acción occidental como ésta es vista en el mundo árabe como un fortalecimiento de la posición regional de Israel.

Intervención occidental

Mientras las informaciones indican que los EEUU continúan preocupados por la oposición siria (la Casa Blanca continúa obsesionada por el recuerdo de los catastróficos efectos colaterales de su apoyo a los muyahidines durante los años 1980 en Afganistán) las potencias occidentales se están concentrando en apoyar y ayudar al ELS y otros oposicionistas armados. Esto lo hacen principalmente mediante sanciones contra Damasco y dando a los países del golfo luz verde para armar y financiar a la oposición y a Turquía para proporcionar apoyo logístico.

La Casa Blanca también está tomando acción directa pero encubierta para apoyar a la oposición armada a Al Assad. Según informaciones periodísticas, Obama firmó en secreto una orden a principios de año autorizando el apoyo de EEUU a la oposición armada, incluyendo el despliegue de la CIA y otras agencias estadounidenses. El Secretario de Exteriores británico, William Hague, del partido Tory, recientemente confirmó que Gran Bretaña también está dando apoyo encubierto a las fuerzas anti-Al Assad.

Pero además de la considerable vergüenza política de Washington, Londres y París por verse asociados con yihadistas y elementos de Al Qaeda dentro de la oposición siria, las potencias occidentales están luchando por mantener su influencia sobre los diferentes grupos armados de rebeldes.

Las potencias occidentales han llegado a la conclusión de que los intentos de formar una oposición unificada alrededor del Consejo Nacional Sirio en el exilio, que tiene poca influencia sobre los hechos dentro de Siria, han fracasado. La reciente visita de Clinton a Turquía tenía la finalidad de incrementar la cooperación entre EEUU y Turquía para poner a la oposición siria interna más bajo su influencia. Los EEUU y otras potencias occidentales tenían la esperanza de que estas acciones finalmente llevaran a la caída de Al Assad. Sin embargo, algunos comentaristas pro-occidentales advierten de que la caída de Al Assad sería una victoria pírrica. Solamente sería el comienzo de un conflicto aún mayor en Siria y la región.

Estos comentaristas aconsejan a la Casa Blanca trabajar hacia un "plan de transición”, para crear un acuerdo de reparto de poder post-Al Assad que “todos los bandos” puedan aceptar. Esto incluiría una “fuerza de paz” de los EEUU. Alcanzar un acuerdo como éste significaría involucrar a Rusia e Irán, según Vali Nasr, que significaría una señal de advertencia para Al Assad.

Aunque se pudiera improvisar un escenario como éste después de un gran baño de sangre y destrucción, esto no traería democracia, estabilidad o prosperidad a Siria. Significaría la imposición de un régimen militarmente dominado por occidente, con la participación de fuerzas reaccionarias capitalistas y sectarias. No sería la respuesta a las necesidades de las masas y la clase trabajadora sirias.

Procesos revolucionarios

Los trabajadores y pobres de Siria se enfrentan a una situación desesperada y al peligro real de sumirse en un conflicto bélico de carácter étnico y sectario. Los socialistas de todo el mundo deben hacer todo lo posible por ayudar a los trabajadores de Siria a construir una unidad de clase para resistir y superar estas divisiones.

En la situación actual, éstas son tareas hercúleas. Aún así, no hay otra forma de unir con éxito a las masas para derrocar el régimen brutal de Al Assad, oponerse a la intromisión de estados reaccionarios de la zona y de potencias imperialistas, y conseguir verdaderos derechos democráticos y un cambio fundamental social y económico.

A pesar de su terrible situación, las masas sirias no están solas. Su destino está inextricablemente vinculado al de los movimientos revolucionarios en curso en Túnez, Egipto y otros países del norte de África y Oriente Medio. Ya han pasado 18 meses de revolución y contra-revolución y el proceso está lejos de haber terminado.

En Túnez y en Egipto, los partidos conservadores, islamistas y pro-mercado Ennahda y Hermanos Musulmanes, fueron capaces de llegar al poder, explotando la ausencia de partidos revolucionarios que cumplan las demandas y aspiraciones de las masas. Esto a pesar del hecho de que ninguno de los partidos jugó un rol importante en los movimientos revolucionarios de sus países que derrocaron a Ben Ali y Mubarak.

Pero ya tanto el régimen de Ennahda en Túnez como el presidente de los Hermanos Musulmanes en Egipto, Mohamed Morsi, se está enfrentando a una oposición de clase creciente. Después de semanas de huelga, protestas y ocupaciones de centros de trabajo, la federación de sindicatos de Túnez, UGTT, convocó una huelga general el 14 de agosto en protesta contra el desempleo y los inadecuados abastecimientos de agua y electricidad y también en demanda de derechos democráticos. Lo que es más, se utilizó también para mostrar la enorme oposición a los ataques a los derechos de la mujer propuestos por el partido Ennahda.

Mientras que el nuevo presidente de Egipto actuó rápidamente para reemplazar a los principales generales y fortalecer su poder, Mursi también se enfrenta a una ola de protestas a través del país por la escasez de electricidad y agua. Ésta es la continuación de semanas de huelgas y ocupaciones de centros de trabajo en las que los trabajadores luchan por mejorar sus salarios y condiciones. Los trabajadores egipcios no están esperando a que el nuevo gobierno mejore sus vidas. Están construyendo sus propias organizaciones y tomando acciones independientes. ¡Éste es el modelo a seguir!

Vinculando políticamente y de manera práctica los intereses de clase de los trabajadores de Siria, Egipto y Túnez, y de toda la región, se pueden construir organizaciones de masa de los trabajadores, como sindicatos independientes y nuevos partidos de masas.

Basándose en un programa de los trabajadores unidos con políticas socialistas pidiendo un cambio fundamental (control democrático de los trabajadores y gestión de la economía para transformar las condiciones de vida, crear trabajos con salarios dignos, educación gratuita y de calidad, salud, vivienda, etc), este movimiento podría inspirar a trabajadores y jóvenes de toda la región y unirlos para derrocar a los tiranos y el imperialismo. Esto conduciría a una lucha para la formación de una confederación socialista voluntaria e igualitaria de Oriente Medio, en la que los derechos de las minorías estarían garantizados.