Antes de los años 90 las teorías
conspiratorias sobre el “Nuevo Orden Mundial” en Estados Unidos se limitaban a
dos contra-culturas: la de la derecha militante y anti-gobierno y la de los
fundamentalistas cristianos preocupados por el fin del mundo y la llegada del
Anticristo. Pero a partir de septiembre de 1990, cuando en su discurso “Hacia
un Nuevo Orden Mundial,” Bush padre describe objetivos de gobierno global se
revitaliza la idea de la “globalización” como un mundo con capacidad de crear
un nuevo orden mundial.[1]
Pero, ¿Qué orden mundial?
En Chile la dictadura militar desde 1973
experimenta y aplica feroces medidas neoliberales en pos del “libre mercado.”
Lo seguirán luego Inglaterra y Estados Unidos, y de allí al mundo. Se trata de
privatizar bienes públicos, desregular la economía, eliminar o reducir las
políticas sociales, privatizar la seguridad social, desmantelar las leyes
laborales y sociales y las condiciones de trabajo, crear nuevas políticas
fiscales y tributarias favoreciendo a los capitales, asegurar la inserción y la
integración económica en base a convenios y tratados de libre comercio, medidas
incluidas en el paquete ideológico de la “globalización.”[2]
La
palabra misma globalización alude a un proceso en desarrollo presentado como un
inevitable. Manuel Castells lo define como una economía nueva que aparece en
las dos últimas décadas del siglo 20, una forma de capitalismo donde las
actividades centrales son globales, las empresas y los territorios están
organizados como redes de producción, manejo y distribución, y la productividad
y la competitividad se organiza mayormente en función de la generación de
conocimientos y el procesamiento de la información.[3]
El
proceso globalizador, posible a partir del avance de la tecnología y las
comunicaciones, era un desarrollo predecible, algunos lo intuyeron incluso a
partir del nacimiento del ferrocarril --que hacía posible pensar que el mundo
sería un día una inmensa ciudad. Ya en 1848 Carlos Marx argumentaba que los
imperativos de la producción capitalista llevaban inevitablemente a que la
burguesía se asentara en cualquier parte y desarrollara conexiones con todas
partes. Preveía inevitable que el capitalismo industrial facilitaría el desarrollo
de tecnologías que resultarían en la contracción del espacio, el intercambio en
todas las direcciones y la interdependencia universal de las naciones. Este
desarrollo futuro no asustaba a Marx que entendía las nuevas tecnologías como
fuerzas progresistas que facilitarían el intercambio humano y contribuirían
eventualmente a la emergencia de una civilización socialista y cosmopolita.[4]
En
1927, John Dewey se preocupaba previendo estos
cambios en los contornos temporales y espaciales de la actividad humana y
pensando que tendrían un efecto en lo político. Según su observación eran
precisamente las comunidades pequeñas el espacio político crucial para el
ejercicio efectivo de la participación democrática y estas correrían peligro de
desaparecer. Martín Heidegger, filósofo alemán, cuestionó el efecto de las interacciones
crecientes, ricas y múltiples, antes imposibilitadas para la mayoría por la
distancia y el tiempo y que de ser posibles el preveía actuarían primero como
nivelador y luego favoreciendo la indiferencia y transformando la experiencia
humana en monótona y unidimensional, un futuro alienante.[5]
La
globalización ha afectado lo económico y político y favorecido políticas
clásicas liberales y neoliberales de libre mercado, ha impulsado la occidentalización
del mundo –o la creciente dominancia de occidente, y ha presentado una visión
idealizada de integración global, falsa. Conceptos generales emitidos por
Winston Churchill sobre la justicia, el juego equitativo, la protección de los
más débiles y el respeto por los derechos humanos, aparecen mezcladas con
fundamentalismos de libre mercado que favorecen todo lo opuesto --el creciente
y rápido enriquecimiento de unos pocos en la cúpula de la pirámide social. Se
habla del papel fundamental de las Naciones Unidas pero se persigue un mundo
sin barreras, fronteras o límites que favorece la penetración y el libre
movimiento del capital pero restringe a las personas y oprime a la población.
Para Noam Chomsky, autor de “Ordenes
Mundiales Viejos y Nuevos” (1994), el nuevo orden mundial posterior a la
guerra fría es simplemente uno en el que “el Nuevo Mundo da las órdenes.” El
bombardeo de Serbia por los EEUU y la OTAN, explica el científico, tiene como
meta establecer el papel de los poderes imperialistas mayores –y sobre todos
ellos, el de los EEUU-- como árbitros incuestionables de lo que suceda en el
mundo. “El Nuevo Orden Mundial es
precisamente esto: un régimen internacional de presión e intimidación constante
por parte de los más poderosos estados capitalistas contra los más
débiles.”
Gobernabilidad sin Gobierno
Aunque la globalización anticipa un gobierno
global, se usa el término “gobernabilidad”
a menudo y este contribuye a despolitizar el concepto mismo de gobernar.
Es cierto que la ideología en favor de un gobierno global existe incluso desde
antes de que la globalización se materializara. La idea de que las soberanías
nacionales son incompatibles con la supervivencia del hombre y de que hay sólo
dos alternativas, gobierno mundial o muerte, fue expresada a principios del
siglo 20 por Bertrand Russell -filósofo, matemático, crítico social e
historiador inglés. Russell fue una de tantas figuras de notoriedad, Gandhi,
Nehru, Einstein, Sartre, Mann, Kant, Breton, Steinbeck, que se pronunciaron en
favor de esta perspectiva.
En el caso de Russell, un pacifista que
justificó sin problemas las guerras de colonización porque contribuyeron, según
él, a extender el mundo civilizado (del Mediterráneo a la mayor parte del
planeta) favoreciendo la “supervivencia de los mejores” se evidencia una
perspectiva arrogante. En Éticas de Guerra,[6]
Russell explica:
“…estas guerras son justificables
siempre que exista una gran e innegable diferencia entre la civilización de los
colonizadores y la de los nativos a ser desposeídos…(y) que el clima favorezca
el florecimiento de la raza invasora. Cuando estas condiciones se dan la
conquista se justifica, aunque el proceso actual de lucha contra los habitantes
desposeídos debería…ser evitado tanto como sea posible dentro de la colonización.
Muchas personas humanitarias han de estar en desacuerdo con la justificación de
esta forma de robo, pero no pienso que ninguna objeción práctica o efectiva
se levante.”
La perspectiva racista de Russell favorece
una dominancia compartida entre blancos y asiáticos, vistos ambos como
superiores a las gentes de color y a los negros. Es por racismo, y miedo al
avance numérico de los no-blancos, que Russell aboga en favor de los
anticonceptivos, la extensión del control de la natalidad al mundo entero y la
existencia de una autoridad internacional:
“No veo
como podemos esperar permanentemente ser suficientemente fuertes como para
mantener a las razas de color afuera; más tarde o más temprano vamos a ser
inundados, por lo que lo mejor que podemos hacer es esperar que esas naciones
acepten la sabiduría del control de los nacimientos… Necesitamos para ello una
fuerte autoridad internacional.” [7]
Russell cambió su perspectiva en 1951, y desde entonces
favoreció la igualdad racial y los casamientos inter-raciales,[8] pero sus conceptos sobre la necesidad de controlar la natalidad
inspiraron al movimiento de control de la población de los años 60 en las
Naciones Unidas. Su perspectiva es una muestra del bagaje ideológico que alienta
la globalización.
Mas recientemente, Robert Muller -creador de la
Universidad por la Paz de las Naciones Unidas en Costa Rica, plantea un
Gobierno de la Tierra creado a partir de una Conferencia Mundial convocando a
la comunidad corporativa mundial, al Fondo Monetario Internacional (FMI), al Banco
Mundial (BM) y similares organizaciones internacionales, que deja totalmente de
lado a los ciudadanos del planeta. Se espera, quizás inocentemente, quizás no,
que las corporaciones y agencias parcial o totalmente responsables del calamitoso
estado de la Tierra y de su gente sean el poder detrás de un gobierno global,
en favor del sistema de libre mercado, pero que asegure el cuidado del planeta
y el bienestar de la humanidad. Algo así como poner al zorro a cargo del
gallinero porque obviamente el foco corporativo es siempre asegurar las
ganancias de la corporación. Muller describe la meta como la creación de “una
democracia real de los consumidores en una economía en manos del poder
corporativo y la riqueza.” Evidentemente y siendo que la gente común no está
invitada a participar, de lo que se trata es de crear un gobierno corporativo
fascista moderno. [9]
Organismos
internacionales y socios afines
Naturalmente, el proceso globalizador no emerge en el
vacío ni simplemente porque exista la tecnología que lo permita, sino en
conexión a las políticas antes mencionadas implementadas por organismos internacionales
como el FMI, el BM, Organización Mundial de Comercio y similares. Estos
organismos han gozado de mucho poder, tanto que sus directivas (incluso siendo
suicidas) se transforman en órdenes para los países deudores. Las recientes
crisis financieras europeas, resultado del endeudamiento, del fraude, de la
especulación y la manipulación de tasas de interés, del robo y la cooptación y
control de los gobiernos por parte de la Banca Internacional, no son
esencialmente diferentes de aquellas de finales del siglo pasado que se le
crearon al mundo pobre. Tampoco son tan diferentes las soluciones que hoy se le
imponen a Europa de aquellos ajustes estructurales o medidas de choque que
América Latina fue obligada a aplicar durante su “década perdida.”
Para los más ricos las crisis financieras son
oportunidades de adquirir bienes a precios de bagatela, y de poner a países
enteros de rodillas esclavizando a su población. La Banca se asegura el pago de
deudas aunque estas sean ilegitimas y esencialmente impagables. Los países
periféricos que han sufrido esta suerte entienden el mecanismo. Méjico
victimizado en 1985 es hoy casi una “democracia fallida,” y no es por
casualidad que el hombre más rico del mundo es mejicano y enriquecido gracias a
la privatización de empresas públicas a precios de ganga. Filipinas recibe el
golpe dos veces en 1986 y luego en 1997 con otros “tigres” Asiáticos
(Tailandia, Indonesia, Corea del Sur). Entre 1998 y el 2002 le toca a Argentina
quedar en la ruina. En el caso de Méjico, como en otros países periféricos,
explica Harnecker, se funcionó como una tijera: desde abajo intervenían la Organizaciones
No-Gubernamentales dan micro empréstitos y favorecen la micro empresa como
forma de evitar un levantamiento popular que podría terminar con el “esquema”
neoliberal, y por arriba el FMI y el BM implementaban “ajustes” criminales
contra la población con total despotismo.[10]
Un
resultado de la globalización ha sido la fragmentación del poder de las
naciones, lo que contribuye a aumentar el poder de las corporaciones. El 2012 de
entre las 100 mayores economías del mundo 41 eran corporaciones (Wal-Mart,
Exxon Mobil, BP, Sinopic Group, PetroChina, Stategrid, Toyota Motor, Japan Post
Holdings, Chevron, Total, Conoco Phillips, Volkswagen, AXA
Group, Fannie Mae, General Electric, ING
Group, Bershire Hathaway, General Motors, Bank of America, Samsung Electronics,
ENI, Dalmier, Ford Motor, BNP Paribas, Alianz, Hewett Packard, EON, AT&T, Nippon
Telegraph and Telephones, Carrefour, Assicurazioni Generali, Petrobras,
Gazprom, JP Morgan Chase, McKesson, GDF Suez, Citigroup, Hitachi, Verizon,
Nestle, Credit Agricole). Los beneficiados directos no son anónimos, sino que tienen nombre y
apellido y de entre ellos los diez más ricos son Carlos Slim Helu, Bill Gates,
Warren Buffet, Bernard Arnault, Larry Elison, Lakshmi Mittal, Amancio Ortega,
Eike Batista, Mukesh Ambani y Christy Walton, quienes juntos suman 400 mil
millones de dólares.[11]
El futuro del mundo
Ulrich
Beck entiende la globalización como una etapa transitoria posterior a la
sociedad industrial, una que vive la paradoja que él bautiza “sociedad del
riesgo” donde dejamos de contar con los elementos protectores de la sociedad
industrial --sea porque desaparecieron o porque son incapaces de protegernos de
los nuevos y crecientes riesgos que la globalización implica. Beck entiende que
es más que el repliegue o fin del estado de bienestar, que aumenta la
responsabilidad individual de cada ciudadano, el proceso se complica con la
creciente individualización, con la revolución de género, con el subempleo y el
desempleo y con otros riesgos globales. La teoría de Beck se hace popular
porque emerge a meses del desastre de Chernobyl en 1986. Es una teoría
occidental, que coloca a occidente al centro, olvidando que a pesar de la
globalización el mundo está aún lejos de ser uno. China se define viviendo la
industrialización, no más allá de ella; y el resto del mundo pobre no ha
conocido nunca el estado de bienestar, que ha sido un período corto incluso
para Europa. Algunos argumentan que la globalización no ha tenido capacidad de
terminar con los estados porque tiene
raíces en algunos de ellos que son quienes la promueven.[12]
La
realidad destructora de las últimas crisis financieras, transformadas en
desfalco universal y gigantesco endeudamiento mundial, parecieran al menos
confirmar un futuro incierto. Pero acaso la globalización no sea más que un
espejismo temporal insostenible, uno que ha facilitado este gran robo del siglo
21. Si entendemos que en EEUU hoy hay 104 plantas nucleares produciendo energía
y que igualmente se requieren 20 millones de barriles diarios de petróleo para
echar la maquinaria a andar, comenzamos a visualizar la mayor limitación que la
globalización enfrenta: la imposibilidad de asegurar suministros de este tamaño
al mundo. Y sin embargo, estos son suministros necesarios para nutrir y
mantener el impulso globalizador andando.[13]
Richard
Heinberg, en su reporte del 2012 dice:
“Con los
combustibles fósiles desapareciendo con rapidez, y el suministro haciéndose
cada vez más caro y problemático, las esperanzas se han vuelto hacia las
fuentes renovables… Desgraciadamente…la ganancia de “energía neta” de todos los
sistemas alternativos es de lejos demasiado pequeña para empezar a sostener la
sociedad industrial a sus niveles actuales. Son noticias sombrías y exigen
grandes y rápidos ajustes de todas las partes…Hay caminos viables…el más
importante y urgente (es) la necesidad de un empuje de amplio espectro por la
conservación; es solo una cuestión de realismo, flexibilidad, dedicación y algo
más que un poco de humildad.”[14]
Tenemos
poco tiempo para transformar una infraestructura que funciona en base a
recursos de energía en vías de desaparición, debemos usar esos recursos que aún
existen para este cambio. Todo el transporte –vehículos, aviones, barcos
dependen casi exclusivamente del petróleo; y, un mundo globalizado no funciona
sin él, fundamentalmente no se alimenta.
En su
artículo, ¿Crisis terminal del capitalismo?, Leonardo Boff advierte que “nos hemos saltado los límites
de la Tierra” y que como predijera Marx hemos llegado al punto en el que el
capital termina con sus dos fuentes fundamentales de riqueza, la naturaleza y
el trabajo. Es obvio que la naturaleza está estresada y que el trabajo está
precarizado o que se nos presenta como prescindible. Enfrentamos, explica, tres
desenganches fundamentales que son fatales al sistema vigente: el capitalismo
mismo desenganchado de la economía real (a la que las finanzas atacan y
destruyen), la economía desenganchada de la sociedad misma (a la que ya no
sirve sino que esclaviza) y la sociedad desenganchada de la naturaleza que la
nutre (que esta estresada y llegando a su límite).[15]
Fundamentalmente,
Heinberg y Boff nos plantean que nuestro estilo de vida está terminado, que es
insostenible, que es necesario desarrollar otro tipo de economía y sociedad. Heinberg argumenta claramente en favor de una
economía de estado estacionario, una que no se base en el continuo crecimiento.
Hay un consumo óptimo de energía por persona y por año, dice, que nos
permitiría desarrollarnos y está entre los 50 y los 100 GJ, pero en EEUU se
consumen 325 GJ aunque por hacerlo nadie sea más feliz. Hay que tomar medidas
mientras nos quedan energías fósiles para implementar los cambios necesarios. Y
las medidas son, como nos imaginamos, totalmente opuestas a lo que entendemos
por globalización.
Se
trata de un cambio sistémico obligatorio, uno que ha de obligarnos a repoblar
el campo, a desarrollar sociedades sostenibles, a funcionar localmente y dejar
de invertir en sistemas económicos (globalizados) de despilfarro que
externalizan los costos reales de energía que deberían reflejar en cambio la
realidad. No tenemos más opción que favorecer la eficiencia, la conservación
energética y estándares de suficiencia económica que reflejen el bienestar de
los seres humanos –en lugar de medir el Producto Interno Bruto. Sin duda estos
son argumentos reales y urgentes que desafían al espejismo de la
globalización. Sin embargo no soy idílica, y veo y me preocupa la colusión
actual entre especuladores financieros, poderes políticos y prensa. Hay una
urgentísima necesidad de democratización. Alcanzar los cambios necesarios se
presenta como un imposible dentro de la presente jerarquía de poder, se trata
de una revolución del pensamiento y de la práctica diaria. Y no tenemos tiempo
que perder.
[8] Bertrand
Russell, Marriage and Morals, pg. 266 (1929)
[10] Marta Harnecker (2010): América Latina y el Socialismo del Siglo XXI.
Inventando para no Errar.
[11] Ecoportal, Estado de poder corporativo 2012, Transnational Institute.
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