Nora Fernández
La vida en la
Tierra existe por cuatro mil millones de años. Nosotros existimos por apenas
doscientos mil pero el impacto que hemos tenido ha sido tan enorme como nuestra
capacidad de auto-engañarnos. Si dijera que la vida es un milagro muchos
entenderían que hablo de intervención divina, de una inteligencia superior, de
la existencia de un creador y de un diseño. Pero no quiero decir eso, estoy
diciendo que la vida es un milagro en términos de probabilidades. Todo se ha
dado paso a paso gracias a un montón de casualidades. Vivimos en un planeta que
ni tan cerca del Sol, ni tan lejos, justo como para permitir la vida. La Tierra
tiene un núcleo que gira y al hacerlo crea un campo magnético que no sólo
mantienen nuestra atmósfera en su lugar sino que además no protege de los
vientos solares –que de otra forma terminarían con la capa de ozono que limita
la penetración de radiaciones ultravioletas, nos nutre de oxígeno y sostiene la
vida que conocemos. ¿Es mucha casualidad? Puede que sí. Pero se dio y lo que se
da no es discutible es realidad.
La creación de lo
vivo, lo orgánico, a partir de lo inorgánico es posible. La teoría que trata de
explicar el proceso del origen de la vida se llama Abiogénesis. Ya en 1950 Urey y Miller comprueban
que tanto aminoácidos como las bases componentes del ADN y otro tipo de compuestos
orgánicos pueden formarse naturalmente bajo condiciones similares a las de la Tierra
Primigenia –o en el medio ambiente de hace miles de millones de años:
volcánico, rico en amoníaco y metano y bombardeado por rayos cósmicos de alta
energía. Louis Allamandola el 2001, demuestra que también se puede sintetizar material orgánico en el espacio profundo
usando una cámara al vacio enfriada y muchos nitrilos, alcoholes e
hidrocarburos circulares.
Aquel planeta
primigenio, muy diferente al de hoy, tenía un cielo rojo, producto de su alto
contenido de dióxido de carbono, y un
mar verde aceituna, por su alto contenido en hierro. Aquel planeta era un planeta tóxico para
nosotros, pero no por ello era estéril de vida. La vida sobrevivía en
condiciones muy extremas, la especie que antes llamábamos Arqueo-bacterias, hoy
simplemente Archaeas se multiplican extrayendo energía del amoníaco, del
hidrógeno y de la sal y producen muchas veces metano. Un grupo particular
llamado Cianobacterias, o algas verdes-azules, revoluciona la captación de
energía atrapando la energía del sol con sus pigmentos; el proceso es único se
llama fotosíntesis y genera oxígeno. Las
cianobacterias existen hoy, y están en las plantas verdes en forma de
cloroplastos asegurándole a las a estas capacidad fotosintética. Los
estromatolitos se encargan de enriquecer la atmósfera de oxígeno, tanto que
esta alcanza a tener veinte mil millones de toneladas de oxígeno que es el gas
esencial para nuestra vida. La Tierra es el único planeta del sistema solar que
tiene una atmósfera cargada de oxígeno, un logro que cuesta dos mil millones de
años de oxigenación y que tornan al planeta verde en planeta azul. Azul se torna entonces el mar de la Tierra,
despejado de hierro, y azul se vuelve su
cielo, limpio de gases tóxicos. El oxígeno genera la capa de ozono que, además
de ser un recurso en la dinámica formación de aquel, nos protege de radiaciones
ultravioletas que terminarían con nosotros.
En la dinámica
formación de nuestro hogar, la Tierra, emergen los escudos continentales que
darán lugar a las masas continentales que hoy habitamos, emergen gracias al
granito -un material suficientemente liviano como para no hundirse. Aquel planeta de cielo rojo, mar verde
aceituna, salpicado de volcanes, comienza a tomar la forma del planeta de cielo
y mar azul y escudos continentales, nuestro hogar. Si este planeta nuestro no
tuviera un centro compuesto por hierro y níquel girando como un dínamo y
generando un campo magnético, nos hubiéramos podido quedar fácilmente sin atmósfera, decimada por los
vientos solares que habrían dejado al planeta desnudo y sin vida. Tanta
maravilla parece milagrosa pero se ha dado paso a paso tomando miles de
millones de años.
No sólo la
formación de la Tierra es extraordinaria, mirando a los seres vivos admira que
la célula más simple contenga elementos tan complejos que pueden ser la envidia
del mejor ingeniero. Los árboles son esculturas perfectas que se levantan hacia
el Sol para recibir sus rayos y atrapar su
energía que transforman en crecimiento y madera, que es un recurso de
energía, y produciendo oxígeno que renueva y enriquece nuestra atmósfera. Los ciclos del agua son de renovación
constante y aunque todas las especies hemos bebido la misma agua no por eso ha
dejado de ser pura y nueva para cada organismo que la bebe. La captura de la
energía del Sol, la flexibilidad de la molécula de agua (con sus tres fases
líquida, gas y sólida) y el enriquecimiento de los suelos han permitido la vida
en el planeta. De una u otra manera Archaeas, Cianobacterias, Arboles, Plantas,
Animales y nosotros necesitamos capturar la energía del Sol para vivir y
mantener el equilibrio que permite el funcionamiento de este extraordinario
ecosistema.
Las Archaeas
capturan la energía del hidrógeno y el carbón del dióxido de carbono para
reproducirse –algunas han sido responsables de crear depósitos de gas metano en
el planeta. Las Cianobacterias usan la energía del agua para fijar el carbono
en ese proceso que inventaron (fotosíntesis) y enriquecen de oxígeno el
planeta. Los árboles hacen lo suyo gracias a los cloroplastos e igual hacen las
plantas verdes. Nosotros, incapaces de foto-sintetizar nada, consumimos otros
seres vivos como recurso de energía, energía que quemamos para vivir, crecer y
reproducirnos. Esencialmente todos los seres vivos usamos la energía del Sol,
directa o indirectamente. Aunque no nos alimentemos de vegetales dependemos de
las plantas, base de la cadena alimenticia del planeta, y necesitamos beber
agua. Pero, acaso ¿tenemos idea de lo que cuesta producir un kilo de papas, de
arroz o de carne?
En el documental
HOME, que si no ha visto le recomiendo vea, vemos que producir un kilo de papas
requiere, además de nutrientes, cien litros de agua, que un kilo de arroz
necesita cuatro mil litros y uno de carne de res trece mil. Bien me doy cuenta
de que parece imposible. Aunque creo que entendemos el valor del agua gracias a
la sed, no estoy tan segura de que nos demos cuenta de lo fundamental que es
para nuestra existencia. Pienso que olvidamos temporalmente que es un recurso
limitado. Es bastante obvio que nos preocupa poco preservarla o incluso
protegerla de los contaminantes que en nuestras actividades generamos. La
ciudad que usa màs agua en el mundo es Las Vegas, un espejismo en el desierto
que consume entre ochocientos y mil litros de agua diarios por persona. El uso
de insecticidas y pesticidas sigue en aumento. Y los humedales, críticos en
reciclar el agua del planeta, continúan desapareciendo y en los últimos cien
años se han secado la mitad de ellos (http://www.youtube.com/watch?v=jqxENMKaeCU).
Desde que
descubrimos el fuego los humanos nos hemos beneficiado del uso de varios
recursos de energía, la madera seca, el carbón, el gas natural y el petróleo.
La madera es biogénica generada por los árboles. El carbón es dividido en
mineral, según argumentan unos en el caso del carbón negro, o en biogénico en
el caso del carbón marrón o lignita. Gas
y petróleo, puede que tengan ambos orígenes, inorgánicos y orgánicos, este es
un tema en discusión. Ciertas cantidades pueden ser resultado de procesos
orgánicos y otras de formación mineral, el debate lleva un siglo y ha renacido
últimamente. El origen biogénico o
abiogénico del petróleo es un asunto porque de ser fósil es obviamente finito,
un asunto porque estaríamos llegando a su fin, y de no serlo podría ser muy
abundante. Quienes teorizan que gas y petróleo son minerales emigrados de las
profundidades de la Tierra, argumentan que allí son muy abundantes y sugieren
que debemos desarrollar tecnologías de extracción, extraerlos y disfrutar de
ellos sin temor de que se terminen.
En realidad, se
pierde de vista que el Petro-Mundo que hemos creado es insostenible por varias
razones y que la Tierra no puede absorber el nivel de contaminación que esto
significaría. El calentamiento de la Tierra, la contaminación de las aguas en procesos
de extracción y debido al nivel de consumo que favorece la locura del
crecimiento sin fin que hemos inventado son insostenibles. La continua y creciente liberación de dióxido
de carbono y otros gases invernaderos que liberamos implica la vuelta al
planeta de cielos rojos, ricos en
dióxido de carbono, y drásticas transformaciones en la biosfera; una vuelta al aire tóxico es incompatible con
la existencia de especies que requieren oxígeno para vivir como la
nuestra.
Pero si bien la
realidad se hace cada día más obvia, nuestras perspectivas parecen estar muy
atrás. Dubai es el mejor alumno de occidente, aunque es una ciudad musulmana.
Dubai es como un faro que transmite los principios del Petro-Mundo y por ello
es también el ejemplo màs extremo de la locura occidental. Una ciudad de
espejos y de vidrios en el desierto, sufriendo periódicas tormentas de arena.
Torres gigantescas arañando el cielo, pero torres ciegas que necesitan ser
“bañadas” de arriba abajo para recuperar la vista, enceguecidas por las arenas
del desierto. En un mundo donde el agua potable no existe pero se crea
desalinizando el agua de mar, un proceso carísimo pero sostenido por la riqueza
petrolera de los Emiratos, el agua no es preservada. Dubai es un espejismo: una
ciudad con Sol constante pero donde no se usan los paneles solares para
utilizar la energía del Sol. Dubai es una ciudad que construye islas
artificiales y lujosas en el mar pero se nutre de alimentos que llegan de todas
partes del mundo porque no tiene un kilómetro cuadrado de suelo cultivable.
Dubai considera levantar toldos gigantes de vereda a vereda para que sus
habitantes compren afuera en las tardes de Sol abrasador y con temperaturas de
40 grados. Dubai es la ciudad que existe gracias al aire acondicionado que zumba
contínuo de edificio en edificio. Pero Dubai es admirada por los turistas
del mundo que la visitan justamente por
ser un mirage en el desierto, y por lo tanto es el mejor testimonio de nuestros
valores y nuestra locura.
Hemos confundido desarrollo y progreso con
crecimiento. Quizás por eso cada vez que mi hijo menor me visita siento que
tengo casi que disculparme de haber elegido para vivir una ciudad relativamente
pequeña como Halifax. Confieso que se me
hace arduo defenderla en sus virtudes si la comparan continuamente con New
York, Atlanta o Montreal, no porque no las vea personalmente sino porque están
en contradicción con esa idea del crecimiento eterno y del valor de lo “grande
sólo porque es grande.” Estamos perdidos como especie, pienso, si las
generaciones que nos siguen no pueden imaginar siquiera que hay virtud en lo
pequeño, en lo racional, en lo sostenible.
Seguimos usando
los números como fórmula mágica de medir progreso y estos favorecen el
crecimiento continuo como que fuera posible, como que el mundo mismo donde
vivimos no fuera un sistema cerrado y finito.
Me imagino al mundo como un gigante deformado sostenido apenas por unas
piernas delgadas y con un cuerpo muy obeso en la cima. Queremos seguir
ignorando que los criterios que usamos para medir la realidad afectan nuestra
perspectiva. Perseguimos un continuo aumento del Producto Interno Bruto (PIB) y
favorecemos cualquier negocio especulativo y fraudulento y cualquier
explotación de la naturaleza para aumentarlo. No nos preocupa la lógica, la
justicia ni la redistribución. ¿De qué sirve crecer si unos pocos en la cima
acumulan las riquezas? ¿Cuánta riqueza es necesaria para ser feliz? ¿Cuánta
pobreza y locura es soportable? ¿Cuánta injusticia y opresión?
Hasta quienes
cuestionan el modelo dominante por injusto no siempre lo ven como es: el
destructor de la vida en la Tierra y una locura insostenible. Incluso entre quienes lo cuestionan dominan
las aspiraciones al “desarrollo” que imitan al centro, padrón muchas veces para
la periferia. Pocos ven al centro en su decadencia, violento, crecientemente
desigual e ingobernable. Pocos se dan
cuenta que sus candidatos políticos parecen salidos de un hospital para
enfermos mentales, sin despreciar a aquellos seguramente más cuerdos que todos
estos. Lamentablemente, nuestra capacidad para engañarnos es muy grande y
nuestro compromiso con el Petro-Mundo lo es también. Somos parte de esta
pesadilla que nos atrapa como la flama atrapa a las mariposas. Somos gentes de
estos tiempos, donde poco se cuestiona y menos se piensa, donde lo desagradable
queda metido por allí en algún cajón del subconsciente, tiempos de fingir que
todo está bien y que somos felices, tiempos de imaginarnos que podemos vivir
solos, absolutamente solos, comunidades de uno, por uno y para uno.
Nos cuesta
imaginarnos modelos alternativos, sostenibles, razonables, justos. Seguimos
corriendo al despeñadero a mayor y mayor velocidad, confiando que alguna
tecnología ha de salvarnos, ignorando lo que nos incomoda. No vemos el bosque
por el árbol que estamos empeñados en cortar. ¿Cortaremos el último árbol?
¿Beberemos, o pelearemos por beber, el agua de la última fuente? ¿Acaso nos
comeremos las últimas plantas? ¿Mataremos la última res? Y luego… ¿que?
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