En una actitud de gran sinceridad, como indica Bloomberg, el gobernador del banco central de China, Zhou Xiaochuan, confirmó que la burbuja financiera china había estallado y que la caída bursátil de las últimas semanas se puede prolongar por más tiempo. Las acciones del gigante asiático se desplomaron un 40 por ciento desde sus máximos en junio y este descenso borró del mapa 5 billones de dólares. Los mercados bursátiles de todo el mundo se han desplomado y la temida desaceleración está sacudiendo a todas las economías. No es para menos: China puede enviar a varios países a la recesión en los próximos meses, como ya ha ocurrido con Brasil y Canadá.
El estallido de la burbuja china confirmado por Zhou Xiaochuan, tendrá un impacto significativo en la economía mundial en los próximos años. China creció a tasas de dos dígitos durante tres décadas y en 2010 comenzó con su lento declive que puede arrastrar el crecimiento global por debajo del 2 por ciento, un umbral que puede ser equivalente a una recesión mundial. China será la fuente de mayor vulnerabilidad global dado que llegó a convertirse en la segunda mayor economía del planeta y en 2014 representó el 15 por ciento del PIB mundial y el 40 por ciento del crecimiento. Esto sugiere que un descenso al estilo de Japón es una posibilidad bastante real.
Tras crecer vertiginosamente durante más de tres décadas, Japón entró en 1990 en una espiral deflacionaria y con recesiones múltiples de la cual aún hoy, tras 25 años, no tiene final a la vista. El fuerte crecimiento de Japón lo hizo convertirse en la segunda economía del planeta en los años 80, y eso mismo ocurrió con China en la primera década de este siglo. La fuerza de China dio un gran impulso a los países emergentes que no sufrieron un gran impacto con la crisis financiera de los países desarrollados que estalló en 2008. China actuó como la locomotora de relevo de la economía mundial, pero ese impulso -basado en la creación de burbujas especulativas- ha colapsado. La caída de los precios de las materias pone en aprietos a todos los países emergentes. El índice de materias primas de Bloomberg para 22 productos, ha alcanzado su nivel más bajo desde agosto de 1999.
La historia demuestra que los países que experimentan "milagros económicos" tienden a desarrollar sistemas financieros de gran optimismo que no temen al riesgo y a la inestabilidad de sus balances. Cuanto más tiempo dura el milagro, mayores son los desequilibrios y el apalancamiento financiero. Esto se debe a que en los períodos de rápido crecimiento el sistema financiero se relaja y asume cada vez riesgos más excesivos que en algún momento se revertirán. En el período de la euforia el sistema financiero tiende a potenciar las expectativas optimistas, expandir los balances y hacer crecer a la economía a un ritmo más rápido de su capacidad. Pero cuando el crecimiento se desacelera esos mismos balances que se hincharon en la fase expansiva caen sistemáticamente por debajo de sus expectativas y sus decepcionantes rendimientos presionan aún más la desaceleración económica.
La estructura financiera basada en la deuda se convirtió en el motor de la economía y fue lo que impulsó el rápido crecimiento de Japón y China. Pero todos los países adoptaron el mismo modelo de endeudamiento y esto es lo que explica el colapso del sistema en 2008. Los balances se expandieron mucho más allá de la capacidad real de la economía y los pasivos, en la hora de las dificultades, asfixiaron a la economía real. Lo correcto habría sido disminuir los balances por la vía de drásticos recortes, pero se hizo exactamente lo contrario: se le dio dinero a la banca para que limpiara sus balances y no a la economía real para que impulsara la economía.
En el período de la euforia, la deuda creció a razón de cinco veces el crecimiento del producto. El optimismo y el crecimiento permitían cubrir el servicio de la deuda y amortizar la deuda. Pero la desaceleración provocada por el estallido de la burbuja hizo más costoso refinanciar los créditos y las inversiones. El desequilibrio de los balances generó una vuelta de campana en una reacción automática que socavó la confianza y generó miedo a largo plazo. El problema no es la deuda sino el rol que desempeña la deuda en los momentos de euforia y de miedo. En la euforia la deuda actúa como un aliado del crecimiento pero apenas llega el miedo se convierte en enemigo.
El impacto del estallido de la burbuja china llevó al FMI a recortar nuevamente su proyección de crecimiento mundial de 3,5 a 3,3 por ciento. China ha impulsado el crecimiento mundial desde el año 2008, por tanto la desaceleración de China tendrá efectos significativos en la economía mundial y el FMI deberá ajustar nuevamente sus proyecciones a la baja. Una disminución de dos puntos porcentuales en el crecimiento de la demanda interna de China durante dos años reduciría el PIB mundial en 0,3 puntos porcentuales al año. Si incluimos las fuertes correcciones que han tenido los precios de la materias primas y el inevitable aumento de la prima de riesgo, los efectos del tsunami chino pueden afectar en más de 0,5 por ciento el crecimiento mundial. Las proyecciones de crecimiento que se dieron a principios de año serán una auténtica fantasía.
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