En la búsqueda de los consensos para llevar adelante la agenda laboral del gobierno parecieran haberse quedado atrás algunos temas que interesan al empresariado, como la posibilidad de acordar la flexibilidad de jornada, uno de los puntos de la llamada “adaptabilidad pactada”. De todas formas, resulta necesario promover el debate sobre estas materias, sobre las cuales se suele escuchar sólo una parte de los argumentos sin mostrar los problemas que podría conllevar.
Ahora que la ministra Matthei ha dicho que sólo pretende enviar al Congreso proyectos de reforma laboral que sean consensuados, la agenda del gobierno se ha visto reducida a algunos temas más bien aislados: teletrabajo, salud y seguridad laboral, multirut, atribuciones de la Dirección del Trabajo, eliminación del 7% para jubilados, entre los principales. No es de esperar tampoco que en estas materias se produzcan cambios profundos.
Públicamente la ministra del Trabajo manifestó la inviabilidad de llevar a cabo una gran reforma laboral, esquivando con ello la posibilidad de abrir el debate sobre el modelo de trabajo que necesita nuestro país.
No se incluyen en esta agenda ciertos caballitos de batalla del empresariado, como la adaptabilidad pactada o la modificación del sistema de indemnizaciones por años de servicio (IAS), justamente por la dificultad de alcanzar consensos. No obstante, lo más probable es que se siga trabajando silenciosamente por alcanzar acuerdos políticos al respecto, y más vale estar prevenidos.
Estos proyectos (adaptabilidad pactada e IAS) son altamente conflictivos puesto que apuntan a desmantelar el sistema de protección ligado al Derecho del Trabajo, eliminando algunos derechos adquiridos en luchas históricas. Su discusión, aunque en las sombras aún, cobra gran relevancia hoy en día, cuando los discursos sobre flexibilidad se escuchan en todas partes, siempre magnificando los supuestos beneficios que ésta traería.
Especialmente relevante resulta hacer un zoom al proyecto de adaptabilidad pactada, del cual poco se ha comunicado.
En diciembre del año pasado, trascendieron algunos contenidos de la propuesta del gobierno sobre esta materia. Entre los puntos principales se encontraban: la eliminación del máximo de 2 horas extra de trabajo al día y del derecho a tener dos domingos de descanso al mes, además de ampliar el límite máximo de horas trabajadas a la semana y al día. Según este sistema se crearía un banco de 2.880 horas anuales o 60 semanales, distribuidas en un máximo de 6 días con un límite de 10 horas diarias o en 5 días con un máximo de 12 horas diarias.
Es difícil concebir que en los tiempos actuales, en una sociedad que aspira a ser desarrollada, se llegue a necesitar que una persona trabaje 12 horas diarias o 60 horas semanales. ¿Cómo sería posible compatibilizar un ritmo así de trabajo con la realización de actividades de esparcimiento, estar con la familia o participar de la vida democrática? ¿No se había prometido que el progreso técnico nos llevaría a tener más tiempo libre? Más aún, para la gran mayoría de los trabajadores, con bajos sueldos y alto nivel de endeudamiento, la presión para pactar las jornadas máximas será demasiado fuerte.
Otro elemento fundamental que está en juego es el hecho de insertar esta flexibilidad en los procesos de negociación colectiva. Si bien en un sistema ideal no sería impropio dejar que las organizaciones de los trabajadores negocien colectivamente condiciones de trabajo como los horarios, en Chile los sindicatos son débiles y fácilmente reducibles (promedio de 86 socios y tasa de afiliación de menos del 15%), en tanto los grupos de trabajadores (con un mínimo de 8 ) carecen de organización y de fuerza
Lo que puede sonar beneficioso para una profesional calificada, soltera, que puede llegar a negociar individualmente obteniendo buenos resultados, difícilmente sea igual para una trabajadora con 3 hijos y que labora como vendedora multifunción en una tienda por departamento sin ningún poder negociador. Resulta muy distinto cuando la flexibilidad es algo deseado que cuando es aceptado porque no se tiene otra opción.
El modelo detrás del proyecto de adaptabilidad pactada y del discurso sobre la flexibilidad en el mundo del trabajo promueve la máxima disponibilidad del trabajador hacia los requerimientos de la empresa, por eso la insistencia en la libertad para el uso de los tiempos. En esta ecuación, la empresa no considera las necesidades de la persona, el Estado abandona su rol regulador y la gran mayoría de los trabajadores debe arreglárselas por su cuenta para poder defender los pequeños momentos del día que les quedan para compartir con su familia, recrearse y participar activamente de la sociedad.
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