OPINIÒN
LA ACTUAL COYUNTURA DE LUCHA POR LA HEGEMONIA (O LA LUCHA POR LA IDEAS Y LA PRÀCTICA)
Eduardo Gutiérrez González/ Mayo de 2016.
Como era previsible la lucha por la hegemonía, por el liderazgo, cruza a todas las clases y fracciones de clase y sus representaciones políticas en el Chile de hoy. La causa de este fenómeno radica en la crisis política de legitimidad que acusa la dominación burguesa en su conjunto, la llamada clase dominante, y cuyo origen está en la corrupción instalada en las altas esferas del poder. También aunque en menor medida, la causa de esta crisis ha sido el esfuerzo de los grandes monopolios por aumentar las tasas de ganancias y la apropiación del excedente y ubicarse en el nuevo escenario del capitalismo mundial, donde los ejes centrales están en el ordenamiento de los mercados ante la pugna por la hegemonía entre EEUU y China. Razón de fondo que está tras el Tratado Transpacífico(TPP) que el gobierno de Bachelet aprobó recientemente. De ahí que el aumento del costo de la vida, del empleo precario y de la cesantía sean la otra cara de la medalla de las ganancias desorbitantes que muestran las clínicas privadas, la banca, los monopolios y las administradoras privadas de los fondos de pensiones.
Tras esta realidad de fondo es que se esconde la lucha por la hegemonía tanto en la derecha política, en el gobierno como en la izquierda fuera del duopolio.
La derecha política identificada como la representación de los sectores monopólicos nacionales y defensoras del capital expoliador extranjero (aunque no sólo ella) se bate en dos ideas.
Por un lado mantener la defensa a ultranza del modelo identificado con la Constitución de 1980, asumiendo como eje de su accionar la bandera de la defensa de la propiedad privada (tal como lo hizo históricamente durante la oposición al gobierno popular de Allende) y por otro lado, una derecha de corte más liberal que sin dejar de defender ese mismo principio pone el eje en la posibilidad de llegar a acuerdos con las fuerzas del gobierno, incluyendo cambios constitucionales para generar un nuevo pacto político que de alguna forma rompa con el estigma del pinochetismo. Esos cambios constitucionales los ven como reformas que liberalicen la constitución pinochetista sin abandonar los principios neoliberales, el principal de los cuales lo constituye el llamado Estado subsidiario.
En las fuerzas del gobierno, el bloque en el poder político, también se baten a grandes rasgos dos tendencias.
Quienes se ubican también como defensores del modelo neoliberal, de la propiedad privada y del Estado subsidiario y que se conciben así mismos como competidores con la derecha en su representación de la gran burguesía, aun cuando su discurso apela a las “capas medias” y su propaganda apoya las ideas políticas liberales. Aquí hay un espectro que cruza a la mayoría de la DC, y sectores que mantiene sin contrapeso la hegemonía dentro del PS y del PPD. Estos sectores suscriben la idea del cambio constitucional que busca esencialmente resolver las controversias a nivel del poder ejecutivo, de ahí su discurso en torno a separar el cargo del presidente del de un Primer Ministro. Como es obvio, este sector tiene diferencias con la derecha, pero sus contradicciones no son de fondo. De ahí que en temas como fortalecer el carácter represivo de la dominación no tengan mayores controversias, lo cual se nota en la represión al Pueblo Nación Mapuche o en el control preventivo de identidad; todo esto al margen de los pataleos díscolos de sectores del PS. Y de ahí también que la tendencia que predomina entre ellos es llegar a un acuerdo con la derecha sobre una futura constitución sin considerar la Asamblea Constituyente. También, esto último, al margen de los díscolos en su interior. En este escenario la opción del Partido Comunista es ser la bisagra que articule ese proyecto de nuevo pacto entre los distintos segmentos de la burguesía con sectores de la izquierda fuera del duopolio, apelando al realismo político, al temor del aislamiento y levantando la bandera de la Asamblea Constituyente, opción claramente minoritaria en la Nueva Mayoría. Este rol tiene su costo en la prueba de la blancura: desde aceptar el congelamiento de los salarios y el abandono de la consigna de la Asamblea Constituyente por la CUT, hasta jugarse por apaciguar todos los conflictos radicales en contra del neoliberalismo y sus secuelas.
Pero también la pugna por la hegemonía se está instalando en la izquierda fuera del duopolio.
Esto es lógico, atendiendo la carencia de un proyecto mayoritario en su interior que tuvo su máxima expresión en los resultados electorales del 2013, donde las tres candidaturas presidenciales no lograron instalarse como tercera fuerza frente al neoliberalismo. Ciertamente han pesado factores históricos no menos importantes, el más determinante: la derrota del proyecto de la clase obrera con el golpe de estado de 1973. Esta derrota, unida al carácter de la transición de 1989 y luego la consolidación del proyecto neoliberal instalado por la dictadura militar y los monopolios y profundizado por la Concertación, ha constituido la tónica de la hegemonía que se le ha impuesto al movimiento popular y de los trabajadores en cada coyuntura estratégica. Así, previo al término del régimen militar, se impuso la idea en los partidos populares que había que ceder la conducción del naciente movimiento sindical a la Democracia Cristiana y luego ceder la hegemonía política a la Alianza Democrática conducida por ese mismo partido y la fracción del socialismo renovado. Una nueva derrota de los trabajadores se consolidó con el llamado “pacto social” que impusieron esos mismos sectores a los trabajadores y que dio como resultado el apoyo a las políticas neoliberales de la Concertación. Ahora nuevamente en los dos primeros años del gobierno de Bachelet se le ha impuesto a los trabajadores, a través de la CUT y su dirigencia una política conciliadora. La manifestación más clara quedó demostrada por su nefasto papel en el conflicto de los trabajadores del Registro Civil el año pasado y con su apoyo al congelamiento de los salarios con un reajuste inferior al aumento del costo de la vida.
En la actual coyuntura y nuevamente ante la debilidad de los trabajadores como clase, limitado su accionar meramente a la lucha reivindicativa económica, surgen opciones liberales que proviniendo de sectores decepcionados del bloque en el poder ejecutivo, e incluso de la derecha, buscan posicionarse críticamente para mantener sus espacios en el parlamento y volver con más fuerza a negociar en el nuevo pacto neoliberal que se está articulando. No otra es la interpretación que percibimos en las propuestas tanto de la llamada “Alternativa Democrática” como de la llamada “Tercera Alternativa”. Contrario a esos esfuerzos creemos que es necesario y urgente que esas iniciativas liberales deben contrastarse con un proyecto de las organizaciones de los trabajadores, los estudiantes, los pobladores y los intelectuales críticos al modelo neoliberal y portadores de un proyecto democrático avanzado y radical. Levantar estratégicamente la Asamblea Constituyente, más allá del proceso constituyente del gobierno y de un gobierno popular con vistas al socialismo democrático y libertario en nuestra Patria debe ser la respuesta a esta ofensiva.
Eduardo Gutiérrez González/ Mayo de 2016.
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