Una larga trama de más de una década que fue gestando el desenlace. El
kirchnerismo como contención de la crisis de principios de siglo y como
restaurador del “país normal”. Nuevo gobierno y “nueva derecha”. La indefectible
tarea de viejos ajustes.
Fernando Rosso
La Izquierda Diario, Buenos Aires, 23-11-2015
Por estas horas una pregunta retumba en la cabeza de miles de militantes
o adherentes al gobierno saliente y su proyecto: ¿qué nos pasó?
Y ese interrogante está íntimamente relacionado con otro que también
resonó en otros momentos de la historia política argentina: ¿qué es esto? O
mejor dicho, ahora, “qué fue esto”.
Los autores de estas líneas hemos trabajado los últimos años una crítica
más o menos sistemática del kirchnerismo y sus límites (en los blogs “Los Galos
Asterix”, “El violento oficio de la crítica”, así como en La Izquierda Diario),
como parte de la elaboración y reflexión colectiva más amplia del Partido de
los Trabajadores Socialistas, parte del Frente de Izquierda.
Ante el cambio de gobierno y el fin de un ciclo político, consideramos
oportuno pasar revista a lo dicho y escrito con el objetivo de aportar a las
conclusiones políticas desde la izquierda, en este momento crucial de la vida
política nacional.
De la crisis orgánica a la “hegemonía débil”
El kirchnerismo emergió a comienzos de este siglo como una negación
dialéctica de la crisis orgánica que terminó de estallar en las jornadas
calientes de diciembre de 2001.
Una crisis catastrófica de la economía, combinada con una crisis social
y política. El fracaso de la "gran empresa" de la convertibilidad que
nos llevaría al moderno primer mundo y por la cual hubo que sacrificar hasta
las joyas de la abuela, devino en una crisis de representación y una
movilización de masas que tuvo su cenit en las "jornadas
revolucionarias" del 19 y 20 de diciembre de 2001. Jornadas que alcanzaron
para que se fuera Fernando de la Rúa, pero no para que las mayorías obreras y
populares impusieran una salida independiente.
En aquellos días también se configuró una situación clásica donde “los
de arriba no podían seguir gobernando como antes y los de abajo no querían
seguir viviendo como hasta ahora”.
Sin embargo, esta definición hay que complementarla con un limitante:
“los de abajo no pudieron articular una ‘hegemonía expansiva’ –esencialmente
por la debilidad con la que llegó la clase trabajadora al acontecimiento 2001-
que permitiera una salida superadora; y los de arriba lograron instaurar una
‘hegemonía débil’ expresada en un ‘semi-nacionalismo burgués’ que alcanzó para
una tarea de restauración de la autoridad estatal y para la apertura de un
ciclo político y de negocios.
Los momentos de crisis orgánica y sobre todo cuando existe un
"empate catastrófico" entre las fuerzas "progresistas" y
"reaccionarias", son propicios para soluciones de fuerza y para
diferentes variedades de "cesarismo" o “bonapartismo”.
De ahí el famoso “decisionismo” de Néstor Kirchner, que ocuparía varias
páginas de análisis entre 2003 y 2006.
Kirchner arribó al gobierno como candidato por default dentro del
peronismo, con poco más del 22 % de los votos y en un marco de movilización de
grandes fracciones de la sociedad. El primer elemento a señalar es que sin las
excepcionales condiciones económicas con las que se encontró, nada del
“proyecto” hubiera sido posible. La devaluación que había aplicado el
interinato de Eduardo Duhalde y que saqueó el salario obrero (el salario real
cayó alrededor de un 30 %), la amplia capacidad ociosa de un país castigado por
una recesión de casi cinco años habilitó un nuevo crecimiento prácticamente sin
necesidad de inversión, y el inicio del ciclo mundial de alza de las materias
primas (o commodities), permitió un ingreso inédito de divisas al país y a la
región. Es decir, el nuevo gobierno usufructuó la dudosa “virtud” de los que
previamente -vía recesión y luego devaluación-, habían hecho el trabajo sucio
del ajuste; y la “fortuna” de un viento de cola de la economía mundial.
Pero en un país convulsionado que había gritado en las calles y en las
plazas “que se vayan todos”, las posibilidades económicas necesitaban de una
traducción política. El nuevo gobierno debió establecer alguna forma de
“diálogo” con la difusa agenda de aquel diciembre.
Para esta tarea armó una coalición política y de gobierno que, si bien
se apoyaba en el grueso del personal político con responsabilidad en la
situación del país, hacia el gran público puso el tradicional PJ en el freezer
y adoptó un discurso con inclinación hacia la centroizquierda: se apropió de la
demanda histórica de los derechos humanos, impulsó el cambio en la Corte
Suprema y, en general, ensayó un relato de lucha contra las corporaciones,
hasta con ribetes “nacionalistas”.
La bajada de los cuadros de los dictadores fue uno de los momentos
simbólicos más intensos de aquellos años. Removió a los supremos de toga y
habilitó los juicios a algunos genocidas emblemáticos. Entregó la cabeza de
representantes muy odiados (y con escaso poder), para salvar la autoridad del
Estado en su conjunto.
La “guerra” contra Clarín y luego el enfrentamiento con las patronales
del campo otorgaron la sobrevida para cierta épica, hacia la segunda
administración en manos de Cristina Fernández. Así como la repentina muerte de
Néstor Kirchner que se inscribió como un hecho político en el devenir de los
acontecimientos.
El país burgués aceptaba los vientos de cambio en el discurso de la
cúpula del gobierno, acompañando -no sin roces- la operación pasivizadora, a
condición de que le aseguraran la devolución de un “país normal”, si fuera
posible “atendido por sus dueños”.
Doce años después, el establishment cumple su sueño y fiel a su
naturaleza mientras el kirchnerismo le prestó servicios con el corazón, le
responde en el festejo fervoroso de una derrota y en manos de un hijo pródigo.
El hijo burgués en el país maldito, presidirá los destinos de la
Argentina a partir del próximo 10 de diciembre.
El kirchnerismo fue víctima de la lógica de hierro de todos los
“populismos” (como variantes de reformismo): no fue lo suficientemente
disciplinado como para ser considerado por el conjunto de los dueños de la
patria un gobierno "orgánico" y 100% propio, y no fue lo suficientemente
radical como para generar un movimiento de masas en el cual apoyarse para
impulsar un cambio profundo.
Los momentos de la restauración
Hacia el año 2007/8 el “modelo” empieza a mostrar signos de agotamiento
que la recuperación espectacular de la economía mundial luego de la crisis del
2008 permitió camuflar. Desde el 2011 en adelante, la famosa "restricción
externa" volvía a poner sobre la superficie sus límites.
En ese transitar, el kirchnerismo fue dando señales más o menos
contundentes que permitían presagiar su final. Un profuso itinerario de giros a
la derecha que expresaban en el terreno político, los límites del tímido
estatismo en la esfera de la economía.
El temprano vuelco hacia recostarse en el pejotismo, abandonando las
propuestas primigenias de la “transversalidad” y la “concertación plural”, que
tenían el objetivo mayor de “refundar” un nuevo régimen de partidos estable;
fue una de las primeras derrotas de las fracciones “progresistas” del
kirchnerismo.
El destino “trágico” de que el único candidato de la coalición oficial
con chances para las elecciones de este año, fue uno que hizo de la “no
política” el alfa y el omega de todo su discurso y de la reconciliación
consensual con las corporaciones su marca de fábrica; representó otro fracaso y
una consecuencia lógica por los límites del “proyecto” kirchnerista, en las que
el progresismo depositó demasiadas esperanzas.
La ruptura con Hugo Moyano y los paros generales de los años 2012 y
2014, por las políticas de ajuste más claras (techo e impuesto al salario,
sintonía fina, devaluación y recesión) significó el quiebre de la coalición con
la burocracia sindical unificada, una expresión distorsionada de la separación
de franjas significativas del movimiento obrero con el gobierno. Tras la
ruptura, se vio impulsado a apoyarse con métodos de prebenda y corporativismo
“menemistas”, en la fracción más conservadora y totalitaria de la dirigencia
sindical (Antonio Caló de la UOM y el “demócrata” Ricardo Pignanelli de SMATA,
entre otros).
La estatización de la militancia juvenil y la “fusión” de sus dirigentes
(en realidad, muchachos grandes, que trabajan de jóvenes) en el seno del
pejotismo, liquidó toda posibilidad de la construcción de una juventud con
épica y convicciones que no se reduzca a los patios de la Casa Rosada.
Las "huelgas" policiales fueron otro capítulo de la larga
serie de capitulaciones a los poderes fácticos de las corporaciones (armadas o
no). No hay que olvidar que el cierre de esos conflictos fue con un “felices
pascuas”, y el resultado, una paritaria express con aumento de remuneraciones
otorgado en tiempo récord.
En el 2013 el fracaso de la “experiencia Insaurralde” (como la calificó
delicadamente la revista El Ojo Mocho), cuando el actual intendente de Lomas de
Zamora pierde en la provincia de Buenos Aires con Sergio Massa, no fue más que
un adelanto de la caída de la “experiencia Scioli”.
La “rebelión de los espías” que estuvo en el trasfondo de la muerte del
fiscal Alberto Nisman, fue una manifestación y una muestra del peso que tiene
sobre las instituciones de la democracia capitalista el poder real que habita
en sus sótanos.
La reconciliación con la Iglesia y con Jorge Mario Bergoglio, convertido
en el Papa Francisco en 2013 y el encumbramiento de un general como Cesar
Milani, como jefe del Ejército fueron golpes certeros a los “batalladores
culturales” y a la moral de quienes habían creído el discurso de los orígenes.
El conflicto de la autopartista Lear (y antes Gestamp) y las represiones
llevadas adelante por el Secretario de Seguridad Sergio Berni, terminaron de
borrar en el suelo de la Panamericana una desteñida bandera de la “no
represión” a la protesta, que encontró su límite justo donde empiezan los
intereses de las multinacionales de la industria mimada del “modelo”.
El ajuste de 2014 con la devaluación y el enfriamiento de la economía y
las diatribas desde la tribuna contra la protesta social y especialmente el
impulso fracasado para regimentar los piquetes se anudaron en el nunca bien
recordado “Macri Moment” en el que ya se hacía patente la política de levantar
a Macri como “adversario a medida”.
Los errores políticos (la candidatura de Aníbal Fernández en la
provincia de Buenos Aires, clave para la victoria del PRO) no son más que la
manifestación en la superficie de la resolución imposible de las dos almas de
kirchnerismo. Partido de la contención y del orden, del desvío y la
restauración, que, por último, pero no menos importante, nunca dio una
explicación sobre lo que pasó con Jorge Julio López ni dio muestras de impulsar
seriamente la investigación sobre su desaparición.
Cosecharás tu siembra
El kirchnerismo fue un eficaz desmovilizador de los movimientos sociales
que antes del 2003 eran más o menos independientes del Estado. Pero, orgullosos
de esta labor restauradora, nunca imaginaron que estaban socavando el propio
apoyo popular potencial de su gobierno. Salvo durante la llamada “crisis con el
campo”, en la que el gobierno tuvo que ponerse en manos del Sindicato de
Camioneros y los punteros del PJPBA y algunos actos en los que movilizó
masivamente en épocas electorales, no estaba en su hoja de ruta ni las tomas de
fábrica ni los cortes de ruta, por el contrario reprimió a los que cortaron
rutas y calles y se apoyó en los burócratas sindicales contra el activismo
fabril.
La política de reparación de la autoridad estatal terminó con el curioso
saldo de que el “empoderamiento” popular tomó la forma de una “estadolatría”.
Ya no era la gente movilizada la que hacía los cambios, sino el Estado dirigido
por el peronismo en una variante más o menos de centroizquierda. Algunos
progres se reconciliaron con el peronismo y tuvieron su “ida al pueblo” (en
muchos casos desde la virtualidad posmoderna), pero esta política fue una
“bandeja de plata” para el desembarco de Scioli. Y Scioli fue un puente de oro
para la repentina y “sorpresiva” irrupción de Macri.
Con un sapo en la barriga
“-¿En qué te han convertido Daniel?- preguntó Mauricio con celo de CEO
de empresa al que le han arrebatado a uno de sus empleados del mes.
- Me he convertido en un enorme batracio que al ser tragado genera uno
nuevo que tiene que volver a ser tragado y así hasta el infinito”.
Con esta broma, el historiador Fernando Aiziczon, sintetizó a la
perfección el dilema del progresismo oficialista y el de muchos votantes no
agrupados, decididos a apoyar el “mal menor”.
Dos años antes, el cineasta Nicolás Prividera había notado
inteligentemente las alternativas poco halagüeñas que se planteaban para la
continuidad del “proyecto”: ser una víctima de la astucia de la razón peronista
(en el sentido de un agente “involuntario” de la recomposición del pejotismo) o
peor aún, terminar como un “muerto vivo” dentro del movimiento que hasta hoy
mostraba credenciales de resiliencia eterna. El temor se concretó potenciado,
el kirchnerismo fue agente de la reconstrucción de un peronismo que sufrió una
de las peores derrotas de su historia.
¿Cómo llegamos, si el kirchnerismo había “avanzado” tanto en término de
cambios sociales significativos, a la disyuntiva marcada por el “sciolismo o
barbarie”?
La respuesta evidente es que la larga serie de acciones políticas que
describimos más arriba, no fueron gratuitas y configuraron la política del
gobierno cada vez más a la derecha hasta llegar a identificarse con Scioli.
Además de que las “conquistas” sociales tuvieron sus marcados límites.
En este contexto, si los “años kirchneristas” pueden leerse a través del
par conceptual "orden y progresismo", como afirma Martín Rodríguez,
allí precisamente está planteada la contradicción que el kirchnerismo estuvo
condenado a reproducir una y otra vez. Porque si la instalación de la idea de
"más Estado" es en parte expresión de una renuncia de los ciudadanos
a ser "sociedad civil" es porque la propia política oficial
desmovilizó y subordinó al Estado amplias expresiones de los movimientos
sociales surgidos al calor de la crisis. En este contexto, el kircnherismo
instaló "batallas" y "conflictos" a su medida, como si
fueran "contradicciones principales" de la sociedad argentina, en la
misma medida que su repolitización estuvo mediatizada por el Estado, que a su
vez se sostiene en poderes reales poco y nada "progresistas": la
policía, la burocracia sindical y el aparato peronista. Contra ellos chocaron
constantemente los nuevos actores de las protestas sociales de los años
kirchneristas. Especialmente sectores combativos de la clase trabajadora,
movimientos sociales opuestos a la contaminación y el saqueo de las petroleras
y mineras y pueblos originarios en defensa de sus derechos.
El espía y el brujo
Rodolfo Walsh y John William Cooke terminaron convertidos en los
pensadores malditos del universo kirchnerista porque trataron temas y tópicos
problemáticos para los años recientes. El primero fue demasiado enemigo de la
burocracia sindical. El segundo habló demasiado de la lucha de clases. John
William Cooke ya había advertido, en los años de la Resistencia peronista contra
los sectores reaccionarios del “Movimiento”: “(…) la lucha de clases existe y
no se trata, como sostiene la reacción, de un invento comunista (…) Algunos
pequeños maccarthys infiltrados en el movimiento popular difunden estos puntos
de vista, contribuyendo a sembrar el divisionismo. La lucha de clases no es un
problema de sentimientos ni de ideas. Es algo concreto, resultante de la
estructura económica. Por lo tanto, querer solucionar los problemas de ella
derivados por medio de fórmulas conciliadoras es creer en la magia negra y ser
tan reaccionario como los que niegan su existencia”. (La lucha por la
liberación nacional. John William Cooke – 1959).
Siguiendo las metáforas cookistas, podemos decir que el kirchnerismo
hizo al mismo tiempo de espía y de brujo. Después de un breve período en que
las luchas sindicales eran reconocidas en el discurso oficial como supuestas
“tensiones del crecimiento”, pasó primero a denunciar las luchas duras las del
Casino Flotante de Buenos Aires, Mafissa en La Plata o el Hospital Garraham,
como producto de conspiraciones de una izquierda que, como decía en los
comienzos del ciclo el intelectual Horacio González, perseguía un “modelo de
guerra”. Luego de la ruptura con Moyano, pretendió detener las “potencias
infernales” de la protesta obrera con una combinación de pacto social con los
sindicatos adictos, uso de la patota contra el sindicalismo de izquierda (que
terminó entre otras cosas en el asesinato de Mariano Ferreyra) y desarrolló un
discurso general contra los asalariados (en especial los docentes) que se
“quejaban de llenos”.
El sueño dogmático peronista de “reemplazar la lucha de clases por un
acuerdo justo tutelado por el Estado” tomaba la forma de una lectura de la
historia nacional en clave del “frepasismo rabioso”: un hecho burgués para el
maldito país obrero. Y una administración estatal que decretó bajo no se sabe
qué artilugio contable, que el salario es ganancia.
Las “conquistas de El Proyecto” con números fríos
La continuidad de problemas sociales estructurales y su profundización
en algunos casos, también estuvo entre las causas del retroceso del
kirchnerismo.
Algunos números del saldo: más del 50% de los trabajadores gana menos de
6.500 pesos (la canasta familiar está en 13 mil pesos), el 34% trabaja en negro
y otro tanto en condiciones precarias. El nivel de pobreza es de 21,8 % en el
primer semestre de 2015 y 4,1 % el nivel de indigencia, según el informe de la
Comisión Técnica de ATE INDEC. En las industrias de la construcción y textil el
empleo no registrado afecta a más del 60 % de los asalariados. El salario de
este grupo es un 60 % inferior al de los registrados. El promedio de
participación de los trabajadores en el ingreso nacional 36,5 % es el promedio.
En los años noventa fue de 38,35 %. Más de 3 millones de personas se encuentran
en déficit habitacional, mientras que las viviendas construidas producto de la
especulación inmobiliaria, permanecen en gran parte vacías y ascienden a más de
2,5 millones.
Sería engorroso citar la multiplicación de las ganancias y las rentas de
los empresarios industriales y agrarios, la fuga de capitales y la renta
bancaria. La Presidenta lo sintetizó muy bien cuando afirmó que “la juntaron
con pala”.
Se produjo una extensión exorbitante de la frontera sojera, un
desarrollo de la megaminería contaminante a cielo abierto y una profundización
de la primarización de la estructura de la economía.
Es una realidad que creció el empleo (aunque no variaron
cualitativamente sus condiciones) y que la AUH y otros planes sociales
permitieron pasar la frontera del hambre. Pero como señala la politóloga Camila
Arbuet Osuna:
“Con el kirchnerismo mucha gente que había tocado fondo pasó de no comer
a comer (y mucha otra no se enteró siquiera que había cambiado de gobierno), de
estar desocupada a tener un trabajo (en muy diversas condiciones: ocupación,
subocupación, trabajo en negro, también dentro del Estado) y eso no puede ser
nunca una pequeña diferencia; pero que comer y trabajar, subsistir sean un
programa político y que haya que darles las gracias al Estado por mantener viva
la población que va a gobernar (el sustento de su gobernabilidad), es en el
mejor de los casos un producto del cinismo” (Camila Arbuet Osuna, “Democratizar
la derrota” en “Qué queda de los cuatro peronismos”. AAVV. Editorial Octubre,
2015).
La exigencia de un fervoroso agradecimiento que manifestó una gran parte
del kirchnerismo frente a esta elección, se pareció mucho a la descripción de
Osuna.
La demagogia de Macri tuvo una autopista en los deslizamientos del
kirchnerismo, en sus giros a la derecha y su exigencia pedante de que se canten
loas al “Proyecto” que, como muestran los números, estuvo flojito de papeles.
El aprendizaje del PRO
La astucia que muchos descubren en Macri, tiene mucho más fundamento en
los errores y contradicciones del oficialismo que en méritos propios. Sin
embargo, un movimiento inteligente de parte del líder el PRO fue el
aggiornamiento de su discurso sellado la noche en que ganó Horacio Rodríguez
Larreta en la Capital.
Además de las ventajas de las que gozaba el kirchnerismo en el terreno
económico, la mayoría de las coaliciones tradicionales que lo enfrentaron
tuvieron una característica común: eran “pre-2001”. Es decir, no tomaban nota
del cambio que había significado aquel acontecimiento en la relación de fuerzas
del país y su desarrollo posterior.
Macri llevó adelante una caprilización forzosa y acelerada que ayudó a
unificar a la oposición detrás suyo. El radicalismo le alquiló los restos de su
partido en la Convención de Gualeguaychú, pero Macri mantuvo esa estructura más
o menos detrás de escena. Mientras el kirchnerismo ponía al frente al aparato y
a las figuras a las que quince años atrás se les había gritado “que se vayan
todos”; el macrismo hizo una operación exitosa de marketing para mostrarse como
“lo nuevo”. Que además, no iba a atacar ninguna de las conquistas y derechos
adquiridos por los trabajadores.
Scioli lamenta hoy no haber podido llegar a ocupar el lugar que tiene
Macri, y Macri es un Scioli “exitoso”.
Lo que no cambia Cambiemos
En otros artículos de esta edición de La Izquierda Diario realizamos los
primeros análisis de las contradicciones inmediatas del escenario político y el
mapa que deja el resultado electoral.
Pero a nivel de lo que venimos desarrollando en esta lectura, hay que
recordar que en la Argentina belicosa y con una conciencia media
pro-estatalista (o que algunos llaman de centroizquierda) el triunfo de esta
derecha “sui generis”, encuentra su límite en esta relación de fuerzas.
El aggiornamiento del discurso de Cambiemos no será gratuito y el aval
político a través de un balotaje (que tiene su aspecto de espejismo), tampoco.
En analista liberal Eduardo Fidanza, lo plantea de esta manera nada más
y nada menos que en el diario La Nación: “Será importante entender que el nuevo
presidente encontrará una sociedad donde las expectativas de bienestar superan
largamente la capacidad del sistema económico e institucional para
satisfacerlas (…) El nuevo gobierno deberá considerar estas creencias para
calibrar, si no quiere equivocarse, el reacondicionamiento que necesita la
economía”.
La historia más o menos inmediata pasará por el choque entre la
recomposición social de la clase trabajadora y las expectativas (que muchos
depositaron ilusoriamente en el PRO) altas de gran parte de las mayorías
populares y la imposición del ajuste más anunciado de la historia.
Una lucha de clases que resurgirá por el empeño en no dejarse domesticar
por los decretos bonapartistas y porque está en la naturaleza de este régimen
social. Una nueva etapa que implicará responsabilidades y desafíos, e impondrá
la necesidad imperiosa de sacar todas las conclusiones de un ciclo que hoy
llega a fin.
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