Quien controla el presente controla el pasado

Posted by Nuestra publicación: on martes, septiembre 15, 2015



Para hacernos tragar la rueda de carreta que pone a Chile en la cumbre de su historia, manipulan nuestro pasado. Las dictaduras no siempre recurren a la violencia: las peores son las que hacen creer que son democráticas. Antonio Soto Canalejo nos lo cuenta de manera luminosa...
Luis Mesina

Quien controla el presente controla el pasado
Antonio Soto Canalejo

Hace décadas George Orwell publicó “1984”, novela sobre un régimen político omnipresente, totalitario, que ejerce férreo dominio sobre la cotidianeidad de los individuos. Allí se impone el ocultamiento de las ideas transformadoras del pasado para evitar que alimenten eventuales disidencias en el presente.
La manera de perpetuar un régimen totalitario es falseando la realidad. Porque la disidencia muchas veces se alimenta del pasado para rectificar el presente y mejorar el futuro. Entonces hay que manipular el pasado, hacerlo inexistente si es necesario. Ante la imposibilidad de viajar en el tiempo el régimen cambia la historia. Tiene razón Orwell cuando dice, “quien controla el presente, controla el pasado”.
En Chile no estamos lejos del mundo orwelliano. El totalitarismo se ha instalado. No es bajo la forma impuesta por Hitler o Stalin. No es el Gobierno el que impone su voluntad sobre nuestras vidas, sino son siete grupos económicos, los que imponen su voluntad sobre la sociedad, incluso sobre el mismo Gobierno. Ellos controlan rigurosamente nuestro presente y han reescrito nuestro pasado. La concentración de la riqueza, y de las rentas, en manos de siete familias ha instalado en el país un poder superior que domina todas las esferas de la vida económica y social y que se proyecta al ámbito político.
Las familias Luksic, Matte y Angelini, están en el ranking de las mayores fortunas del mundo. Se convirtieron en ricas mundiales, primero, gracias a la dictadura y luego a la Concertación. No son los únicos que se han beneficiado de las privatizaciones, de un Estado timorato para regular y de una Constitución que ha convertido en un negocio la salud, la educación y la previsión. A estos los siguen otros de menor envergadura, pero también poderosos, como Saieh, Paulmann, Solari y Piñera.
Estos grupos económicos son los dueños de Chile: de la minería, bosques, pesca, aguas, industrias, supermercados, exportaciones, servicios públicos, salud, previsión, educación y equipos de futbol. Esos siete grupos controlan nuestras vidas mediante bajos salarios, contratos precarios, tarjetas de crédito, bajas pensiones de las AFP, lucro en educación y salud, precios monopólicos en las medicinas.
Pero además controlan los medios de comunicación y se han comprado los partidos políticos, ampliando su poder a la esfera pública.
Con el control de los medios escritos, radios y TV, el pensamiento único defiende, con toda su fuerza, la institucionalidad económico-social que instaló Pinochet. Mediante ellos justifica sus intereses y descalifica, oculta o ataca virulentamente cualquier reforma que se le pueda introducir al régimen.
Así las cosas, los medios de comunicación han intentado convencernos que los economistas están para justificar lo existente, no para cambiarlo. Y han instalado la idea que el orden natural de las cosas es el predominio de lo individual por sobre lo colectivo y que el mercado autorregulado debe dirigir nuestros destinos.
Los siete grupos económicos al controlar el presente, también manipulan el pasado, reconstruyéndolo según su imagen e intereses. Se oponen con virulencia a los cambios impositivos y a la modificación del código del trabajo. Rechazan la gratuidad y la igualdad en la educación. No quieren que las aguas sean para todos los chilenos, sino que sirvan al negocio minero y a las eléctricas. Insisten en la represión al pueblo mapuche. Y defienden, con delirio, la Constitución de Pinochet.
Sobre la base del control del presente intentan inventar un pasado que les sirva a sus intereses actuales. Aseguran que a Chile le iba mal antes. Y, según ellos, desde que llegó Pinochet la vida cambió para bien. Doblegaron a la Concertación para que mantuviera las mismas políticas públicas de los Chicago boys y para que no cambiase la Constitución que instaló Pinochet.
Los vasos comunicantes entre la política y los negocios habían sido evidentes durante los primeros años de la Concertación. En el último año quedó de manifiesto que los políticos se entregaron por migajas a los empresarios. Han financiado sus campañas electorales a cambio de ayudar a los poderosos a ampliar sus negocios. No tuvieron miramientos. Se sentaron a la mesa con Ponce Lerou, el mismo yerno de Pinochet. Comenzaron a admirar a sus represores. Se impuso el síndrome de Estocolmo.
Es cierto que ahora ya nada es sagrado. Pero, se les pasó la mano a los dueños de Chile. Y tampoco se puede seguir jugando con la inocencia de la gente. Como dice Sabina, el calendario no anda con prisas. Todavía están nuestros hijos y nietos. El control del presente, y la manipulación del pasado, no garantizan a los poderosos el dominio del porvenir.