LAS RELACIONES AMÉRICA LATINA, CHINA Y RUSIA

Posted by Nuestra publicación: on domingo, marzo 15, 2015


ÁNGEL SALDOMANDO

En 2005 en la conferencia de Mar del Plata realizada en Argentina, América Latina rechazó las bases del ALCA como proyecto de integración comercial liderado por Estados Unidos. El  consenso de Washington inició su retroceso,  con ello se planteó un reposicionamiento de la región. En el campo de las políticas económicas y sociales esto fue explicito. Se trataba de relanzar  un modelo social más inclusivo y redistributivo, con regulación estatal, recuperación de sectores estratégicos como los recursos naturales y aumentar la participación o el control sobre la renta que produce. 

Con ello se abrió un espacio para diseñar un proyecto de integración regional en sintonía con ese modelo y con las expectativas políticas de gobiernos asimilados al progresismo. De allí se reforzó el Mercosur, luego se creó Unasur,  el Banco Sur, el Alba un año antes, como un regionalismo de nuevo tipo que busca la integración regional para potenciar el desarrollo, disminuir su dependencia y mejorar la posición internacional en materia de autonomía política, negociaciones comerciales y relaciones geopolíticas. Si bien los Estados Unidos conservan poder y zonas de influencias se ha abierto una brecha grande, sus empresas transnacionales se reposicionaron en el mapa global y América latina pasó a ser un tercio promedio de casi todo, importaciones, exportaciones e inversiones, con México como socio mayor. En coincidencia con esta situación, la demanda de productos primarios china y la necesidad de ampliar relaciones de Rusia, generó un espacio de relaciones nuevas para la región.

China en su nuevo papel de potencia mundial, tanto en las exportaciones como en las importaciones, generó mercados y un creciente interés de gobiernos y grupos empresariales latino americanos. Mientras que la relación con Rusia muy marcada por la guerra fría se ha ido transformando en una apertura política. Basta ver las ferias empresariales organizadas por ambos países y las melosas invitaciones hechas a gobiernos latinoamericanos.

Algunos datos ilustran este proceso. Las exportaciones Chinas representaron 8.2 mil millones de dólares en el año 2000, 57.1 en 2009 y saltaron a 125 mil millones de dólares en 2013. Por su parte las importaciones representaron 6.7 en el año 2000, 64.4 en 2009 y 133 mil millones de dólares en 2013. Los principales países vinculados con esta dinámica, son Brasil, Chile, Perú, México, Argentina, Colombia, Uruguay y ahora Nicaragua con el discutido proyecto de canal transoceánico. Por el lado ruso el comercio bilateral llegó a 16 mil millones en 2013, el doble de hace 10 años.

En perspectiva las cosas se ven sólo al incremento, China aprobó en 2013 con el BID, fuera del comercio bilateral con la región, 2.000 millones de dólares para proyectos de 3 a 6 años, le ha otorgado un swap de 800 millones a argentina, le vende trenes incluido un proyecto de tren de gran velocidad en México y otros contratos, como el del citado canal interoceánico en Nicaragua entre otros, además de la compra anticipada de materias primas.

Rusia prevé 10.000 millones de dólares en contratos, considera  la región como prioritaria, recupera su relación con Cuba pero su socio principal es ahora Brasil y se propone activamente en sectores de proyectos energéticos (petróleo, gas, energía nuclear), tecnología y venta de armas. Parece entonces que el panorama ha cambiando bastante en la última década. América Latina parece haber salido de la sombra de Big Brother para encontrar un hada madrina que impulsa el crecimiento, trae dinero fresco y le da continuidad en el tiempo, las estimaciones sugieren que la demanda china por lo menos se mantendrá con altos y bajos hasta 2020.

En relación a esto hay opiniones divergentes, dado que las relaciones tienen implicaciones no sólo económicas, también políticas y sociales en sentido amplio. Por limitaciones de espacio es imposible abordar todos los temas que incluye este debate pero se pueden identificar varios temas, cada una con sus énfasis, que abordan las relaciones de la región con sus nuevos socios.

Una de las principales características consideradas en el debate sobre las relaciones de la región se refiere a al contenido político de estas. En un sentido negativo se destaca que las relaciones con Estados Unidos se han caracterizado por una alta condicionalidad política, una exigencia de alineamiento y un régimen preferencial en lo económico.  Las relaciones Con China y Rusia se caracterizarían por la no interferencia, la ausencia de condicionalidad y un pragmatismo en las relaciones económicas.

Sin embargo, este contraste obedece más bien a que Estados Unidos siempre ha mantenido una fuerte intención hegemónica, mientras que China y Rusia trabajan con la necesidad de explotar zonas de intercambio e influencia a distancia, en el marco de un multilateralismo. La cuestión es si este tipo de relaciones se dan en un marco en que se respetan derechos humanos, sociales, ambientales y colaboran con un desarrollo económico equilibrado, justo e inclusivo. Por ahora la evidencia es que ello depende de los marcos nacionales que cada uno tenga, pero ni China ni Rusia parecen preocuparse si el marco de derechos es débil o inexistente y tampoco parece preocuparles la solidez del estado con el que se relacionan. 

El pragmatismo y la no interferencia pueden convivir entonces, siempre por medio de alianzas con medios locales,  con situaciones aceptables o por el contrario adaptarse a regímenes de todo tipo,  niveles de corrupción exacerbados  o a situaciones de violencia que pueden llegar a involucrar las condiciones de explotación de los recursos naturales.
Otro aspecto que prima en el debate es si estas relaciones constituyen una oportunidad o si configuran amenazas y por que no decirlo, una involución de las expectativas progresistas y de integración de nuevo tipo en la región.

Sin duda  que los resultados inmediatos abonan en el sentido de la oportunidad, crecimiento, divisas frescas, inversión en proyectos. Queda por verificar quienes se benefician y si ello abre efectivamente una complementariedad que refuerce la región en vez de crear una nueva dependencia. Y la preocupación tiene fundamentos, América latina exporta productos primarios no transformados y a cambio se inunda de productos chinos. Con ello se refuerza la dependencia y el modelo primario exportador, dominante en el siglo 19 parte del 20 y restaurado por el neoliberalismo. La región caería así en la trampa no sólo de la dependencia de productos primarios sino que además, cargaría con el peso de su sobre explotación, los impactos ambientales y sociales sin tener a cambio mayor sostenibilidad social y ambiental. China ha demostrado en su propio territorio y en África que esa es la característica que acompañan sus proyectos, en algunos casos convertidos en verdaderos estados dentro del estado de acogida.

La cuestión de fondo es que cualquier relación internacional depende de cual es el modelo de sociedad de cada una de las partes y en el caso de una región, de cual es y que tan fuerte es el proyecto colectivo que anima su integración.  Hay que reconocer entonces que América latina y en particular su proyecto de integración, no posee en toda su profundidad y fortaleza un modelo socioeconómico inclusivo y sostenible. Existen políticas públicas y tendencias en ese sentido; pero las brechas aun son muy grandes y los grupos de interés enquistados en una relación de intermediación rentista más que productiva e inclusiva son fuertes. De hecho la relación con los nuevos socios ha generado una adaptación de intereses locales, también muy pragmática.  Hay una disputa por quien se relaciona mejor con los nuevos contratos, se generan fortunas por servicios de intermediación y lobby, se abren espacios para la corrupción y se relajan controles y regulaciones de los derechos, de las comunidades y los territorios.


Bajo el discurso de la oportunidad del desarrollo algunos ceden a nuevas dependencias de una varita mágica que resuelva nuestros problemas, en vez de reforzar o buscar modelos propios sostenibles en el marco de una relación que sin duda es y será asimétrica. Hay señales aquí y allá pero dista de configurar una estrategia de conjunto y un proyecto compartido.  Basta observar las diferencias que hay entre países en materia de regulación y capacidad publica para aplicarla.  El hada madrina puede pisar entonces tan fuerte como nuestro conocido Big Brother, geopolítica más o menos.