Chile - TOCAR EL FONDO

Posted by Nuestra publicación: on domingo, marzo 15, 2015

Ángel Saldomando

El modelo socioeconómico, alabado hasta hace muy poco, ha desembocado en un océano de evidencias negativas que ya no se pueden ocultar en todos los ámbitos de la sociedad.  Por su lado, la corrupción sistémica y transversal que aceita los engranajes del pacto político, como el óxido, también ha terminado por corroer lo que quedaba de la imagen de un país “serio” y no “bananero”. Pretenciosa imagen autocomplaciente de la clase política, apenas sostenida por el hecho de que Chile no produce bananas.

La sensación de que la situación país tocó fondo y que no hay salida con la casta dirigente actual, ampliamente compartida por la opinión, está provocando una aguda sensación de bronca, impotencia, asco  y la necesidad de desahogo. Podría uno discutir al infinito sobre las causas y las responsabilidades, pero no cambiaría el diagnóstico ni los resultados. Eso es tocar el fondo. El país está entrampado en un modelo de sociedad nefasto, capturado por una minoría que concentra todos los beneficios con impunidad y descaro. A estas alturas hacer economía, sociología o ciencia política con ello es sólo discutir si un elefante es grande, un ejercicio inútil.

Este es el desenlace de un largo período de acomodos cosméticos a un modelo mercantil producto del atraco y la violencia, cada vez más descompuesto y sin contrapesos. Es el precio de no haber realizado una democratización real y profunda. En el otro lado de la balanza se pondrán como compensador social, la ausencia de violencia generalizada, una cierta formalidad institucional, los niveles de consumo a crédito y los programas sociales.  Pero cuanto aguantarían estos si la mayoría fuera por su parte de derechos contra los privilegios, igualdad, protección del ambiente, distribución del ingreso, servicios públicos de calidad, descentralización, calidad de vida distribuida por derechos y acceso y no por el monedero. Poco muy poco. El modelo primario concentrado y asistencialista, desnudo ahora en sus cimientos corruptos, se sostiene en la apatía y la atomización social más que en su legalidad y legitimidad. Eso es tocar el fondo.

A la mayoría no le importó, demasiado, quien llegaba al gobierno, Bachelet fue electa por la mayoría de la minoría que votó. Era el último recurso imaginado por un sector de la casta para salvar los muebles a partir de su proyección personal, había que probarlo y se está probando. Era necesario aquí también llegar hasta el fondo de las ilusiones. Y estas se están disipando como era previsible.

El conjunto reformista propuesto, impuestos, educación, reforma laboral, fin del binominal, quizá constitución, por muy benéfico que parezca, como el agua en el desierto, carece de algo esencial: no está encarnado en un proyecto con actores de carne y hueso capaz de remover la casta, disciplinarla y sancionarla si necesario. Las reformas para el pueblo sin el pueblo pero consensuadas con los grupos de poder que dominan la casta, son el talón de Aquiles de la ilusión Bachelet. Esto es estar en el fondo del proyecto de país, si es que lo hay. Sin relato, sin fuerzas propias, sin confianza.

El monopolio informativo nos compara como país siempre positivamente frente  a lo mal que están los demás, de esa manera las carencias propias se subliman en la diferencia favorable. Sin duda que este ejercicio manipulador es efectivo pero habría que preguntarse porque no logra recuperar la confianza y la legitimidad de la mayoría en la casta y sus instituciones. Algo no cuadra.

La judicialización de la política también es tocar el fondo de ella. Revela que regulaciones, controles, normas, instituciones y partidos no funcionan para impedir su corrupción, su captura y su impunidad.

Los escenarios de evolución del país son bastantes estrechos, más aun con las recientes constataciones, el modelo primario no es sostenible, el modelo asistencial está agotado, el modelo político tocó  fondo. Otro más.

 Cuando menos por ahora, los incentivos podrían haber cambiado, la impunidad perseguida y el tinglado político económico pasado por el cedazo para separar la paja del trigo. El liderazgo que Bachelet podría haber ejercido aparece hoy como debilidad y puerilidad, los dirigentes de la mayoría incapaces de salir de su burbuja, la derecha condenada al autismo. Esto también es tocar el fondo.

En las rutinas del día a día este panorama no parece generar exigencias de reacción inmediata en un país capturado en su vivir y sentir por la casta, más allá de las descargas en las redes, el mascullar por lo bajo  y uno que otro medio de comunicación que se abandera con la indignación. La paciencia aparece como virtud cívica y la capacidad de tolerancia como medida del fatalismo. No será fácil deshacerse del lastre. A cambio hay que imaginar con esfuerzo como remontar desde el fondo, no el de las efímeras encuestas, sino del de las realidades duras que no ceden.

En contraste la corrosión está en marcha y si hay partes limpias de la sociedad que reaccionen quizá le herederos del atraco cívico militar y los acomodados con la corrupción puedan ser defenestrados del poder, condicionador e impune que han ejercido. Una justicia valiente e independiente puede ayudar, como lo hizo “manos limpias” en Italia acabando con una generación política trasversalmente corrupta. Como lo hicieron lo jueces que procesaron a la dictadura en Argentina. Un movimiento ciudadano que exija romper con la corrupción, la caída de los puestos mal habidos, una nueva constitución, pueden brindar la oportunidad de una refundación. Un parte aguas es necesario, sin concesiones ni excusas de parentesco, de amigos, de partido con quienes siguen defiendo el statu quo del que se benefician y para el que hacen leyes amarradas, bloquean las reformas y se dedican a la pequeña cocina y no a la deliberación democrática. Es el precio mínimo exigible para todo aquel que no desea se asociado a la casta corrupta.

Sin esta indispensable profilaxis todo seguirá igualmente contaminado y el país continuará su marcha gangrenada. Ninguna sociedad es perfecta y completamente ética y moral, pero para que funcione y no se descomponga hacen falta estándares mínimos de probidad, honestidad política y convicciones democráticas.

En este sentido la vitrina está definitivamente rota, que ello sea el fin de una época implica una movilización sin precedentes. Los sectores con capacidad de convocatoria silenciosos hasta ahora harían bien en multiplicar las iniciativas, llamar a una   movilización contra la corrupción y por una nueva constitución.