¿Y SI NADA FUERA COMO SE DICE?

Posted by Nuestra publicación: on jueves, octubre 30, 2014


   Juan Varela Reyes*
                                                                                                           

“De la batalla de las ideas se puede huir, pero
No se puede entrar en ella impunemente: hay
Que atravesar la barrera de la intemperie, y
Saber soportar los ventarrones que vienen del otro lado”
(Eduardo Grüner)

Si algo significativo e importante hemos asimilado de nuestros clásicos, con referencia a lo que queremos abordar en esta oportunidad, es que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante, de aquella clase social que ha hecho suya la materialidad, la objetividad social, la riqueza y sobre ello, entonces, levanta un determinado discurso, determinadas ideas, que están orientadas por dos propósitos: de una parte, que ese conjunto de ideas, y lo que ellas expresan, sean aceptadas por las mayorías como algo natural y asumidas como el único credo posible para la explicación, no tan sólo del presente, sino también del pasado y del futuro. Dicha naturalización provoca en las personas el  acostumbramientos, la fatalidad, inseguridades, alienación a lo que expresa el poder, no son sus propias  ideas las que ordenan sus vidas, sino aquel conjunto de preceptos que le son impuestos, la más de las veces sin siquiera la posibilidad de pensar sobre ellas.

El segundo propósito dice relación con lo siguiente: si todas nuestras ideas tienen una verificación en la realidad social, en ese espacio, la dominación  presenta esos pensamientos de forma invertida, como algo que en apariencia tienen un significado distinto, pero que trastocan las comprensiones sobre los distintos fenómenos. Esa perversión entre lo que se dice y la realidad también provoca problemas en las personas: la alienación social y la confusión.

Es, entonces, sobre esa inversión que se ordenan los discursos dominantes, aquello que se dice de una manera, pero que en la realidad social tiene una significación distinta.

En el plano de la economía es en donde primeramente hay que buscar algunas de estas tergiversaciones discursivas y quizá es porque el discurso económico es el que ha marcado de manera más visible las formas de pensar como sujetos de esta sociedad.

Convendría decir, de paso, algo que se ha venido afirmando con fuerza y que se ha constituido en el discurso ordenador por excelencia para entender una realidad particular: “el crecimiento económico”,  que generalmente se asocia con desarrollo, y que estaría siendo exitoso en función de las cifras con las que periódicamente se avivan los debates y evidencian que la sociedad chilena se encamina a otras latitudes. Sin embargo, como afirma Atilio Borón, la realidad se presenta bastante distinta: “el neoliberalismo ha demostrado ser un rotundo fracaso en materia económica, pero al mismo tiempo su triunfo ideológico ha sido algo fenomenal, pocas veces visto en la historia de nuestras sociedades” (“El fracaso y el triunfo del neoliberalismo”).

Surgirá entonces la pregunta: ¿dónde está el fracaso económico y el triunfo ideológico? En cuanto a lo primero, el discurso económico descansa sobre la libertad, una muy particular forma de entender la libertad desde el capitalismo: “la libertad para emprender”, “un país de oportunidades” y la verificación de ese discurso, a veces totalizante, se fundamenta en que los chilenos tienen todas las chances para convertirse en empresario y competir “libremente” en aquel espacio al cual todos acudimos: el mercado. Lo que no se dice y que la realidad lo contraría es que a) la creación de nuevas empresas corre aparejada con la quiebra de empresas, (“El Mercurio” octubre de 2013) y b) es prácticamente imposible que todas las “iniciativas individuales” puedan existir al lado de los grandes monopolios que controlan toda la economía, basta para ello mencionar en nuestro país el caso de las colusiones que no son otra cosa que formas de monopolizar todo.

Un triunfo ideológico que se expresa de manera paradojal: es común encontrar trabajadores resignados, pero contentos porque en un determinado lugar, su  trabajo, depositan su plusvalía, la fuerza de su trabajo y de su ingenio, su creatividad y por otro, altos índices de patologías  mentales, como el estrés, frustraciones, inseguridades. Ello podría explicarse, probablemente,  porque la realidad, lo real se les oculta, les cuesta reconocer en esa situación el fruto de ese trabajo individual, más aún ese resultado se les presenta como un poder extraño a ellos y ello viene a ser la esencia de la alienación económica.

Explicamos un poco más lo anterior, diciendo que la enajenación o alienación tiene existencia cuando entregamos toda nuestra libertad en el proceso de trabajo que realizamos y descubrimos al final que el fruto de todo ese esfuerzo que se nutre de angustias, inseguridades no es algo sobre lo cual se tenga algún control, hay otro que controla todo ese fruto; por tanto la trampa es que la supuesta libertad para la producción de un determinado bien encubre y niega a quien lo produce.

Un triunfo ideológico del neoliberalismo que, detrás de todos los escaparates y los fuegos de artificio niega la posibilidad de sospechar; sospecha de que algo no anda bien; que todo el esfuerzo realizado descansa en traducir el trabajo, su producto, las relaciones que lo hacen posible, a simples cosas. Y como cosas, objetos, alguien se apropia de ello y lo devuelve de forma invertida: cosas que se personifican, que adquieren vida propia y personas sólo consideradas como simples objetos.

Desde esa situación es fácil, entonces, presentar todas las situaciones de manera invertida. Los productos culturales, las relaciones sociales, los efectos económicos.

Por estos días, hemos comentado, se discuten ciertas reformas en algunas materias que requieren un cambio radical, una transformación, pero ellas, para seguir con nuestra reflexión, también se presentan de forma tergiversada, invertida: se presentan las causas como los efectos,  a manera de ejemplo: en el caso de la educación la causa de sus males reside que ella sólo ha sido considerada como el vehículo de dominación, entender la educación como un proceso cuyo objetivo es la reproducción de una racionalidad instrumental, economicista. Pero, la discusión se centra en presentar los aspectos secundarios como los centrales; sabiendo al final que ni lo secundario será resuelto si es que no se resuelve lo central: esa racionalidad. Quizá, porque se quiere que nada cambie es que todo queda oculto por aquella vieja afirmación de Lampedusa: “que cambie algo, para que nada cambie”

Esperamos continuar en la próxima reflexión con un problema tan central que se resuelve mediante una transformación radical (una revolución), mientras tanto las reformas siguen animando la discusión

Octubre 30 de 2014  

* Sociologo. Magister en Ciencias Sociales. Investigador Corporación en Camino.