Se cumple 75 años de la victoria de los militares fascistas contra el pueblo en España y sus consecuencias son todavía más que evidentes. Lo dicho: nuestra oligarquía podía renunciar a muchas cosas, pero jamás renunciará a la victoria.
Un resultado trágico para la mayoría social y para la libertad que fue posible, primero porque los golpistas pudieron conspirar sin que el gobierno republicano perfectamente informado, tomará medidas, segundo porque las organizaciones obreras no eran totalmente consciente de que se estaba fraguando y tercero, porque una vez estallada la guerra, la contrarrevolución tuvo a su favor la ayuda fascista (Italia, Alemania, Portugal), más la complicidad por activa o por pasiva de la política de no intervención. Una política que debería de tener un lugar destacado en la historia de la infamia.
La historia está en los libros, sin embargo, no ha sido tan difundida como merece.
Todo comenzó el mismo 18 de julio de 1936, cuando el jefe del Gobierno francés y líder de la coalición del Frete Popular el socialista León Blum, atendió en su despacho al vicepresidente de las Cortes españolas, el insigne jurista y también socialista Luís Jiménez de Asúa. Todo parecía estar a favor de un acuerdo inmediato, el gobierno francés había reconocido la República, tenía sus compromisos firmados con ella, pero sobre todo tenían gobiernos antifascistas. Cuando Blum le preguntó a Jiménez de Asúa por la situación en España, este respondió con un optimista: "La situación es excelente, estamos muy satisfechos". Tratándose de un hombre culto y avanzado, sorprende que el alto cargo socialista ni tan siquiera fuese consciente que el golpe fascista había triunfado en África y se había extendido por todo el país.
También sorprende que no fuese consciente de que el golpe era la opción alternativa a la derrota electoral de la CEDA.
Blum dio por cerrada su semana de trabajo, se marchó a casa, y no fue hasta el lunes 20 de julio que volvió a su despacho donde se encontró sobre la mesa “un telegrama abierto, en papel oficial pero sin cifrar. Es del jefe del Gobierno español, Giral, que dice: 'Hemos sido sorprendidos por un peligroso golpe militar. Solicitamos que se ponga en contacto inmediatamente para suministrarnos armas y aviones. Fraternalmente, Giral". Aquel día, el discípulo de Jaurés que no tuvo problemas en apoyar la guerra en agosto de 1914, tenía previsto un viaje a Londres, pero no obstante se reunió con los ministros de Exteriores y de Defensa de su gobierno para ponerse “de acuerdo en la necesidad de poner mencionar material a la República Española". Sin embargo, en cuanto llegó a Londres comenzó a sufrir presiones para que no lo llevara adelante. De entrada, se topó con la oposición del presidente de la República Albert Lebrun, de los radicales (del Partido Radical al que Thorez definió como representante de la “pequeña burguesía”).
En aquellas fechas, la política europea se encontraba bajo la égida de Inglaterra y Francia, las dos democracias más importantes del continente y aliadas desde la Gran Guerra y ambas observaban el juego político en función de sus intereses, no en vano se trataba de dos potencias coloniales. En Gran Bretaña gobernaba el partido conservador que coincidía con la derecha laborista eran partidarios de la llamada política de apaciguamiento, es decir, no hacer nada que provocase a la Alemania nazi, no darle excusas a Hitler para que los conservadores, incluido Churchill, les tenían más miedo al “comunismo” que a los fascistas y pensaban que la mejor manera de combatir el abierto expansionismo nazi con una política de “apaciguamiento”, de hecho, no era otra la política del Frente Popular. Se trataba de no “provocar” a los fascistas. Solamente Churchill parecía consciente de que había que pararle los pies a hitler, pero en cuanto a España, su opinión era diferente. Se puede decir que tanto en 1936-1939 como en 1945-1919 fe el “mejor enemigo” de Franco.
Los diplomáticos británicos en España tenía una idea clara de lo que tenían que hacer: "La verdad sobre España es que hoy no existe ningún gobierno, de un lado están los militares y del otro se les opone virtualmente un Soviet", dictaminaba por teléfono el agregado comercial el 21 de julio. En el mismo sentido se expresa una semana después el cónsul en Barcelona: "Si el Gobierno triunfa y aplasta la rebelión militar, España se precipitará en el caos de alguna forma de bolchevismo". El propio embajador británico advertía que las zonas leales a la República "están de hecho en manos de los comunistas", y que se estaban reproduciendo "muy fielmente las condiciones de la revolución rusa". Resulta más que dudoso que señores tan formados repitieran la misma patraña que los servicios de propaganda fascistas, salvo que no supiera distinguir entre la voluntad transformadora de los “trabajadores conscientes” que luchaban y la política oficial del Komintern cuyo meridiano pasaba por no “asustar” a las democracias que tenían que tenían que ayudar a la República.
Situados bajo este prisma –Franco garantizaba mejor los intereses británicos-, no es extraño que el ministro de Exteriores inglés, Anthony Edén, amigo de León Blum, se implicara fondo para convencer a este que no ayudase a la República. Compadreo aparte, Eden advirtió a Blum que sí ayudaba a la República, Inglaterra retiraría su apoyo a Francia frente a Alemania. Por otro lado, la tónica general consistía en evitar a toda costa un conflicto con las potencias totalitarias, como lo demostrarán los Acuerdos de Munich de 1938.
Las voces inglesas en contra de ayudar a la República eran solo el prólogo de las que encontraría Blum en su propio país. El Partido Radical se había movilizado en contra. L'Écho de París, “la burguesía hecha diario” (Jaurés), había publicado un presunto plan de ayuda a la República Española diseñado por el propio Blum. Curiosamente, la filtración tenía origen en la propia Embajada española, cuyo agregado militar era un fascista, le había pasado toda la información al periódico, provocando de esta manera una tormenta político-parlamentaria. No hay que decir que la derecha y la Iglesia francesa ya habían iniciado su campaña a favor de los militares fascistas.
El líder radical Edouard Herriot que en sus discursos hablaba de la toma de la Bastilla, le dijo a Blum: "Amigo mío, te lo ruego, no te metas en eso". Por el presidente del Senado, Jules Jeanneney, le recordó a Blum que cuatro meses antes habían mirado hacia otro lado con la remilitarización alemana de Renania -prohibida por los acuerdos internacionales- para no ir a una guerra con Alemania, y que nadie comprendía que se afrontase ahora eseriesgo por España. Para Albert Lebrun: "Entregar armas a España puede ser la guerra europea o la revolución en Francia" En un informe franquista se decía “Dentro del ejército francés, la inmensa mayoría de la oficialidad simpatiza con nosotros”, algo que se verá no mucho más tarde. El propio mariscal Pétain, entonces el soldado más prestigioso de Francia, estaba detrás de ese boicot de la cúpula militar al plan de ayuda a la República, cierto que también simpatizaba con los nazis.
El golpe de gracia al plan de ayuda a España de Blum fue seguramente una cartafrancamente disuasoria que le escribió Winston Churchill. Churchill era un decidido partidario de la alianza franco-británica frente a Alemania, un amigo según creía el socialista humanista Blum, que recibió de él la siguiente advertencia: "Debo informarle de que a mi juicio la gran mayoría del Partido Conservador está muy a favor de animar a los llamados rebeldes españoles. Estoy seguro de que si Francia envía aviones, etcétera, al Gobierno de Madrid (...) las fuerzas dominantes aquí [en Inglaterra] mirarán complacidas a Italia y Alemania y se alejarán de Francia (...) Tengo la certidumbre de que, en el presente, laúnica actitud correcta y segura consiste en una estricta neutralidad, con una enérgica protesta contra toda infracción a la misma".
León Blum recogió la idea. Cambió radicalmente de táctica, se convenció de que la única forma que tenía de apoyar a la República, ya que no podía enviarle armas, sería dificultar que otros se la enviasen a los rebeldes, que no solamente recibieron armas sino también la ayuda de formaciones germanas e italianas. El 1 de agosto de 1936, el Gobierno francés propuso a las principales potencias europeas un Acuerdo de No Intervención en España, que impidiese la llegada de ayuda bélica a las dos partes en conflicto en una puesta en escena delirante.
En este contexto, León Blum propone un pacto de no intervención firmado por la casi totalidad de los países europeos, y se crea en Londres el Comité de No Intervención bajo presidencia británica, y un subcomité operativo para controlar su correcta aplicación, formado por Inglaterra, Francia, Bélgica, Suecia, Checoslovaquia, Portugal, Alemania, Italia y la URSS.
El acuerdo decía "Deplorando los trágicos acontecimientos de que España es teatro. Decididos a abstenerse rigurosamente de toda injerencia, directa o indirecta, en los asuntos internos de ese país...". Así comienza la declaración política firmada por todos los gobiernos europeos, que no era un tratado de obligado cumplimiento. Quizá por eso Alemania, Italia nunca respetaron su primer punto, la prohibición de "la exportación, reexportación y tránsito a España de toda clase de armas, municiones y material de guerra, incluyendo aviones y todo navío de guerra”.
En septiembre de 1936, la URSS denuncia los hechos y empieza a vender armas a la República Española. Frente a esta situación, León Blum escoge, en palabras suyas, la “no-intervención relajada”. Respeta oficialmente el embargo, pero cierra los ojos sobre el tráfico de armas que se organiza a lo largo de la frontera con Cataluña. Además, dos ministros del Frente Popular organizan la ayuda clandestina: Jules Moch, secretario general del gobierno, y Pierre Cot, ministro del Aire, ayudado de su jefe de gabinete, Jean Moulin. Cerraban contratos ficticios con México y Lituania, que no habían firmado el pacto de no-intervención, y éstos a su vez revertían las armas a España. En el último trimestre de 1936, se vendieron 124 aviones al Gobierno republicano español.
Antes de acabar la guerra, tanto Francia como Gran Bretaña reconocen el gobierno militar-fascista. Año más tarde, después de la victoria contra el Eje nazi-fascistas, los conservadores británicos con el apoyo del gobierno norteamericano volverá a repetir la maniobra. El franquismo podía ser muy malo para su pueblo, pero para los intereses imperiales era mucho mejor que una República cuya base social seguían siendo socialistas, anarquistas y comunistas.
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