Jorin Pilowsky R.,
Chile. 11 de marzo de 2014.
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I)
Introducción
Comparto la indignación y la inquietud de muchos compañeros ante el ascenso del
fascismo y el antisemitismo en Europa en general y, en particular, en Ucrania,
Hungría, Polonia y Francia. Lamento que los poderosos partidos comunistas que
combatían esas lacras hayan desaparecido (PC italiano) o estén reducidos a su
mínima expresión (PC francés).
Las reflexiones que
siguen no invalidan, en absoluto, mi rechazo más categórico al cínico
intervencionismo en Ucrania del complejo militar, industrial y financiero de
los Estados Unidos y la Unión Europea, que usan a partidos fascistas para
“restablecer la democracia” en los países del ex Pacto de Varsovia. Como
marxista lamento el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) que, a pesar de todas las inconsecuencias de su Gobierno, a veces
frenaba el expansionismo imperialista con su sola existencia. Pero la cruda
realidad es que la nomenklatura soviética prefirió pasar del usufructo de la
plusvalía de sus trabajadores a la propiedad privada de los medios de
producción y de cambio, y restaurar el sistema capitalista en su versión más
gansteril. Por consiguiente, solo los ilusos pueden confiar en que el pequeño
zar Putin respetará el derecho de libre determinación de los ucranianos.
Algunos compañeros
explican los acontecimientos por la desaparición de la URSS: durante su
vigencia todo era maravilloso y después de ella resurgieron del infierno todos
los demonios.
¿Fue tan idílica la
vida en Ucrania como integrante de la URSS? ¿En la URSS imperó una política
socialista con respecto a las nacionalidades no rusas? ¿La dirección del
Partido Comunista de la URSS (PCUS) no usó el antisemitismo, las
discriminaciones contra georgianos, chechenos, tártaros de Crimea, armenios y
otras minorías como una arma “política” e “ideológica”?
La Rusia zarista
era una “cárcel de pueblos”. Los rusos constituían el 48% de la población y el
52% restante eran “minorías nacionales,” sometidas a una doble explotación:
social y nacional. La parasitaria nobleza zarista y su Estado autocrático
desviaban las protestas de los obreros y campesinos rusos culpando a las
minorías nacionales, en particular a los judíos, de la miseria que reinaba en
el Imperio. La “ideología” oficial del régimen era el antisemitismo y su biblia
“Los Protocolos de los Sabios de Sión” (1), una burda falsificación histórica
elaborada por los “intelectuales” de la la Ojrana, la tenebrosa policía del
Zar.
En vísperas de la
revolución rusa de 1905 y en otras graves crisis del régimen, en las aldeas
reinaba la desolación y la muerte cuando las “Centurias Negras” (organización
de extrema derecha), apoyadas por el aparato represivo del Estado, distribuían
generosamente vodka entre las masas campesinas y luego las empujaban a
incendiar, saquear, matar y violar a los habitantes de las míseras poblaciones
judías.
Por su parte, la
dirección stalinista del PC siempre utilizó el antisemitismo como arma
política, por ejemplo durante la persecución y posterior asesinato de León
Trotsky y otros revolucionarios de origen judío. En las regiones agrarias más
atrasadas (como en Ucrania) era una arma eficaz. En aras de la brevedad, cabe
referirse a dos acontecimientos mayores, a escala de toda la URSS, producidos
después de la victoria contra los nazis, justo cuando los soviéticos ansiaban
una real democratización del país.
El primero fue el
exterminio, en secreto y sin proceso público, de la flor y nata de la
intelectualidad judía. Los actores, escritores y poetas asesinados actuaban y
escribían en yidish y el contenido de sus obras versaba sobre la construcción
del socialismo, dirigida por el gran camarada Stalin. Durante la guerra contra
los nazis se formó en Moscú el “Comité Judío Antifascista”, presidido por
Schlomo Mijoels, actor extraordinario, e integrado entre otros por los eminentes
poetas Bergelson y Fefer.
El Gobierno
soviético envió una delegación del referido Comité a los EE.UU. con el fin de
recoger fondos para el esfuerzo bélico de la U.R.S.S. La delegación tuvo un
gran éxito y fue aclamada a su regreso a Moscú. Alrededor de 1948-49 los
órganos de seguridad del Estado dieron muerte a unos 12 de estos intelectuales.
Su desaparición provocó mucha inquietud mundial y posteriormente se divulgó que
se había eliminado a un conjunto de “judíos nacionalistas pequeñoburgueses”. Entre
otros, el gran escritor estadounidense Howard Fast se enteró de estos hechos
después del célebre XX Congreso del PCUS y los denunció enérgicamente en su
libro “El Dios desnudo.”
Poco después, en
plena década del 50 del siglo XX, se acusó a los médicos más famosos del
Kremlin (judíos y no judíos) de que pretendían asesinar, por encargo del
imperialismo, a Stalin y la dirección del PCUS. Fue una campaña nacional contra
el “complot de las batas blancas”, la que revistió claros ribetes antisemitas y
se premió con la Orden de Lenin a una enfermera que denunció a los
“complotadores”. Los médicos fueron encarcelados y torturados, pero salvaron
sus vidas cuando Stalin murió y Beria fue fusilado.
Por cierto que no
solo algunos judíos fueron víctimas del terror como método de gobierno aun
después de la victoria de 1945. “Cuando regresaron los prisioneros soviéticos
de guerra, fueron hacinados en los campos del Gulag”, pues el líder máximo
ordenó que sus soldados debían triunfar o morir en la guerra. Asimismo, “la dirección
del partido de Leningrado fue purgada en 1948-1949 y en 1953, poco antes de la muerte de Stalin,
había indicios de que existían planes para iniciar otra campaña de Gran
Terror.” (2)
En la URSS la
ideología oficial fomentaba la fraternidad e igualdad entre los pueblos, el
internacionalismo proletario y otros valores inherentes al humanismo de Marx y
Engels. ¿Cómo es posible entones que durante la existencia de la URSS
permanecieran sumergidas profundas raíces fascistas, que hoy renacen
fortalecidas?
En último análisis,
¿se construyó el socialismo en la URSS? Con los antecedentes que surgen de la
realidad económica, social y política de la ex URSS y los archivos soviéticos,
¿podemos seguir con la visión idílica que se machacó en Chile durante decenios
de que allá se construía la “Patria del Socialismo” y el “Paraíso de los
Trabajadores”?
¿Por qué la URSS
colapsó sin “pena ni gloria”? ¿Por qué los proletarios no lucharon contra los
“oligarcas” y defendieron el Poder de los Soviets? ¿Por qué los millones de
militantes del PCUS, de afiliados a los sindicatos y de miembros del Ejército
Rojo no impidieron el golpe de Estado de la nomenklatura? ¿Por qué las
repúblicas socialistas soviéticas se desgajaron de la URSS?
Nuestra respuesta a
estas interrogantes es contundente: El régimen que rigió 70 años en la U.R.S.S
no fue socialista. En la “sexta parte del mundo” fracasó el stalinismo, nunca
se construyó el socialismo.
A ese respecto, me
remito a la “Fundamentación Teórica del Programa del Partido Socialista”
(1947), escrita por dos grande intelectuales chilenos: el profesor Eugenio
González Rojas y el sociólogo Clodomiro Almeyda Medina. En el capítulo titulado
“La Revolución Rusa y su regresión” se hace un análisis certero, que sorprende
por su vigencia histórica y explica, breve y lúcidamente, el origen y la
naturaleza del fenómeno stalinista. Por ello considero ineludible reproducir el
siguiente párrafo de dicho análisis:
“La Revolución de
0ctubre tiene, en la historia del movimiento proletario, una significación
trascendental. Por primera vez, a través de ella, la clase obrera se apoderó
del Estado y emprendió una política tendiente a crear las bases objetivas y
subjetivas para la construcción ulterior del socialismo. (…) Sin embargo, la
política inicial de socialización del poder económico se fue convirtiendo en
una mera estatización que condujo progresivamente a un régimen de capitalismo
de Estado, dirigido por una burocracia que ejerce el poder en forma despótica,
sometiendo a una verdadera servidumbre a la clase trabajadora. De este modo,
los auténticos fines del socialismo, para servir a los cuales se realizó la
Revolución de Octubre, se han ido desvirtuando cada vez más en función de una
política de Estado que no tiene en cuenta los intereses de los trabajadores”
(3).
En un contexto
histórico muy complejo, caracterizado en síntesis por la derrota de las
revoluciones socialistas en Alemania y Hungría; el atraso de la economía
zarista y su destrucción en la primera guerra mundial; la debilidad extrema de
la naciente URSS al fin de la guerra civil; la casi nula existencia de
tradiciones democráticas y parlamentarias bajo la autocracia imperial; en esas
brutales condiciones la burocracia del Partido único y del Estado, dirigida por
Stalin, inició un proceso contrarrevolucionario que culminó con el exterminio
físico, político y moral del Partido bolchevique fundado por Lenin; la
eliminación de los auténticos soviets (consejos de obreros, campesinos y
soldados elegidos y revocados por el pueblo), y la instauración de una
dictadura totalitaria, cuya burocracia disfrutaba de enormes privilegios y
aspiraba al dominio mundial.
II)
Ucrania y la
“colectivización forzada de la agricultura”
Recordemos que la Rusia zarista era básicamente un país de campesinos
analfabetos explotados por la nobleza parasitaria. El apoyo de los campesinos
fue decisivo para el triunfo de los rojos durante la cruenta guerra civil
de 1918-1921. Lenin tuvo la
sagacidad de abandonar el programa de socialización de la agricultura y
distribuir la tierra de la nobleza a los campesinos, aplicando el programa
agrario de los socialrevolucionarios.
Al cabo de unos
años, los campesinos perdieron el miedo al regreso de los terratenientes y
empezaron a plantear sus reivindicaciones. El hambre empezó de nuevo a sitiar
las ciudades obreras y la dirección del P.C., encabezada por Stalin, adoptó una
actitud vacilante. La “izquierda” del Partido propiciaba la rápida
industrialización de la URSS, para lo cual había que persuadir a los campesinos
que se incorporaran voluntariamente a una agricultura colectiva y moderna. En
sus escritos, Stalin se mofaba de los “super industrializadores”. Sin embargo,
en 1928 dio “un golpe de timón” y emprendió la “colectivización forzada de la
agricultura”. Más de 100 millones de aldeanos, que aún usaban arados de madera,
fueron incorporados a la fuerza a los koljoses (granjas colectivas) y los
sovjoses (granjas del Estado). Se les prometieron tractores y maquinarias
agrícolas modernas. La colectivización forzada se transformó en una verdadera
guerra civil contra los “kulaks o “campesinos ricos enemigos del socialismo”,
quienes fueron expropiados, exterminados o deportados a Siberia. Destacamentos
del Ejército Rojo rodeaban las aldeas y confiscaban hasta las semillas.
La República
Soviética de Ucrania, el ”granero de Europa” por sus famosas y fértiles tierras
negras, como el resto de las zonas agrarias de la URSS, sufrió las
consecuencias de los burocráticos e ineficientes koljoses y sovjoses, los
campesinos volvieron a la servidumbre, esta vez a la servidumbre estatal, y
hubo una gran caída en la producción agrícola (4). El descontento y la
soterrada protesta o pasividad de los campesinos fue motivo de constante
preocupación para las autoridades soviéticas, que a menudo recurrían a la
represión o a los mitos del chovinismo gran ruso y su superioridad sobre las
minorías nacionales. El antisemitismo abierto o solapado siguió vigente en
Ucrania, pues fue el cuantioso legado que los blancos dejaron durante la guerra
civil. La gran paradoja de la historia de la U.R.S.S. es que bajo la dirección
de Stalin el vasto país se “civilizó” con métodos brutales y pasó de un país
agrario atrasado –Marx lo denominó “el modo asiático de producción” – a ser una
gran potencia militar. En efecto, casi paralelamente a la “colectivización
forzada de la agricultura” comenzó el Primer Plan Quinquenal (1929), que
estimuló a la juventud soviética a crear y desarrollar, con enormes
sacrificios, una gran industria pesada, particularmente de armamentos.
Con los años, la
URSS tuvo un déficit crónico de cereales y, después del Japón, fue la primera
importadora de granos del mundo y gran cliente de la dictadura militar
argentina.
En Ucrania el ejército nazi contó con la colaboración, entre otros, de los
cosacos dirigidos por el siniestro Piotr Krassnoff y su hijo. Integraban el
“ejército de Vlásov”, general conocido como uno de los favoritos de Stalin,
quien se pasó a los invasores hitlerianos y organizó el único ejército de
traidores que hubo en la URSS.
En 1944, cuando el
Ejército Rojo liberó Ucrania, Stalin dispuso severos castigos para los
traidores y colaboradores de los nazis. Envió al gulag, en el Asia Central, a
grupos nacionales completos, incluidos sus dirigentes comunistas, entre ellos
los tártaros de Crimea por su conducta durante la Guerra Patria.
III) Apuntes sobre la política de las
nacionalidades: ruptura de Lenin con Stalin en torno a la Constitución de la
URSS (1922-1923).
Lenin pidió al XII Congreso del PCUS que destituyera a Stalin de la Secretaría
General. Además de criticarlo por tratar en forma brutal a los camaradas en
general y a los comunistas georgianos en particular, el problema de fondo que
los separaba era el Modelo del futuro Estado soviético que se había de plasmar
en la nueva Constitución de la URSS. Stalin – Comisario de las Nacionalidades –
era partidario de la “Autonomización” y Lenin de la “Federación”.
Stalin pretendía
dar una cierta “autonomía” a las nacionalidades no rusas, que se convertirían
en unidades administrativas subordinadas a la Federación Rusa. “Las repúblicas,
por su parte, eran perfectamente conscientes de lo que estaba en juego: sin
unas garantías constitucionales adecuadas y claramente expuestas, los
ministerios con sede en Moscú quedarían de hecho en manos de la Federación Rusa
o, en otras palabras, en manos rusas. A esto se refirió Christian Rakovski, el
jefe del gobierno ucraniano, en un largo memorando dirigido a Stalin el 28-09-1922 en el que,
fundamentalmente, venía a decir: su propuesta habla de repúblicas
independientes que se desligan del centro, pero no dice nada de sus derechos en
tanto que repúblicas, de sus comités ejecutivos y de sus consejos de
comisarios.” (5)
Lenin concebía, por
el contrario, una Federación de repúblicas independientes que disfrutaran de
los mismos derechos. En carta de 06-10-1922 dirigida a Kamenev, Presidente del
soviet de Moscú, decía: “Declaro la guerra al chovinismo de la Gran Rusia: es
necesario insistir rotundamente en que el Comité Central Ejecutivo de la Unión
debe estar presidido, rotatoriamente, por un ruso, un ucraniano, un georgiano….
Rotundamente.” El georgiano Stalin fue acusado por Lenin de imponer “la
ideología imperial gran rusa.” (6).
Agobiado por su
enfermedad, Lenin libró su última batalla en defensa de una Constitución
Política de la URSS que estableciera la igualdad entre todas las Repúblicas
soviéticas, la presidencia de la URSS por turno entre todas las Repúblicas, el
derecho a afiliarse y desafiliarse de la URSS (así Finlandia se retiró
pacíficamente de la URSS), etc. Stalin, por el contrario, impuso a la muerte de
Lenin el chovinismo gran ruso. En cada República, el primer secretario del PC
era autóctono, pero el 2º secretario era ruso y la política oficial y el poder
real estaban en manos de los chovinistas gran rusos.
IV) La represión contra los comunistas soviéticos
En 1936, Stalin proclamó la nueva Constitución de la URSS, la “más democrática
del mundo.” Simultáneamente se desarrollaba la represión anticomunista, que
llegó a su paroxismo entre 1936 y 1939 en los tristemente célebres “procesos de
Moscú.” Millones de soviéticos fueron deportados y ejecutados. La represión se
ejerció contra los militantes del Partido bolchevique y los trabajadores de la
ciudad y el campo, pues la nobleza zarista y la burguesía fueron derrotadas
durante la guerra civil y emigraron en masa al extranjero.
En los “procesos de
Moscú” se condenó a muerte a toda la vieja guardia bolchevique que dirigió la
Revolución de Octubre (con excepción de Lenin), acusándola de grotescos
crímenes contrarrevolucionarios y de colaboración con la Gestapo. Luego se
eliminó a decenas de miles de comunistas que se destacaron en los años de la
guerra civil y la intervención de los ejércitos extranjeros, incluidos 20.000
altos oficiales del Ejército Rojo. “Apenas existía una familia en la URSS que
no hubiera perdido un allegado ante un pelotón de fusilamiento o en el Gulag y
el recuerdo se había transmitido de generación en generación.” (7)
También fueron
fusilados muchos dirigentes comunistas exiliados en la URSS, como Bela Kun,
líder de la revolución húngara de 1919; la mayoría del Comité Central del PC de
Polonia, que en lo sucesivo fue reorganizado bajo el nombre de Partido Obrero
Polaco, y, con posterioridad al gansteril “Pacto de no agresión Hitler-Stalin”
(1939), prominentes comunistas alemanes y austriacos fueron entregados a la
Gestapo. Procede destacar que en esos años, denominados de la “gran locura”,
fueron exterminados muchos dirigentes de la propia fracción stalinista, que ya
en 1935 comenzaron a oponerse a la ola de terror. Precisamente Nikita Kruschev
rindió homenaje –en su informe “secreto” al XX Congreso del PCUS– a “sus
camaradas injustamente inmolados en aras del culto a la personalidad de
Stalin”, que no incluían, por cierto, a los millares de kamenevistas,
zinovievistas, bujarinistas y trotskistas que nunca fueron reivindicados.
Se calcula que
entre 1930 y 1941 más de 12 millones de soviéticos fueron deportados a campos
de concentración, de los cuales fallecieron unos ocho millones (8).
En definitiva, el
régimen stalinista no sólo oprimió y exterminó a millones de soviéticos, sino
que con un cinismo monstruoso invocó el socialismo y el comunismo como
justificación de sus crímenes. Su balance es trágico: la restauración del
capitalismo en Rusia y en Europa oriental, el desaliento y la desorientación de
los trabajadores a nivel mundial y la desaparición casi total del otrora gran
movimiento comunista internacional.
NOTAS
1.- Norman Cohn, “El mito de la conspiración judía mundial. Los Protocolos de
los Sabios de Sión”, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1983. Traductor: Fernando
Santos Fontanela, gran intelectual español, compañero de trabajo en la Sección
de Traducción al Español de las Naciones Unidas, consecuente luchador contra
las dictaduras de Franco y Pinochet, a quien rindo homenaje en estas líneas.
2.- Robert Service, “Rusia, experimento con un pueblo. De 1991 a la
actualidad”, págs. 104 y 105, Siglo XXI de España Editores, S.A., 2005.
3.- Belarmino Elgueta y Pedro Vuscovic, “Actualidad del Socialismo en Chile”,
pág. 43, México.
4.- Olga Ulianova, Intervención en el Foro Panel Nº 17, “Juicio Crítico del
Socialismo Real”, Cuaderno Nº 21 de la “Fundación Clodomiro Almeyda Medina”,
págs. 34 y sigs.
5.- Moshe Lewin, “El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión
Soviética”, págs. 33 y sigs., Crítica, S.L., Barcelona, 2006.
6.- Ibid., pág. 40.
7.- Robert Service, op. cit., pág. 104.
8.- Jean Elleinstein, “Staline”, págs. 205 a 240, Fayard, París, 1984.
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