Mario R.
Fernández
Entre las tantas especies en peligro en nuestro
deteriorado mundo están las mariposas Monarca de Norteamérica, hermosos
insectos de alas rojas o amarillas y
blanco con líneas y figuras
negras como que llevaran una gran parte de la belleza de la naturaleza
en sus frágiles alas.
La mariposa Monarca (Danaus plexippus) que
también existen en Nueva Zelandia, Australia, India y otros lugares, tiene
cuatro etapas en su ciclo de vida: huevo, larva, pupa o crisálida y mariposa
adulta, y cada año cuenta con cuatro generaciones. En los meses de febrero y marzo, todavía
invierno en Norteamérica, la última generación de hibernación en la Sierra
Madre (México) y el sur de California sale en busca de pareja para emigrar al
norte a través de las Montañas Rocallosas y de ahí al este de Estados Unidos y
Canadá. Los machos llevan una pequeña
mancha negra en cada una de las alas traseras, que las hembras no tienen.
Recorren más de 4000 kilómetros, siendo el único
insecto que en un clima helado hace esta proeza para solamente reproducirse, y sus crías –la primera generación, viven
solo entre dos y seis semanas. La segunda generación nace en mayo y junio,
comenzando el verano; la tercera entre julio y agosto y la cuarta entre
septiembre y octubre. Esta última pareciera una generación superior ya que no
muere en seis semanas sino que vive de seis a ocho meses para completar la misión
de emigrar de nuevo al mismo pino abetos de sus antepasados en México y a los árboles
eucaliptos en el sur de California –desde donde comenzaran de nuevo su
fascinante ciclo de vida y colores.
Cuando se completa la metamorfosis de esta
especie la mariposa adulta puede alimentarse del néctar de cualquier flor como
las abejas, pero cuando vive la etapa de larva y pupa solo se alimenta de asclepias
–o algodoncillo, una especie de maleza que contiene un líquido lechoso vital
para el desarrollo de las Monarcas y que también contiene un alcaloides tóxico
que ellas acarrean como defensa frente a los predadores que encuentren
–alcaloide que no es peligroso para los humanos simplemente porque
estas mariposas nunca tocan ni buscan gente.
El zoólogo canadiense Fred Urquhart encantado
desde su niñez con las mariposas Monarca se preguntaba, como otros niños se
preguntan, ¿a dónde van las mariposas en invierno? Desde 1937 Urquhart estuvo investigando las rutas que las Monarca usan en
su viaje migratorio. Contó en esto con
su esposa Norah, ambos se dieron por entero a la tarea de identificar miles de
mariposas pegándoles una marca en sus alas con la esperanza de reconocerlas en
algún lugar lejano. En 1976 Fred fue el
primer científico capaz de documentar, con la colaboración en especial de
Kenneth C. Burger y Catalina Trail, ambos naturalistas aficionados, y con la
ayuda de un gran número de voluntarios, el viaje de las Monarca y encontraron el
lugar que estas usan en el invierno. Fue este un descubrimiento de valor
logrado luego de muchos años de observación; un hallazgo que despertó
ampliamente la curiosidad de muchos otros científicos. Desde 1993 se ha estado midiendo y observando la
travesía de estas interesantes mariposas y verificando un constante declive en
su número –en particular notorio en los últimos diez años. En el invierno del 2012 se registró una gran
baja y se calculó que 60 millones de mariposas volvieron en tiempo tardío a
México y un reducido número estuvieron en Canadá. El invierno del 2013, semanas
atrás se reportó que el retorno de las Monarca se había reducido un 44 por
ciento con respecto al 2012. Se ha formado consenso sobre el riesgo de colapso de su migración y por lo
tanto de la especie misma.
Las razones de este posible colapso de las
Monarca son variadas: el cambio climático que produce exceso de calor y sequías
afecta a los seres vivos que viven de las plantas, la tala de sus árboles
favoritos es parte de la desaparición de
su medio ambiente de primavera y verano, la apertura de terrenos relevantes
para ellas que hoy son poblados, cultivos o carreteras también tienen un efecto
negativo. Además el polen del maíz genéticamente modificado (plantado en el
centro de Estados Unidos) sopla sobre las plantas de las que se alimentan estas
mariposas reemplazándolas. Finalmente, los herbicidas usados en los cultivos
del maíz y la soja, tienen tolerancia selectiva y destruyen las plantas de
algodoncillos que son vitales para su desarrollo.
Importantes recursos han sido dedicados a la
investigación de las Monarca, se han filmado varios documentales sobre su
travesía y su imagen ha sido fotografiada por miles. Muchos artistas las han
pintado innumerables veces. Hasta los escolares las dibujan diariamente. Sus
colores han sido estampados en insignias y banderolas. En Estados Unidos
algunos estados como Alabama, Idaho, Illinois, Minnesota y Texas eligieron a la
Monarca como el insecto oficial. Otros como Vermont y West Virginia eligieron a
la Monarca con la mariposa de su estado.
La Monarca cuenta hasta con pequeños refugios artificiales; no faltan
las organizaciones voluntarias que nos incitan a plantar algodoncillo para que
no les falte su alimento fundamental y otras organizaciones se encargan de pegarles
una identificación en sus alas para saber más sobre ellas. Muchos admiran estas
mariposas; otros las ven como atracción turística y con el potencial de
ganancias económicas –tal es el caso de México, en el estado de Michoacán que
organiza cada año el Festival “Cultural” de las Mariposa Monarca como un evento
turístico que atrae 150 mil visitantes que las fotografían y
consumen.
A pesar de toda la atención que se les da a las
Monarca no parecen escaparse de quizás su principal destructor, el propio ser
humano que las trata igual que trata a la naturaleza toda y mantiene a pesar de
los ejemplos una actitud avasalladora y abusadora. Es la misma actitud que predomina en Canadá
con otras especies, como los osos polares, cuyo hábitat continúa en vías de
desaparición por el aumento de la temperatura mundial que afecta también al
Ártico. Los osos polares nadan cientos de kilómetros en verano en busca de
hielos y alimentos; muchos sucumben agobiados en su intento, es una tragedia
que impresiona. Otro ejemplo conmovedor de destrucción es lo que está sucediendo a los
bosques de la provincia de British Columbia -unos de los más extensos del mundo;
sus árboles se vuelven rojos contaminados
y devorados por los escarabajos de pino –cuyo número no decrece en el invierno debido al aumento
de la temperatura. Cada año la plaga y
el daño son más vastos. Roto el balance fundamental que nos ha permitido
emerger y sobrevivir como especie. Nadie nos informa, la falsimedia reina en
Canadá como en el mundo y estos asuntos fundamentales no son tema más que
esporádicamente y se enfocan muy superficialmente también.
La
máquina civilizatoria al servicio de las
élites históricas y de su séquito de
administradores y adulones, ha sido y es
devoradora de toda vida, naturaleza y color. Su mundo es
blanco y negro, un mundo sin variedad, un mundo de consumo y de ganancias, un
mundo irracional, ridículo, pero que se sostiene como la única opción racional
posible. Un mundo insatisfecho e
insatisfactorio pero que se define como meta de toda satisfacción humana. Algunos muy ricos hasta se dan el lujo de, a
través de sus fundaciones, aportar recursos a la protección del medio ambiente
que ellos mismos directamente destruyen con sus empresas, y ganan renombre como
filántropos o que aplica a individuos también aplica a países, por ejemplo, las instituciones cristianas de
caridad en Canadá que apoyan pequeños proyectos en África supuestamente
conmovidas por la pobreza son a la vez enemigos acérrimos de todo proyecto
liberador que estos pueblos levanten. No
faltan los personajes del espectáculo y de la política que usan la inquietud
por el deterioro del medio ambiente para
parecer más interesantes y hacerse más famosos. Finalmente, hasta los movimientos
y partidos políticos ecologistas cuando logran una pequeña cuota de poder
rápidamente olvidan sus principios de existencia para integrarse a la máquina
civilizatoria irracional. Entonces, los
verdaderos luchadores y defensores de la vida y del medio ambiente son pocos, muchos
son personas comunes, pobladores de un lugar, viven en la naturaleza y la defienden y por
ello son blanco continuo de la falsimedia, no pueden escaparse de sufrir desprestigio y represión.
El conocimiento humano sin duda ha aumentado, se
descubren especies, su biología, su hábitat, sus padrones migratorios si los
tienen, pero no por ello han de salvarse las especies de la destructora maquina
que hemos formado y que concebimos como por encima del mundo natural. La
ciencia ha avanzado espectacularmente en los últimos tiempos, en particular en
el estudio de las especies y los recursos naturales pero no tiene poder para cambiar nada.
Produce reportes y datos que se acumulan en los archivos como que fueran un
pasa tiempo humano. Los corruptos, los
pro acumulación de riqueza, los antisociales, los destructores de la economía
vital para la humanidad, son los que tienen el poder y ellos imponen su agenda
destructiva en la mayoría de las
sociedades y países. Vemos entonces pasar los ciclos y los años,
mientras el deterioro de la
naturaleza y de la vida aumenta, pareciera
que estuviéramos atados de pies y de manos incapacitados para defender nuestro
entorno. Acaso vale la pena preguntarnos
¿de qué nos sirve todo lo construido en la historia de la humanidad, si no
sabemos defender la vida?
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