Mario R.
Fernández, corresponsal en Canadá
El 4 de
septiembre, fallece Jules Paivio -el
último brigadista internacionalista canadiense que luchara en la guerra civil
de España en defensa del proyecto
republicano, agredido y finalmente destruido
por el capitalismo fascista de aquellos años. La prensa canadiense
cubre, con más de una docena de artículos en diferentes periódicos y revistas,
la vida y obra del luchador por primera vez.
Paivio deja de ser alguien a quien nunca se mencionara o reconociera,
igual que no se menciono ni reconoció a los 1545 compañeros que lo acompañaron
en la creación de esa leyenda, sin duda la más interesante en la historia de la
solidaridad canadiense.
La misma
prensa que nos desinforma diariamente se atreve, ante la muerte del luchador, a
publicar algo contrario a la ideología que defiende y lo hace, particularmente,
porque considera que el tema está superado y puede entonces ser reciclado sin
riesgos. Es algo similar a lo que sucede
cuando mueren los dictadores “amigos” del sistema, y pueden entonces ser
denunciados por sus actos criminales, y finalmente se los consigna a la
categoría de “malos” y de “tiranos” porque ya paso su fecha de expiración.
Logrado su cometido de someter a sus pueblos, Ferdinand Marcos como Augusto
Pinochet, se vuelven “temas seguros” y los medios pueden confiar que los
vínculos del sistema con ellos están caducos, que la limitada memoria histórica
de los pueblos no registrará que en el pasado esos mismos que hoy los condenan
ayer callaron, ignoraron y aceptaron sus crímenes como un inevitable. Así como Paivio puede hoy ser reciclado como
lo que siempre fue, un héroe, Marcos y Pinochet pueden ser reciclados como lo
que fueron, criminales contra sus pueblos. La magia del tiempo jugando su
partida en el ámbito de las comunicaciones manejadas por poderosos intereses.
En honor a
Jules Paivio, quien con solo 19 años cruzó los Pirineos a pie vistiendo zapatos
de calle, algo que hicieron muchos internacionalistas de otros países al
convocarse y alistarse en una contienda que dejara una marca profunda en la
fascinante y compleja historia de España y de la península ibérica, bienvenida
sea la VERDAD, aunque nos llegue por esos caminos controvertidos y
contradictorios de lo que llamamos “libertad de prensa.” Jules Paivio pasó dos años en España, uno luchando en los campos de batalla y otro prisionero de las tropas fascistas. La
guerra de los internacionalistas terminó antes de la caída de la República; la
Republica fue una opción democrática construida por los pueblos de España, y
una opción que aun no vuelve a levantarse.
Durante esa guerra civil y en circunstancias muy duras perdieron la vida
721 brigadistas canadienses del
Batallón Mackenzie-Papineau .
El acto
solidario fue un acto heroico pero no fueron recibidos en Canadá como héroes.
Además del sufrimiento de la lucha y la pérdida de sus compañeros, los
veteranos internacionalistas canadienses al volver a su país fueron perseguidos
por la policía federal que los consideraba “políticamente sospechosos” y los
persiguió y vigilo por muchas décadas.
Estos héroes, sin embargo, continuaron luchando a favor de sus ideales y de su
país, para su orgullo, y muchos de ellos se presentaron como voluntarios para
pelear en la Segunda Guerra Mundial contra el fascismo. Sorprendentemente, a
pesar de su entrenamiento en la lucha real no se les permitió ir al frente,
algunos pudieron cumplir tareas útiles a las Fuerzas Armadas canadienses.
Paivio trabajo para las fuerzas armadas de su país entrenando tropas en la
lectura de mapas. No falto el periodista
malicioso, que aprovechando la ignorancia política de muchos canadienses, trata
de desprestigiar la memoria de los internacionalistas llamándolos “soldados de
la fortuna.” Abunda en el país una
completa falta de reconocimiento del esfuerzo internacionalista y no se los
considera veteranos de guerra –algo por lo que Jules Paivio brego hasta sus
últimos días de vida. Sus caídos no fueron nunca incluidos en el “Libro de
Conmemoración en la Torre de la Paz” donde figuran todos los soldados que
perdieron sus vidas, conmemorados cada 11 de noviembre (día de los veteranos de
guerra). Tampoco recibieron nunca los
beneficios que reciben los veteranos de guerra.
Sin duda, los internacionalistas canadienses deberían haber recibido la “Orden de Canadá”
premio que el estado canadiense otorga a quienes contribuyen a la construcción
del un mundo mejor –premio que han recibido ya más de 5800 personas -muchos
merecidos pero otros inmerecidos y algunos incluso para el descredito de este
país. Han recibido este premio algunos notables mamarrachos, premiados por que
han alcanzado éxito económico personal y no han faltado incluso quienes han
tenido que devolver el premio por haber sido acusados de delincuentes. Y sin
embargo, los 1545 internacionalistas, la mejor imagen externa de este país, el
mejor ejemplo, sus mejores hijos, no figuran.
Los únicos monumentos levantados a ellos existen gracias al esfuerzo de
sus conciudadanos y de voluntarios que en Victoria (British Columbia) y Ottawa
se negaron a aceptar dejarlos en el olvido y grabaron para siempre los nombres
de aquellos guerreros de la solidaridad internacional, constructores de un
mundo mejor, en la piedra.
El desprecio,
la falta de reconocimiento, de las autoridades canadienses con los brigadistas
tiene su raíz histórica. En 1937, el gobierno canadiense trato de impedir, sin
lograrlo, que sus ciudadanos fueran a la
guerra en defensa de la República española, y con este fin aprobó una ley que
prohibía a cualquier ciudadano de este país participar en guerras en el
extranjero tanto como la exportación de armas. Eso no impidió que Canadá y
Estados Unidos, junto a otros países occidentales, apoyaran al franquismo, en una histeria anti socialista y anti comunista,
al tiempo que apoyaban al fascismo en casa.
Canadá nunca cambio su posición, al menos España lo hizo cuando hace dos
años le otorgó la ciudadanía española a
Jules Paivio, algo que él había solicitado, y el embajador español en Canadá le entrega en una ceremonia en Ottawa frente al
monumento de los internacionalistas. Fue un reconocimiento merecido por el
esfuerzo de Paivio en la lucha contra el fascismo, según palabras del mismo
embajador, y que emocionó a Paivio, que desde su silla de ruedas agradeció el
reconocimiento de España, reconocimiento
que Canadá nunca le diera.
Ya con 96
años de edad, esa energía que era Jules
Paivio termina el pasado mes de septiembre. Llegó el silencio del último
de estos héroes del honor y el internacionalismo proletario, nos deja como nos
dejaron otros su historia noble
imborrable por esas grandes causas de la vida. Sin duda, muchos lo llevan en su
corazón como el llevó su hazaña solidaria a otros pueblos. Los internacionalistas como Paivio fueron
producto también de su contexto, de un Canadá de los años treinta donde los
trabajadores con empleo eran tan pobres como los desempleados, la gran mayoría
vivía en la miseria y la represión del gobierno del Primer Ministro Richard
Bennett era seria. Este Primer Ministro fue y es muy admirado por los políticos
derechistas, la mayoría en este país; Bennett, quien fue una especie de
fundamentalista fascista, y el creador de los campos de trabajo (Relief
Camps), verdaderos campos de concentración para los hombres cesantes, sindicalistas e izquierdistas. Eran tiempos de sufrimientos, pero también
eran tiempos de esperanza y protagonismo donde se arriesgaba la vida.
Jules Paivio, se sintió orgulloso por su experiencia de lucha en la
España Republicana; conservaba un gran recuerdo de sus compañeros del Batallón
Mackenzie-Papineau y así se lo expresó
en una entrevista al escritor
Michael Petrou, cuando le dijo: “ Hay gente buena y correcta a través de
nuestras vidas que la conoces, que la sientes cercana y que la quieres
conocer mejor, pero tal vez no se tiene la oportunidad de hacerlo.” Esto es algo que yo también sentí cuando
recién llegado a Canadá, en los años 70, necesité ayuda en una oficina del
gobierno pues no podía comunicarme con mi rudimentario inglés. Entonces,
llamaron a una persona que trabajaba en esa sección que hablaba español, era un
hombre de más de sesenta años con rostro amigable que me preguntó en un acento
castellano en que me podía ayudar. Su idioma acentuado como nacido en España me
sorprendió; él me contó, con una sonrisa, que había ido a España a aprender el idioma y a luchar
en la guerra civil y en la resistencia francesa. Esto fue el principio de mi
motivación por saber más sobre la historia de estos brigadistas.
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