Fuente: Revista Herramienta N° 53
Autor(es): Fernández García, Roberto
Fernández García, Roberto . Jurista y profesor de Derecho (Jubilado). Integrado a la defensa de la revolución cubana desde la adolescencia, en 1959, y hasta hoy. Narrador y poeta. A partir de enero de 2009 ha publicado varios artículos periodísticos de corte crítico sobre la actual situación económico-social cubana, a causa de los errores cometidos y su necesaria rectificación, todos en el sitio Web de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. www.uneac.org.cu
Según el Diccionario Enciclopédico Pequeño Larousse, corrupción es la acción y efecto de corromper. Y el verbo corromper se define como echar a perder, pudrir, viciar, pervertir, sobornar, cohechar. Si en lo social dicha combinación pudiera expresarse en los términos de una ecuación algebraica, podríamos decir que C+C’=C/R.
En Cuba se conoce a la corrupción desde tiempos de la colonia, cuando los funcionarios españoles se aprovechaban de sus cargos para enriquecerse pues, pese a la excesiva centralización de los controles y lo pormenorizado de las leyes coloniales, muchos se las arreglaban para de evadir el sinnúmero de filtros fiscales que la legislación imponía, animados por aquella justificación convertida luego en refrán popular: Las órdenes del Rey se respetan, pero no se cumplen.
Los cuatro años de la primera intervención yanqui (1898-1902) fueron una maestría para los burócratas criollos, que recibieron clases magistrales de las autoridades intervencionistas. Posteriormente, durante los 57 años de la república mediatizada, las más descollantes lumbreras en materia de corrupción, lograron títulos de doctores. El último cuarto del pasado siglo y los primeros años del actual han sido pródigos en escandalosos hechos de corrupción administrativa en casi todos los países latinoamericanos, protagonizados en su mayoría por sus propios gobernantes. Y a partir de la actual recaída de la crisis general del sistema capitalista, hasta el más lerdo observador habrá quedado boquiabierto más de una vez al conocer los multimillonarios fraudes financieros protagonizados por los más encumbrados personajes de las finanzas, hasta en la propia sede del imperio. No obstante, nada de esto resulta extraño.
Lo que sorprende y preocupa a los cubanos es la corrupción entre nosotros; un país en el que, desde el mismo triunfo revolucionario de 1959, la honestidad, la dignidad y la entrega desinteresada han sido ejemplos para los cubanos, y para el mundo entero. Sin embargo, al parecer, en algún punto del camino penetró en nuestras filas la mala yerba de la corrupción. O tal vez no fuimos capaces de arrancar de raíz sus troncos que hoy renacen, se multiplican y propagan. Por tales razones este fenómeno merece ser analizado bajo microscopio para determinar sus componentes, las causas y condiciones que favorecen su desarrollo, y establecer sus interconexiones y consecuencias.
La corrupción parece ser producto de la suma de dos elementos: uno de tipo económico y el otro axiológico. Lo económico se traduce en lo material, en la necesidad real o ficticia de obtener beneficios materiales con ánimo de lucro. Y el axiológico se pone de manifiesto en la falta de valores espirituales, o la pérdida de los mismos, lo cual borra las barreras en el mundo interior del sujeto, haciendo que el factor material prevalezca sobre la conciencia para convertirse en un antivalor que, a la larga, se erige en el rector de la conducta humana.
En la realidad cubana contemporánea existen una serie de condiciones, en parte continuidad histórica y en parte situacionales, que hicieron renacer la corrupción y favorecieron que se convirtiera en una manera alternativa de resolver los problemas materiales y, a veces, hasta en una necesidad para la existencia, cuya importancia y generalización en muchos casos ha llegado a limar aristas morales en una práctica en la cual se han deseducado gran parte de las actuales generaciones, con el consiguiente deterioro del sistema de valores subjetivos y las consecuencias colaterales que ello conlleva, todo lo cual se incrementa de una generación a otra para contribuir al desmoronamiento ideológico de un importante segmento de la gente joven.
De este fenómeno social con raíces históricas lo que más preocupa es su variante moderna, lo cual parece ser una rápida mutación viral altamente infecciosa que, paradójicamente, pudiera ser el resultado de violaciones doctrinales y de una deformación aparecida en las últimas cinco décadas al calor del paternalismo, la falta de exigencia y control, así como el reconocimiento, expreso o tácito, de muchísimos derechos indebidamente otorgados; todo lo cual ha devenido una especie de absurda ley no escrita que, de una u otra forma, ha terminado por moldear la conciencia y la conducta de un importante sector de la población cubana actual.
Desde el mismo triunfo revolucionario de 1959, el Gobierno Revolucionario atendió de manera priorizada al reclamo de justicia social del pueblo, como parte del programa que la Revolución ponía en marcha, entre el cual se encontraba el derecho al trabajo. Desde entonces, la no aplicación del principio socialista de distribución parece haber comenzado a minar la conciencia de los trabajadores, debido a que el salario era igual para todos, sin importar cuánto aportara cada cual. Como consecuencia de ello, tampoco fue posible enraizar en éstos la convicción de que eran codueños de los medios de producción. Pero en aquellos momentos, por razones obvias, la mayoría de nosotros no podía percatarse del error. Eran los tiempos de la efervescencia revolucionaria, de las masas enardecidas por la lucha, de la confianza ciega en que todo cuanto se hacía en beneficio del pueblo estaba bien hecho. También fue aquel el momento en el que la mayoría aplaudimos la estatización de la pequeña propiedad privada, convencidos de que ello impediría la supervivencia del capitalismo, sin comprender que con ello se creaban condiciones para su reproducción.
Las consecuencias de esos dos factores no se hicieron sentir en lo ideológico mientras las generaciones que hicieron la Revolución y las que nos integramos para defenderla fuimos la mayoría; como tampoco se notaba el costo económico de nuestros errores, pues el suministro de la URSS mitigaba los efectos del bloqueo. Sin embargo, bajo nuestros propios pies comenzaban a gestarse algunos factores que, a la larga, llegarían a integrarse a la funesta fórmula C+C=C/R. La falta de exigencia y de control en la economía, así como la falta de la debida estimulación al trabajo, condujeron al relajamiento de la disciplina laboral. Ello fue diluyendo en muchos la convicción de que los medios de producción eran del pueblo, para dar paso a la idea de que eran del Estado, lo que con el tiempo se llegó a entender como de nadie. Esta falla económica provocó una consecuencia ideológica que devaluó la importancia del papel y lugar del sujeto en el centro laboral, al no sentirse partícipe de su propiedad, y desinteresarse de ellos, de su conservación, cuidado y aumento de la productividad. Al propio tiempo la indisciplina laboral no quedó encerrada en los centros laborales. Esta tendencia negativa creció y se fortaleció abonada por las nuevas condiciones surgidas a partir del derrumbe del Campo Socialista. Formando parte de los crecientes antivalores de trabajadores de todos los sectores, estas desviaciones se instalaron en las familias, contaminó a los niños y adolescentes; formó parte del barrio y la comunidad. En poco tiempo esa quiebra de valores pasó a integrarse como una manera de pensar; que llevó a conformarnos con lo poco y malo que teníamos, y se puso de manifiesto en el escaso o ningún esfuerzo del trabajador que devengaba un salario por aportar determinada producción o servicio y no cumplía con su deber por falta de estimulación material.
La indisciplina y el desinterés penetraron incluso en las escuelas, llevadas tanto en la conciencia de los alumnos como en la de muchos maestros y profesores que tampoco veían remunerados sus esfuerzos, por lo que muchos docentes desertaron del sector en busca de empleos mejor remunerados.
Desde los tiempos de los sesentas, los setentas y parte de los ochentas, la disminución de los niveles de exigencia, plagados de una combinación de paternalismo, esquematismo y burocratismo que rayaba en la indolencia, afectó incluso hasta el papel de las autoridades policiales y las sanciones impuestas por los Tribunales; dando lugar al aumento de las conductas antisociales y delictivas. Se pusieron de moda las indisciplinas sociales en todas sus manifestaciones, la guapería de barrio y la vagancia, así como muchas contravenciones y delitos de menor cuantía y baja peligrosidad social, cuya repercusión muchas veces se trataba de disminuir a base de bajar los indicadores estadísticos. ¡Milagros de las matemáticas!
Unido a lo anterior, el incremento del bloqueo y su real incidencia negativa en la satisfacción de las necesidades de la población durante dos décadas de crisis económica, ha jugado un nefasto papel en cuanto a la pérdida de valores, base esencial de la corrupción que nos afecta, al operarse un lógico descenso del nivel de vida al cual nos habíamos acostumbrado artificialmente sin respaldo de la producción, gracias a los créditos blandos e infinitos de la URSS. En tales condiciones las dificultades que la gente enfrenta se han podido “atenuar” por la falta de remilgos en la utilización de los recursos estatales, una vez arraigado el concepto de que “son del Estado”. Esta manera de pensar, por más deshonesta que resulte, de una u otra manera está presente a diario en todas partes, y nos afecta a todos por igual, ya que la respuesta del mercado no responde a las necesidades, y de alguna manera debemos dar solución al sinnúmero de problemas que impone la vida diaria.
No existe sector de la producción y los servicios que no se haya visto afectado en estos tiempos por la corrupción. Después que el paternalismo nos enseñó y la indolencia facilitó “resolver” muchas de las cosas necesarias en los centros de trabajo estatales, las personas encargadas de administrar esos bienes no sólo han “resuelto” determinados problemas a algunos trabajadores, autorizados por los niveles superiores”, y por tanto “legales”; sino que han “resuelto” los suyos propios y los de sus familiares y amigos. Pero para ello, por más jefe que sea la persona, de hecho contrae deudas con los subordinados que participan en la realización del “acto de caridad”; quienes también tienen problemas y, por tanto, hay que darles acceso a lo que necesitan. Esta manera de actuar se ha convertido en una cadena que nos afecta no sólo en el orden económico. Sus mayores estragos se registran en la esfera moral.
El ejemplo de actuación como método de educación ha tomado un significado inverso. Es decir, el surgimiento de antivalores. La vía para “resolver” los problemas individuales depende del nivel de acceso que determinados trabajadores tengan a los bienes estatales, a partir de las funciones que realizan y al grado de confianza que el jefe deposite en ellos, lo cual los hace “confiables e idóneos” para los cargos en los que se desempeñan.
Asimismo, otro importante método de educación, la crítica constructiva y honesta, constituye un estorbo inadmisible para los fines de la burocracia corrupta. Por ello la filosofía que impera y gana adeptos por todas partes es no buscarse problemas. Para ganarse el favor de ciertos jefes hay que complacerlos y “ayudarlos”. En no pocos casos esa es una manera infalible de ascender y llegar a tener suficiente poder y recursos para “resolver” todos los problemas propios.
Esta práctica se ha convertido en un verdadero problema que también nos afecta en lo jurídico y lo político, en la misma medida en que innumerables funcionarios ubicados en todos los escalones de dirección administrativa se encuentran entrelazados entre sí a partir de estas y otras ilegalidades, lo cual incide directamente tanto en la violación de la legalidad y el menosprecio de los bienes del Estado, como en la promoción de los funcionarios. Quienes actúan de esta manera se ocupan de que los subordinados que acceden a cargos de dirección sean confiables e incondicionales a sus fines personales, mecanismo que poco a poco ha hecho vulnerable a todo el sistema, permitiendo que el acomodamiento y el oportunismo se transformaran en prácticas cada vez más generalizadas.
De hecho, al ascender a quienes no lo merecen, se otorgan estímulos inmerecidos, tanto por el acceso a cargos mejor remunerados como por los privilegios que entrañan. Así se desconoce otro importante método de educación: el estímulo, el cual debe ser merecido y acorde a los resultados de trabajo y los méritos laborales. Al mismo tiempo dicho método también adquiere un resultado inversamente proporcional y se convierte en un antivalor. Sin embargo, esos elegidos no son todos los trabajadores. Una gran mayoría no tiene tanta suerte. Por lo que gran parte “resuelve” sus problemas mediante el hurto, la apropiación indebida y el desvío de recursos, como los califica nuestro Código Penal. Tampoco el verbo “resolver” significa siempre que el trabajador necesite para su uso el producto que sustrae. Basta que el mismo sea de gran demanda en la calle, lo cual da acceso al dinero, mágica fórmula para “resolver” todo tipo de problemas, para que siempre aparezca alguien que lo ponga a la venta en el mercado subterráneo. Este procedimiento abastece a un enorme sector marginal, integrado por delincuentes de toda laya que medran en las ciudades de todo el país, integrado mayoritariamente por personas jóvenes, de ambos sexos, física y mentalmente sanos. La práctica continuada de esta manera de vivir y lo “exitoso” de la misma, resulta una perniciosa propaganda a favor de la corrupción, cuyo ejemplo admiran y tratan de imitar no pocos jóvenes.
La falta de estimulación económica al trabajador y la pérdida de la identidad con los medios de producción han minado el amor al trabajo; pero al mismo tiempo se ha generalizado la tendencia a alcanzar puestos cómodos y lucrativos en el mundo de la burocracia. Ese segmento privilegiado constituye otro “paradigma” que nuestros muchachos envidian y aspiran a alcanzar, cuyo ejemplo tienen al alcance de la mano, con las indudables ventajas materiales de que el mismo goza. La burocracia no desvía recursos de las fábricas ni almacenes. Dispone de ellos por “derecho propio”, y constituye una casta que poco a poco ha devenido hereditaria. El acceso a todo lo que la población no tiene, está en manos de la burocracia, la que se interrelaciona en una compleja madeja que todo lo puede y lo tiene, cada vez más alejada de los intereses y necesidades del pueblo. Ese poder casi ilimitado está garantizado por la trama que la conforma, pues los vínculos de colaboración entre los burócratas aseguran la ayuda mutua, y frente a cualquier descalabro siempre aparece una mano que levanta al caído y lo coloca en otro cargo que le permita continuar gozando privilegios.
La corrosión es el corolario y la consecuencia inevitable de la corrupción. El acomodamiento actúa sobre la conciencia, reblandeciéndola, y siempre va a desarrollar el egoísmo, el individualismo y la avaricia, cualidades inherentes a las ansias de riqueza. Se crea de esa manera un sentimiento de casta especial, que los hace aparecer por encima de los demás. Es decir, se piensa y se actúa en dependencia de cómo se vive y para qué se vive, para decirlo en términos marxistas. A la corta o a la larga, la corrosión de los valores que la corrupción provoca acerca al sujeto a los intereses capitalistas, pues, de hecho, el modo de vida que llevan él y su familia no es otra cosa que eso.
El nivel de vida que la suma de ambos factores posibilita es el ejemplo nocivo que recibe la juventud y la hace preguntarse para qué sirven los estudios, el sacrificio y la entrega al trabajo, si los que se desgastan estudiando y trabajando nada tienen; mientras aquellos que, estudiaran o no, de una u otra manera viven del trabajo ajeno, son quienes todo lo tienen. Al final, el producto de esa suma no es otra cosa que la adopción de la ideología burguesa que avanza lentamente y contamina a la sociedad, en particular entre a la juventud, la adolescencia y los niños.
La violación continuada del principio de distribución socialista y la escasa o nula condición de los trabajadores como codueños de la empresa, impidió la identificación de éstos con los medios de producción. Ello vició la disciplina consciente y condujo a la deformación ideológica, impidiendo el perfeccionamiento de un esquema de valores coherente con los intereses de la construcción socialista. Asimismo la falta de análisis crítico de nuestros propios errores y el triunfalismo que nos acompaña, del cual la prensa oficial es partícipe, impidieron rectificar a tiempo los errores y utopías, haciendo con frecuencia de ellas verdaderas apologías, al presentarlas como grandes logros.
Como resultado de todo esto, no pudimos generalizar la naciente conciencia social socialista en el relevo generacional. Todo lo contrario: los remanentes de la vieja conciencia social subyacen en la mentalidad de la gente, al no haberse agotado aun las fuerzas productivas anteriores. Así renació, reverdeció y creció la vieja conciencia social burguesa, que ahora intenta florecer y parir sus venenosos frutos. De manera que la prisa por avanzar lo más rápido posible en menor tiempo parece habernos llevado por un camino equivocado que ahora amenaza con hacernos volver al punto de partida. O tal vez a algo peor. Revertir esta compleja situación no va a ser tarea fácil. Confío en que la actual ola de cambios sociales que recorre la América Latina, la aplicación de nuevas concepciones para la edificación socialista en los países subdesarrollados, y la combinación final de todo esto con la presente agudización de la crisis general del capitalismo, unido a las consecuencias sociales y políticas que, indudablemente, va a provocar la misma en los principales centros del imperialismo mundial, y contando con la acción consciente de los verdaderos comunistas cubanos y la acertada dirección política y económica del país, nos posibiliten las condiciones, las formas, métodos y vías adecuadas para rectificar el rumbo y retomar el camino correcto, para que la Revolución siga siendo tal en manos de las futuras generaciones de cubanos. Espero que así sea, y poder contribuir con mi esfuerzo, y el de ustedes, a que el porvenir sea el que siempre hemos soñado para Cuba y el mundo: la edificación de la sociedad socialista.
Escrito y enviado por el autor para Herramienta.
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