China: autoritarismo, capitalismo salvaje, disparidad social y destrucción ambiental

Posted by Nuestra publicación: on jueves, septiembre 05, 2013


China: autoritarismo, capitalismo salvaje,

disparidad social y destrucción ambiental
por Adán Salgado Andrade

Hace un tiempo escribí un artículo en el que señalo cómo se ha transformado a China en la meca del capitalismo salvaje, en donde la abundancia de recursos naturales, la mano de obra barata y leyes flexibles, han hecho de ese país la maquiladora mundial, en donde cientos de empresas extranjeras han establecido filiales para sacar ventaja de todos esos factores y producir artículos más baratos que en los lugares de origen, con tal de que se vendan a un precio “competitivo”, al reducir los costos de producción:
Esa situación ha generado un “milagroso” crecimiento económico de ese país, pero, como analizo en el artículo citado, al mismo tiempo, China está debiendo de sacrificar su medio ambiente y sobreexplotar sus recursos, así como crear una sociedad cada vez más individualista, egoísta, apática, desigual que, al igual que en sociedades capitalistas clásicas (como la estadounidense, por ejemplo), sólo busca su bienestar material, sin pensar a quién vaya a afectar al hacerlo. Por si fuera poco, esa, digamos, “estabilidad social”, se garantiza con un autoritarismo gubernamental extremo que no duda en aplastar o sofocar cualquier intento de sedición o manifestación social de aquel sector que pretenda cuestionar tan dictatorial sistema.
Esa panorámica de la sociedad y la economía chinas se comprende mejor al revisar una publicación reciente, “China en diez palabras”, debida a la pluma del afamado escritor Yu Hua (Hangzhou, Zhejiang, 1960), quien hace un muy buen, crítico análisis, actual, de lo que sucede en su país. Para ello, Hua se sirve del comparativo histórico, que, al igual que el método materialista-histórico, permite la evaluación de lo que era China antes de la, más que adopción, imposición del sistema capitalista salvaje como modelo económico y lo que es ahora.
Así, Hua divide su muy ilustrativa revisión en palabras que él considera claves. Para efectos del alcance del presente artículo, retomaré cinco de ellas. Las otras, no menos importantes, hacen más referencia a los cambios culturales e idiosincráticos de la sociedad china, las cuales menciono a groso modo.
Así, los vocablos “gente”, “líder”, “lectura”, “escritura” y “Lu Xun” (escritor chino, nacido en 1881 y fallecido en 1936), señala Hua, explicarían, esencialmente, el comportamiento social previo a la imposición capitalista, que él ubica a partir de 1980, cuando Deng Xiaoping se atrevió a contrariar sustancialmente la retórica maoísta de “Debemos rechazar todo aquello que el enemigo apoye y apoyar todo lo que éste rechace” por aquella de que “Un gato que atrapa al ratón, es un buen gato, no importando si es blanco o negro”. Esa nueva “máxima”, abrazó al capitalismo en China y transformó al país de comunista en el capitalista, declarado “socialista”, que actualmente es.
Hua señala que la sociedad china previa a la entrada del capitalismo, aunque tenía sus peculiaridades, existía cierta unidad, humildad y respeto. Sobre todo la figura de Mao, como auténtico líder realmente movía a todos, agrado tal de que cuando falleció en septiembre de 1976, todos lloraron su fallecimiento, que fue honrado con incontables ceremonias luctuosas. Hoy día, señala Hua, la gente se ha vuelto muy egoísta y materialista y existen “líderes” de todo tipo: de bailes, de modas, de opinión, líderes de belleza. Dice Hua: “Reflexionando sobre el pasado en vista del presente, tengo la sensación de que la China actual no tiene ya un líder, sino, simplemente liderazgo”.
En cuanto a la lectura, Hua señala que en esos revolucionarios tiempos, sobre todo durante la llamada “revolución cultural” (1966-1976), lo único que se podía leer eran los poemas de Mao Zedong y los cuentos “selectos” de Lu Xun, escritor favorito de Mao, pues, decían las autoridades, éstos mostraban cómo era la China controlada por las perniciosas ideas “burguesas”, imperantes antes de la revolución comunista. En cuanto a la escritura, lo que más se escribían por ese entonces, eran panfletos revolucionarios, los cuales, necesariamente, debían de comenzar aludiendo a una frase de Mao o de Lu Xun (de hecho, humorísticamente, Hua señala que cuando discutía con algún amigo sobre tal o cual problema, él aseguraba que “Lu Xun lo dijo”, y ante esa “irrefutable afirmación”, su detractor debía aceptar su derrota). Otro tema “favorito” para escribir era cuando se hacían carteles en los cuales se denunciaban a los “enemigos de la revolución”, los llamados “contrarrevolucionarios” o aquellas personas acusadas de infidelidad (los favoritos).
Alude a Lu Xun porque, si en un principio Hua lo tenía como a un mal escritor, al final, 30 años después de haberlo leído en la primaria, fue que valoró la importancia de ese escritor, a grado tal que compró sus obras completas. “Fue hasta que pasaron 30 años que valoré la profundidad e importancia de la obra de Lu Xun, a grado tal, que me opuse a que se hiciera una película sobre una de sus obras”.
Los otros cinco vocablos son los que más aluden a la China actual, en cuanto a los cambios económicos, la que opera totalmente bajos principios capitalistas que han hecho de su sociedad, como señala Hua, “una sociedad frívola, que no se preocupa por practicar principios, la que habita una tierra llena de profundas disparidades. Es como si se caminara por una calle en donde, de este lado, hay lujosos, ostentosos palacios y, en el otro lado, desoladas ruinas o como si uno se sentara en un teatro en donde, por un lado, una comedia muy entretenida se desarrolla y, en el otro, toma lugar una triste tragedia”.
Así que, por lo que señala Hua, China, actualmente, no mostraría diferencia alguna en el desarrollo desigual que sucede con cualquier país capitalista sea “desarrollado” o “subdesarrollado”, en donde las diferencias sociales, las inequitativas oportunidades para sus ciudadanos, los extremadamente ricos, pocos, los extremadamente pobres, millones, deben de coexistir, digamos, para que el capitalismo salvaje perpetúe su decadente reinado, el cual, falsamente presenta sus “avances” con engañosas cifras, como bien señalaba Gramsci, tales como el PIB, el consumismo y la meritocracia. En efecto, cuando el PIB, la medición anual de la economía de un país, aumenta, se muestra como señal de “crecimiento”, aunque sólo se deba a algunos privilegiados núcleos económicos. Igualmente, cuando el consumismo se incrementa, o sea, el consumo compulsivo, se muestra como “buena señal” (como en EU que cuando algunos de los sectores privilegiados aumentan la compra de autos o casas, se muestra como que ya se “está” saliendo de la crisis). Y en cuanto a la meritocracia, que se hace creer que sólo con una mejor educación, el famosocredencialismo, se puede aspirar a mejores empleos, y que, lo contrario, los limita, cada vez está más demostrado, por las cifras de desempleo en todo el mundo, que el mayor índice se da entre la gente mejor preparada, pues los empleos a los que pueden aspirar son cada vez menos y muy limitados (en México, por ejemplo, el mayor porcentaje de desempleados es entre personas con licenciaturas, maestrías y doctorados. Igualmente, en EU, el movimiento Ocupa Wall Street se debió inicialmente a protestas de egresados universitarios que a pesar de las enormes deudas que implica tener una costosa educación universitaria, al final no hallan empleos para lo que estudiaron).
Hua menciona, como dije, las cinco palabras claves que, a su parecer, explican lo que sucede en China hoy día. Estas son “revolución”, “disparidad”, “bases sociales”, imitación (copycat) y “embauque”.
De la revolución, Mao enfatizaba que “Revolución es rebelarse”. En su momento, ello significó que la sociedad China desechara todo aquello que la hiciera retroceder en la búsqueda de la sociedad comunista, igualitaria, comenzando con las ideas burguesas. Y también la revolución implicó una adhesión total a los planes gubernamentales, incluso aunque fueran autoritarios. Mao no tuvo empacho en ejercer totalitariamente el poder, con tal de lograr que China se desarrollara y creciera económicamente. Un desafortunado experimento fue el llamado “Gran paso adelante”, aplicado en 1957, que buscó dos objetivos: aumentar la producción de acero y aumentar la producción agrícola. Ello se sustanciaba en que hacerlo era, justamente, “revolucionario”. Los campesinos, entonces, animados por ese espíritu de la revolución se dieron a la tarea de producir hierro, como se pudiera, lo cual tuvo muy pobres resultados, pues gran parte del metal obtenido era de baja calidad, no apto para hacer productos metálicos. Un resultado colateral, fue que, con tal de producir tanto metal, muy malo la mayoría, se descuidó la producción de alimentos, aunque los gobiernos locales presumían, falsamente, de que habían cosechado el doble o triple de las cuotas que supuestamente tenían asignadas. Incluso, presumiendo de abundancia, se hacían concursos para ver qué campesino comía más. Muchos se enfermaban de indigestión de tanto comer. Sin embargo, la realidad fue que como los datos de los alimentos producidos se falsearon, a la hora de entregar dichos alimentos, resultó que las cantidades fueron mucho menores que las reportadas y eso causó una terrible hambruna en 1958, pues en realidad no existían las reservas prometidas. Así, comenta Hua, el gobierno, ejerciendo su autoridad, se puso a incautar alimentos, muchos de ellos, las pocas reservas que tenían los campesinos para comer ellos. Fue un error fatal.
Sin embargo, emprender grandes proyectos, desde entonces, se consideró “revolucionario” y los gobiernos locales se esfuerzan, por ejemplo, por tener la mejor ciudad, el edificio más alto, la mayor cantidad de fábricas, el mayor número de puertos, el mayor número de vías férreas… y así, aunque muchos de tales proyectos sean incluso inútiles. Es el caso de la educación, por ejemplo, la cual, Hua señala que se ha incrementado con creces la matrícula de estudiantes que ingresan a las universidades (meritocracia), a pesar de lo costoso que es cursar una carrera en China (al igual que en EU). El resultado es que miles de pasantes buscan trabajo cada año y pocos son los que en realidad lo consiguen. Otro ejemplo de “autoritarismo revolucionario” es la tendencia a que crezcan las ciudades y que para ello, los gobiernos locales expropien tierras de los campesinos que están a las afueras de dichas ciudades. Hua señala que actualmente existen cientos de kilómetros cuadrados de áreas de casas demolidas en esperas a ser “urbanizadas”. Y los lanzamientos son forzosos. Comenta que una vez que a una familia campesina le llega el aviso de que su casa será expropiada, es inútil oponer resistencia, ya que las “autoridades locales” llegan al extremo de arrestar a todas las familias, darles fuertes golpizas y, mientras están encarceladas, maquinaria pesada procede a demoler las casas, sin ningún miramiento. Ha sido tan grande la desesperación de muchas de las personas a las que arbitraria e ilegalmente se desaloja, que ha habido casos dramáticos de resistencia, como el de una mujer, Tang Fuzhen, en la provincia de Chengdu, la que lanzó cocteles Molotov a las máquinas, pero como éstas continuaran su destructiva labor, la mujer se roció gasolina, inmolándose a la vista de todos. Su caso lanzó una clara señal de hasta dónde el autoritarismo ha llegado y las potenciales tensiones sociales a las que dará lugar.
De hecho, sobre el autoritarismo, señala Hua que fue justo Tiananmen cuando la protesta social contra tal autoritarismo llegó a su máximo y que por tal rebelión, la respuesta del gobierno fue violentísima, asesinando a cientos de manifestantes, para asegurarse una docilidad plena del pueblo, con tal de que los planes para imponer el capitalismo a ultranza siguieran como si nada, como hasta ahora se han seguido consolidando.
Así que en nombre de la “revolución”, los portentosos proyectos continúan y ello va aumentando más y más las deudas de los gobiernos locales. Y por ello, también se ha generado sobrecapacidad industrial que actualmente está ocasionando pérdidas. Por ejemplo, cifras recientes señalan que la industria siderúrgica de China registró unas pérdidas de 699 millones de yuanes (alrededor de 113 millones de dólares) en junio, el primer déficit mensual del año para este sector afectado por la sobrecapacidad
Todo eso ha generado un modelo económico e industrial tan anárquico, que el siguiente pasaje de Hua describe muy bien: “En los treinta años, poco más o menos, que han transcurrido desde la muerte de Mao, se ha producido un asombroso milagro económico, pero el precio pagado ha sido mucho mayor. Cuando regresé de Sudáfrica, al final de una visita durante la Copa Mundial del 2010, la tienda exenta de impuestos (duty-free) que estaba en el aeropuerto de Johannesburgo vendía vuvuzuelas – cornetas plásticas hechas en China – por el equivalente cada una a 100 yuanes (16.34 dólares. Un yuan equivale a 16 centavos de dólar al cambio actual) cada una, pero cuando llegué a China, me enteré que el precio de exportación era de sólo 2.6 yuanes la pieza. Una compañía en Zhejiang fabricó 20 millones de vuvuzuelas, pero terminó ganando apenas unos 100,000 yuanes. Este ejemplo da una idea del desequilibrado desarrollo de China: años tras año, plantas químicas tirarán sus desechos industriales en nuestros ríos y aunque quizá una sola planta pueda lograr un impulso de treinta millones de yuanes para nuestro PIB, el costo de limpiar esos ríos costará treinta veces ese incremento. Una autoridad muy respetable para mí lo explica de esta forma: el modelo de crecimiento chino es gastar 100 yuanes para impulsar en 10 yuanes el PIB. Así, degradación ambiental, colapso moral, la brutal polarización de ricos y pobres, la imperante corrupción… todas esas cosas están constantemente exacerbando las contradicciones de la sociedad china. Más y más constantemente, nos enteramos de masivas protestas en las cuales cientos o miles de personas estallan frente a oficinas gubernamentales, destruyendo autos e incendiando edificios”.
Esto último que señala Hua, acerca de las protestas, es muy importante, ya que son muy pocas las noticias de aquéllas de las cuales nos enteramos, pues la mayoría se censuran y nada se sabe de ellas, excepto por blogueros independientes o activistas que logran burlar los estrictos protocolos para que puedan publicar por Internet.   
Pero también, como señalé, se justifican todas esas medidas porque es en “nombre de la revolución”, al igual que ejercerlas autoritariamente. A los que se atreven a cuestionar a la autocracia china se les persigue políticamente, llamándoseles “refugiados de la justicia” (political refugees), con lo que se les clasifica como subversivos, que no desean el “bien de la patria”. Justo a todos aquellos que se rebelaron en Tiananmen, que sobrevivieron a la matanza, se les estigmatizó por medio de programas televisivos que se referían a ellos como vulgares delincuentes que sólo buscaban la anarquía y la destrucción del estado chino. Luego de un tiempo, esas “denuncias” públicas fueron sustituyéndose gradualmente por propaganda oficial que ensalzaba el milagroso crecimiento económico de China. La protesta social, como señala Hua, fue suprimida y cancelada de golpe y, desde entonces, el activismo social se ha limitado muchísimo, prefiriendo la sociedad china actual triunfar en lo económico y lo material, muy a la mano ambos objetivos.
En cuanto a la tremenda disparidad, la descripción que hace Hua de China en cuanto a la diferenciación social es brutal, existiendo millones de sectores, sobre todo en el campo, a los que no ha llegado la “modernidad” y viven en apabullantes condiciones de pobreza. A diario se dan suicidios entre personas que no tienen alternativas de vida, sin trabajo, sin dinero, sin un hogar dónde vivir. Y así como hay chinos millonarios que incluso figuran entre los mil hombres más ricos del planeta, hay, calcula Hua, al menos 100 millones de chinos en el campo, extremadamente pobres. Claro que el gobierno constantemente presume las extraordinarias cifras de crecimiento, pero no se reflejan equitativamente en la población, por lo que menciona un dicho popular, que afirma que “el gobierno chino es rico, pero el pueblo es pobre”. Y, en efecto, los funcionarios que amasan grandes fortunas abundan, dándose ostentosos, insultantes lujos, los que no pueden cuestionarse, pues eso sería cuestionar a la autoridad y, de inmediato, quien lo hiciera, sería un subversivo, terminando en la cárcel, ejecutado, incluso (se calcula que cada año en China se ejecutan a miles de prisioneros).
Otros pasajes nos dan una clara idea de que en China, las diferencias sociales son muy marcadas, como sucede en cualquier país capitalista, en donde los millones de pobres conviven con unos cuantos ricos: “Sólo hay que ver a la China de hoy: los rascacielos disparándose hacia el cielo, como bosques bajo un cielo gris y turbio, la gruesa maraña de trenes, sobrepasando por mucho nuestros ríos, los deslumbrantes montones de mercancías exhibidas en supermercados y plazas comerciales, las interminables líneas de tráfico y peatones en las calles, el constante brillo de anuncios luminosos, los clubes nocturnos y salones de masajes, de belleza y de cuidado de los pies por todas partes, además de los restaurantes de lujo de tres o cuatro pisos de altura, siendo cada piso del tamaño de un auditorio, los que cuentan con suntuosos cuartos privados, con dos o tres mil personas, todas cenando, mostrando brillantes caras de satisfacción”. Pero, por otro lado esta deslumbrante descripción contrasta con las que más adelante ofrece Hua: “Desempleados urbanos y campesinos sin tierras, buscando sobrevivir, montan puestos en la ciudad o en las banquetas. Tan sólo en Beijing, esa gente se cuenta por miles. Al no tener permisos para vender, se mueven por todos lados y el gobierno local es incapaz de obtener algún ingreso de ellos. Al mismo tiempo, para los funcionarios locales, el que esos grupos de pobres tratando de sobrevivir anden por todas partes, daña la imagen de la ciudad e impide que se dé una ‘sociedad armoniosa’. En respuesta, se ha creado una Oficina de la Administración de la Ciudad y Aplicación de la Ley, cuyos intimidatorios empleados andan por todos lados, arrebatando de sus modestas mercancías a esos ejércitos de pobres”.
Por otro lado, lo que Yu Hua llama “bases sociales” (grassroots) explican de algún modo el espíritu de laboriosidad que identifica a los chinos, está en su naturaleza, digamos, ser dedicados y trabajar con ahínco. Muchos, justo por estar tan apegados a lo que siempre han hecho, de repente fueron beneficiados por el boom económico que ha cambiado tan radicalmente a China. Sin embargo, en muchas cosas han mantenido ciertas enraizadas costumbres, debido a que los radicales cambios no se han dado al parejo en el conjunto social. Un buen ejemplo de ese enraizamiento es el siguiente caso, citado por Hua: un viejo campesino llegó a una agencia de autos BMW con más de una docena de hijos y nietos. Todos salieron de una vieja Van y los más jóvenes comenzaron a buscar un auto para el adinerado patriarca. Un modelo 760Li llamó la atención del hombre, que costaba más de 2 millones de yuanes. “¿Por qué es este carro tan costoso?, preguntó el hombre, pero cuando el vendedor mencionó todos los avances y refinamientos tecnológicos, el viejo campesino sólo movió su cabeza y dijo que no entendía nada. Finalmente, el vendedor le señaló el asiento del conductor, y le dijo, con orgullo, que se habían necesitado dos finas pieles de res para confeccionarlo, se sorprendió mucho, pues consideró que ese detalle daba una idea de lo fino que ese auto debía de ser. Sobre todo porque le recordó el ganado que él cuidaba cuando era niño. Y tan sólo por ese detalle, se decidió a comprarlo. A sus nietos e hijos les compró autos más baratos. A la hora de pagar, el vendedor se llevó una gran sorpresa, pues el campesino, en lugar de sacar una chequera o una tarjeta de crédito, no fue así. El hombre ordenó a sus hijos y nietos que sacaran de la Van varias cajas de cartón, las que contenían efectivo, suficiente para pagar los autos adquiridos. Viendo la cara de asombro del vendedor, el hombre simplemente le dijo que no confiaba en cheques, ni tarjetas ni nada que no fuera el efectivo que siempre había manejado y que por eso prefería cargar con tanto billete.
Así, abundan los ejemplos de personas que haciendo lo que a toda su vida se han dedicado, de repente se han enriquecido. Así, hay el “rey de la sangre”, “el rey de la basura”, “el rey de la ropa”… justo fue el personaje llamado “el rey de la sangre”, quien inspirara una novela de Yu Hua, pues esa persona era un hombre que en la China de Mao, era el que estaba a la entrada de un hospital, recibiendo a los pobres campesinos que acudían allí a vender algo de su sangre, con tal de recibir un poco de dinero que les permitiera sobrevivir, pues eran tan pobres (100 millones aún siguen en ese nivel de terrible pobreza), que ni para comer tenían. El “rey de la sangre”, ahora, en efecto, se ganó ese mote, pues nunca dejó de hacer lo que hacía, o sea, comerciar con la necesidad humana de disponer de sangre, y actualmente es uno de los hombres más prósperos de China.  
Así pues, con estos ejemplos, Yu Hua trata de mostrar las transformaciones tan desiguales que los chinos han tenido en los últimos treinta años y que, en todo caso, evidencian que el materialismo a ultranza ya los ha envuelto y es parte de sus vidas. Y es por ello que la sociedad china de hoy día valora mucho el prestigio que da la riqueza y todos buscan llegar a ser ricos, muy dispuestos a hacer cualquier cosa, con tal de lograrlo.
Otra de las palabras claves para entender a la China contemporánea es la imitación (copycat), la cual define la tendencia de los chinos a copiar mucha de la tecnología que el proceso de outsourcing del R&D ha facilitado mucho (ver mi artículo:  El outsourcing en R&D, http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/el-outsourcing-en-r.html).
Yu Hua señala cómo se diseñan nombres que no se distancien del producto original, con tal de que atraigan a los potenciales compradores, tan sólo por la onomatopeya de la marca. En palabras de Hua, el fenómeno del “copycat de teléfonos celulares comenzó por imitar las funciones y diseños de marcas tales como Nokia, Samsung o Sony Ericsson. Pero para hacer las cosas más turbias, se les dieron nombres similares, tales como Nokir, Samsing o Suny Ericcsun. Al plagiar marcas existentes y además saltándose los costos en investigación y desarrollo, se vendían por una fracción del precio de los productos originales. Y dadas sus capacidades técnicas y apariencia de vanguardia, pronto se apoderaron del nivel más bajo del consumo de electrónicos”
 Y es algo con lo que nos hemos idos acostumbrando, de alguna forma, en todo el mundo, comprar artículos similares, tanto en apariencia, como en nombre. Y es quizá esa similitud en el nombre lo que atrae a algunas personas, quienes no se dan cuenta de que en realidad están comprando una copia. Esa tendencia, señala Hua, es muy común en la actualidad. Teoriza que quizá tenga que ver, históricamente, con la cuestión de los sellos oficiales. Un documento oficial indudablemente reafirmaba su origen, ser un documento expedido por el gobierno, precisamente por el sello oficial que ostentaba. Sin ese sello, el documento no valía, aunque realmente fuera emitido por un órgano público. De allí que muchos vivales se percataron de que si poseían un sello oficial, una copia, claro, podían hacer de las suyas. Y fue que algunas personas emplearon sus habilidades para imitar sellos oficiales, los que eran comprados por personas interesadas en hacerlos pasar como oficiales. Y eran tan bien hechas las copias, que, en efecto, esos documentos oficiales pasaban por verdaderos. Pero ya, con el paso del tiempo, esa especie de fetichismo por los sellos, se generalizó y comenzó a haber personas con mucho poder, sobre todo tras la apertura china, o sea, que se convirtiera al capitalismo, que decidieron hacer sus propios sellos.
Eso ha sucedido con la imitación, que tras haber sacado partido de haber copiado productos y hasta sus nombres, de repente hay empresas que ya comienzan a hacerse famosas con sus propias marcas (Lenovo, por ejemplo, fabricante de computadoras). Pero Hua señala otra cuestión que explica la imitación y es que el chino se enorgullece de ofrecer una réplica exacta de, por ejemplo, la torre Eiffel o la Casa Blanca. Y cita el caso de un magnate que vive, en efecto, en una casa blanca, perfectamente imitada, sesionando de día en la oficina ovalada y durmiendo, de noche, en la habitación de Abraham Lincoln. Es por ello que ante las acusaciones de países como EU de piratería china en miles de productos, comenzando por los videos, por ejemplo, el gobierno chino se hace de la vista gorda, pues, de alguna forma, es tratar de luchar contra una muy entronizada costumbre entre los chinos. Así, imitar bien es todo un arte, no un delito, sería el lema. Y bajo esa premisa, la copia de tecnología, de ciencia y de muchas otras cosas, seguirá rampante, pues, además, se asegura su consumo, porque si se ofrece una copia exacta de un i-phone, digamos, que haga lo mismo que uno original, pero a una tercera parte de su precio, se logra el resultado esperado: un aumento de las ventas de ese i-phone imitado. Y eso es bueno para China, que así va logrando imponer sus pautas de consumo dentro de este mundo tan ¡salvajemente competido!
Una última palabra empleada por Yu Hua para comprender a su país es el llamado embaucamiento(bamboozlement). Ese es otro término muy enraizado en la cultura china, embaucar a alguien. Es como los placebos empleados en medicina, que quienes los toman se “convencen” de curarse. De hecho, muchos falsos medicamentos provienen de China. Para ellos es, simplemente, embaucar. Y, por desgracia, es algo también muy enraizado en esa cultura. Y todo mundo embauca allá, desde el ciudadano común, hasta el gobierno. Y se enorgullecen de hacerlo. Por ejemplo, ejemplifica Hua, pocos días antes de que los juegos olímpicos comenzaran, los dueños de unos nuevos condominios de Beijing, cercanos a las instalaciones olímpicas, con tal de que se vendieran pronto, engañaron a la gente con que uno de ellos iba a ser adquirido por el magnate de la computación Bill Gates. Fue publicado en el periódico y causó tanto revuelo que, en efecto, comenzaron a venderse muy rápido. Fue tan intensa la publicidad, que llegó, incluso, a los oídos del propio Gates, quien a través de su oficina de relaciones públicas, negó la noticia. Y a pesar de esa refutación de Gates, los dueños negaron que tuvieran que ver con eso, que “no tenían idea de quién lo había hecho”. De todos modos, su embaucador plan funcionó y los costosos departamentos se vendieron rápidamente, pues los ricos sectores que los adquirieron, no querían perder la oportunidad de tener como vecino al muy famoso y apreciado Bill Gates. Los dueños de los departamentos, habrán dicho de los compradores: “¡Los embaucamos!”.
El mismo Hua narra cómo, siendo niño, un día trató de “embaucar” a sus padres diciéndoles que estaba enfermo del estómago, con tal de no ir a la escuela. Su papá era doctor y su madre, enfermera. Su papá, entonces, comenzó a auscultarlo sobre el abdomen, y a las preguntas hechas a Hua, de que si le dolía aquí o allí, concluyó que tenía una apendicitis y que si no se operaba de inmediato, Hua podría, incluso, morir. Hua, viendo hasta dónde había llegado su mentira, negó que los dolores le siguieran, es más, que ya habían desaparecido, pero su padre, imperturbable, lo llevó rápidamente al hospital en donde, a pesar de la resistencia de su aterrado hijo, éste, de inmediato fue anestesiado y operado. Años después, ya adulto, Hua le preguntó a su padre si en verdad era necesaria la operación y éste le respondió, ambiguamente, ya que estaba algo hinchado y que bien podría haber sido muy peligroso dejarlo o quizá se habría curado con medicamentos. Hua piensa que en realidad sólo cosechó lo que sembró, o sea, que se lo ganó por las tantas veces que le mintió a su padre de que estaba enfermo del estómago.
Justo es a la conclusión que llega sobre su país, que aunque el crecimiento, admitidamente, ha sido impresionante, el precio que se ha tenido que pagar por ello es alto, pues China se ha convertido en una nación con problemas ambientales, sociales y políticos que cada vez empeoran más y más.
Ambientalmente, China ha puesto en peligro su ecología, teniendo los ríos y las ciudades más contaminadas del planeta. No sólo por sus propias industrias, sino porque se le sigue viendo como el maquilador mundial. Por ejemplo, siguen haciéndose fuertes inversiones de empresas extranjeras, dispuestas a aprovechar las ventajas de fabricar allí:
Por tanto, ese será el costo de tanta industrialización, un medio ambiente cada vez más degradado y contaminado. Como señala Hua, el medio ambiente en China ha sido severamente dañado en casi todo su territorio. Se ha incrementado dramáticamente la persistencia de enfermedades crónico-degenerativas como el cáncer, la leucemia, deformaciones natales, entre otras. Han surgido lo que se ha dado en llamar los “pueblos cancerosos” (cancer villages), que muestran las graves enfermedades de ese tipo que padecen comunidades enteras que viven cerca de ríos y lugares altamente contaminados con desechos y drenajes industriales:
Socialmente, como describe Hua, la sociedad china, en general, se ha vuelto muy superficial, materialista y frívola, con fuertes disparidades caracterizadas por millonarios que pueden darse lujos iguales a los de los millonarios de otros países, pero con millones de pobres en el campo y las ciudades que ni siquiera tienen el sustento del día seguro, no cuentan con un empleo digno y muchos, incluso, se suicidan de la desesperación. Por otro lado, las condiciones laborales tan duras para millones de obreros mal pagados, provocan una especie de generalizada depresión social. Dos muy buenos ejemplos de ellos son, por ejemplo, la tendencia de las mujeres chinas a occidentalizarse, o sea, adquirir rasgos europeos o estadounidenses, por ejemplo, sobre todo aquellas dedicadas al modelaje o la publicidad. Se someten a costosas y peligrosas operaciones para “embellecer” sus rostros o para “crecer”. Varias son las que sufren permanentes deformaciones o mueren a causa de esas atrocidades que inescrupulosos “cirujanos plásticos” practican (en el link de este documental puede verse esta dramática situación:
Políticamente, China sigue dominada por una rígida, autocrática dinastía política que ejerce un autoritarismo represor, que se justifica por ser “revolucionario”, heredado de las “enseñanzas” de Mao, quien advertía que la “revolución era rebelarse”, pero también debía de ejercerse el poder absoluto, con tal de defenderla. Así, esa autoritaria camarilla, con tal de lograr el brutal crecimiento económico chino, no ha dudado ni un segundo en aplastar cualquier forma de “insurrección”, como hizo en 1989 en Tiananmen, represión que dejó decenas de muertos y encarcelados a los que se llamó "refugiados de la ley”, denotando que de ninguna manera se les puede considerar activistas o manifestantes, sino que, simplemente, rompen la ley. Y así, cada año se ejecutan cientos de prisioneros, muchos de los cuales fueron encarcelados solamente por no estar de acuerdo con los autoritarios mandatos de la mafia en el poder. Incluso, el autoritarismo va acompañado de la creciente deshumanización a la que alude Hua, pues existe un programa televisivo en el cual la conductora entrevista a los prisioneros que se ejecutarán, preguntándoles qué crimen cometieron, por qué lo hicieron y si desean decir algunas últimas palabras a algún familiar o persona a la que hayan afectado con su crimen. En el siguiente link, pueden ver el documental que habla sobre ello:
Quizá una de las mejores frases que ejemplifican lo que ha sucedido con China una vez aplicado el capitalismo salvaje, como modelo económico es que “hace treinta años, antes de que diéramos ese salto, no se veían rascacielos, aparte de uno o dos en grandes ciudades como Beijing o Shanghái, no sabíamos lo que era un tren rápido o un anuncio, teníamos poquísimas tiendas y muy poco qué comprar en esas tiendas. Parecía que no teníamos nada, entonces, pero teníamos un hermoso cielo azul”.
Y yo agregaría que es el costo de abrazar de lleno al capitalismo salvaje.