Mario R. Fernández
Corresponsal en Canada.
Los hogares canadienses llegan a su record de endeudamiento considerando
que se endeudan en un 151 por ciento de sus entradas, pasan el billón de
dólares en deuda personal.
Desde que los
grupos humanos se establecieron en base a la agricultura y desarrollaron las
primeras civilizaciones aparecieron los lugares de intercambio o mercados. En
estos, a diferencia de en templos o lugares de rituales religiosos, la compra y
venta de productos se hacía en un clima de informalidad, en estos contactos entre compradores
y vendedores que traían mercaderías, artefactos y metales, desde lejos eran una
oportunidad para enterarse de lo que sucedía en otras partes y para recibir
ideas nuevas.
A través de los siglos los lugares de compra
y venta se fueron transformado lentamente, no fue sino hasta el siglo 20, que
aceleró tantos cambios, en que los establecimientos de ventas se transformaron marcadamente
y de alguna forma contribuyeron al cambiar en afectar al pequeño y mediano
negocio a favor del gran negocio monopólico al punto que los pequeños tendieron
a desaparecer y desaparecieron casi completamente. Abundan hoy los grandes negocios monopólicos,
muchos totalmente obscenos y presentes en gran parte del mundo. Nos hablan
sobre la grosera expansión de los negocios transnacionales, que ha tenido lugar
particularmente en los últimos treinta años. Y que son, para algunos
compradores o consumidores, una referencia automática en mente en el momento de
decidir salir de compras. El mismo acto de comprar es quizás el más importante
acto de la vida diaria de la mayor parte de la población fuera de trabajar.
En estas últimas décadas hemos llegado
a muchos extremos nunca antes imaginados y el comercio establecido al detalle y
al por mayor ha alcanzado su máximo crecimiento emergiendo en cadenas que
controlan la venta de todo tipo de productos y servicios. Por dar un ejemplo de
uno de estos monstruos deformes del
post-modernismo, monstruos de futuro insostenible, visité uno de los más
espantosos y grandes de entre los
“paraísos” del consumo mundial llamado Costco Wholesale Corporation.
Costco es la tercera mayor cadena de establecimientos de
comercio al público en Estados Unidos y está entre las diez primeras del mundo.
Fundada en 1983 con oficinas centrales en el estado de Washington, Estados
Unidos, cuenta en su reino mundial con 598 establecimientos y con una venta
total anual de cerca de 90 mil millones de dólares. Costo tiene presencia en un
número de países como ser: Gran Bretaña, Canadá, Australia, México, Taiwan,
Corea del Sur, Japón y Puerto Rico. Costco tiene además una particularidad que
le distingue de muchas otras cadenas de
comercio al detalle internacionales,
cuenta con un sistema de clientes asociados, algo que también tienen dos de sus
competidores, Sam´s Club y BJ´s Wholesale Club. Lo que esto quiere decir es que para acceder a
Costco, consumir sus productos y servicios, uno tiene que ser miembro de su
club y pagar una membresía anual de 55 dólares, miembro regular, o de 110
dólares, miembro ejecutivo. Costco cuenta con más de 56 millones de miembros
internacionalmente, una membresía que no tiene similitud alguna con la
membresía de una cooperativa, por ejemplo. Costco ofrece solamente el derecho a comprar artículos
y servicios más baratos a sus miembros en sus almacenes.
Para visitar un local de Costco uno
tiene que ser miembro o entrar con alguien que lo es porque efectivamente hay
controles en las puertas, aunque el control puede ser flexible como comprobé en
mi segunda visita al local, porque esa vez mi amigo miembro, con el que fui en
mi primera visita, no pudo acompañarme. Esta segunda vez, iba con el propósito
de prestar atención y pude observar que todos los clientes que van compran y
compran bastante y me dio la impresión que uno que no compra les llama la
atención. Más allá de la entrada me encontré con una especie de gigantesco hangar,
de techos altos y del tamaño de un estadio de fútbol, en promedio las almacenes
cuentan con unos 15 mil metros cuadrados de espacio, aunque imagino que hay
sucursales más grande que esta.
Lo primero que uno encuentra son los carros metálicos como en cualquier
supermercado, claro que estos son más grandes y podrían entrar facilmente tres
niños en cualquiera de ellos; esto tiene sentido porque las compras son
contundentes y si uno compra algo de más volumen, pues, hay otros carros sin
barandas y bajos, como los que se usan en las bodegas. Para los compradores
debiluchos, me imagino, o para los mayorcitos en edad, hay unos carritos
eléctricos (scooters) muy fáciles de conducir que le permiten al abuelito o la
abuelita deslizarse por el espacio de consumo con facilidad y sin mayor
esfuerzo.
Luego uno encuentra una especie de pasillo con estantes no altos donde se
exponen una serie de televisores, unos cincuenta, de diferentes tamaños y debajito
las cajas donde ellos vienen normalmente. Más adelante me encuentro varios
corredores gigantes con estanterías metálicas
divididas en tres, con una altura de unos ocho metros, la más baja está al
alcance del cliente y las superiores contienen mercaderías todavía embaladas.
Todo esto sobre plataformas de madera y dispuesto para la compra a granel. Hay
en el almacén un desorden planificado, por un lado hay colchones y por el otro cajas
fuertes, registradoras, cajas de 228 pañales desechables para niños pequeños, y
así con otras mercadería, en una variedad increíble en particular donde están
los muebles, las lavadoras de ropa, las computadoras, las joyas y los relojes, las
herramientas de todo tipo. En fin de todo lo que uno pueda imaginarse en un
desorden controlado y sumándole además alimentos. Por ejemplo, una caja con una
docena de latas de vegetales, o un paquete de fiambre entre cientos de paquetes
de fiambre. Una farmacia donde se puede comprar un frasco de plástico con 500 cápsulas
de analgésicos. Y pan por kilos. Miles de CDs de música y de DVDs de películas,
y libros de los más horrendos también por miles. Todo lo necesario y lo no
necesario vendido en un sólo ambiente.
Los compradores, ese público, que frecuenta el lugar se ve más alborotado,
en especial las mujeres, en el centro del local, donde se encuentra la sección de
ropa. Aquí , da la impresión que los clientes alcanzan el clímax en su
ejercicio de comprar, es como que se lo quieren
llevar todo y temen que alguien lo haga primero. En general el local parece
lleno de gente huraña, pero es quizás la actitud del comprador que piensa o
teme que le quiten las cosas que piensa
llevar. La gente ni se habla ni se mira demasiado, cada uno encerrado en lo
suyo como que la tarea en la que están los consume totalmente. Pienso que
piensan que están haciendo un gran negocio, comprando a muy buen precio y que cualquier
socialización puede interrumpirlos en esta tarea y hacerles perder esta
oportunidad.
Una vez que uno tiene el carro lleno
tiene que partir a hacer la cola para pagar, y como el almacén no provee ni
bolsas ni envoltorios, muchos levantan cajas vacías de un gran montón de cajas
que tienen allí cerca de la línea de pago. En la línea los clientes acarrean
cajas llenas, algunas con un colchón, otras con una mesa sobre un carro bodeguero.
El cajero o la cajera, generalmente joven y trabajando a media jornada como la
mayoría del personal y mal pagado (apenas un poco más que el salario mínimo),
recibe a los clientes sin gran aspaviento. El acto de pagar es casi mudo, no se
intercambia a veces ni una sola palabra como para no quebrar esa regla que
adivino del auto silencio, silencio impuesto entre los consumidores.
Pasadas las registradoras aparecen los otros servicios, venta de seguros, óptica, agencia de viajes,
créditos de hipotecas y hasta venta de ataúdes, así de surtida es la cosa. Pero
tiene uno también oportunidad de recuperar energía sentándose en una especie de
restaurante donde uno puede comerse un pancho o una salchicha polaca con una gaseosa,
que se la rellenan sin problema hasta que le quede a uno colmada la capacidad
de su barriga, todo por solo un dólar cincuenta centavos. El precio se ha
mantenido desde 1985 y se hace público como un orgullo y como agradecimiento a
la generosidad de Costco. La calidad del embutido no le corre a esta ganga!
Por hoy se completa entonces la jornada, pronto volverán otros consumidores
a saciar sus ganas de comprar. Cuanto habrán planeado para llegar aquí, eso no
lo sé simplemente porque no soy uno de ellos y estoy como de contrabando
mirando y tratando de entender los enganches de esta experiencia para los que
la viven.
Cuando estas cadenas de comercio, como Costco, eligen un pueblo o una
ciudad para establecerse, mucha gente se contenta aunque están muy lejos del
antiguo mercado creado por la necesidad y mucho más humanizado. En la Falsimedia la propaganda explica las
virtudes de este tipo de almacén, y pasan el mensaje que tenerlas es todo un
privilegio, la llegada de los monstruos tiene un significado: el pueblo, la
ciudad elegida tienen buena salud económica.
Quienes han organizado con anterioridad la llegada del monstruo le
consiguen al traerlo inmensos terrenos sin costo donde han de construir sus
enormes elefantes blancos, fríos pero esperados, con sus enormes
estacionamientos y con toda una gama de excepciones tributarias.
El crecimiento continuo y la inversión especulativa en un local nuevo cada
año les permite disminuir impuestos y aumentar el valor de sus acciones.
Enganchados al masivo consumo casi nadie comenta ni critica la destrucción que
traen los gigantes, como hacen pedazo al pequeño y mediano comercio local que a
diferencia de ellos contribuye a la comunidad y deja réditos en la zona y forma
una red que emplea. Nunca se analiza en los medios de comunicación, ni la
academia local como estas cadenas afectan sicológicamente a los humanos
despertando en ellos la angurria de comprar y una adicción consumista. Menos se habla de cómo estos monstruos impiden
la sindicalización y mantienen ejércitos de empleados a bajo sueldo.
En lo que se refiere al consumidor mismo, en este caso el canadiense, el
miembro de Costco no es un trabajador de bajo salario, todos los que ganan el
mínimo o cerca del mínimo no tienen margen como para consumir en las cantidades
que requiere Costco, porque incluso ahora que las familias son pequeñas se trata
de consumir a granel. Tampoco quien
consume en Costco exige gran cosa con respecto al ambiente donde compra, una
bodega gigantesca desprovista de todo atractivo. Pero como consumir es una adicción
se acepta hacerlo en un lugar como Costco, rústico, frío, deshumanizado y hasta si se quiere indigno
para el cliente. Los clientes que han aumentado su consumo estos dos últimos
años, se han tragado sin cuestionar la propaganda gubernamental de extrema
derecha que repite diariamente que Canadá es el país que mejor enfrenta la
crisis que vivimos en todo el Primer Mundo, y hacerlo le ha llevado a grandes
niveles de endeudamiento personal. Los hogares canadienses lleguen a su record de
endeudamiento considerando que se endeudan en un 151 por ciento de sus
entradas, pasan el billón de dólares en deuda personal.
Podríamos pensar que portamos un “gen
cultural” que nos incita a sobrevalorar la abundancia de cosas y alimentos, quizás
debido a nuestra historia de carencias –desde que privilegiados delincuentes de la civilización occidental han hecho pasar grandes necesidades y carencias básicas a la humanidad, por miles de años. Entonces
este consumismo es como un paréntesis de
los últimos cincuenta años, principalmente
en el primer mundo, y ha servido de espejismo llevando a los compradores a la exageración,
a una esclavitud, a una adicción de consumir. Se está repitiendo puertas s
adentro de un bazar como Costco la metáfora de la vida que se vive normalmente puertas
afuera todos los días. Sin duda esta locura ha de tener un final. Uno
seguramente ligado al agotamiento de los recursos energéticos y a la viabilidad
del sistema de explotación y acumulación que hoy vivimos. O quizás será un
final mucho más cercano y que ha de tener que ver con la toma total del control
por parte de esa misma élite que nos ha carenciado históricamente y que nos
desprecia. El tiempo dirá.
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