Uno de los testimonios más impactante sobre lo que el estalinismo llegó a hacer
con la militancia comunista más abnegada
Su verdadero nombre era Richard Julius Hermann Krebs. Había nacido el 17
de diciembre de 1905 en Alemania. Murió el 1º de enero de 1951 en Estados
Unidos. Disciplinado revolucionario y organizador sindical clandestino.
Agitador comunista "sin patria ni fronteras". Torturado por la
Gestapo. Perseguido del estalinismo. Su libro, como reseña Pepe
Gutiérrez-Álvarez, es un apasionante y formidable testimonio que permite
formarse una idea de la tragedia revolucionaria del siglo XX. (Redacción de
Correspondencia de Prensa)
Una lectura inexcusable:
La noche quedó atrás, de Jan Valtin *
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Su autor, Jan Valtin, se llamaba en realidad Richard Krebs, fue miembro
activo del Partido Comunista Alemán, en los años previos a Hitler, un
revolucionario de estirpe espartaquista al servicio del estalinismo y agente
doble, después de haber conocido las prisiones nazis y sus torturas.
Valtin se inició pronto en la lucha obrera. Y describe, como activista,
especialmente como organizador de huelgas entre los marinos, la estrategia de
los comunistas en los años previos a la victoria de Hitler, y fue un fiel miembro
del Komintern, sin embargo, a medida que avanza el relato, que está escrito
como una verdadera novela, se va notando su perplejidad ante el comportamiento
del "partido" alemán que ni tan siquiera se había cuestionado el
desastre de la política de "socialfascismo". Valtin vuelve a Alemania
en un misión partidaria, allí es capturado y sufre horrorosas torturas
(sus descripciones de los campos nazis y del trato dado a los presos pone los
pelos de punta). Para salvarse acepta ser agente doble aunque su idea es, claro
está, muy otra.
Capítulo tras capítulo, Valtin va desgranando sus terribles episodios
biográficos sin la menor vanagloria, como parte del precio que tiene que
pagar por la opción que ha tomado, así por citar un ejemplo entre muchos: los tres
años que Valtin pasó en la cárcel de San Quintin, California, ocupan nada más
que una página. Lo que se explica porque, en comparación con los horrores que
conocería el autor después en una cárcel nazi, ésas fueron unas vacaciones.
Pero si hay algo que domina toda la obra, y el itinerario del personaje, es la
entrega política al "partido" que encarna la marcha de la historia.
En un momento dado le dice su primera mujer: "No me engaño a mí misma. Sé
dónde estoy. Somos presos, espiritual y físicamente. Nuestros cerebros y
nuestros cuerpos están confiados en una avenida estrecha por altos muros sin
ventanas a ambos lados. La avenida tiene un nombre. Se llama Disciplina de
Partido. Es la cosa más bestial que jamás haya sido inventada". Lo que nos
indica bastante cual ha sido la cuestión de tanta y tanta gente que acabó
"quemada" después de confiar, o mejor de "entregar" al
"partido" su ideal y su pensamiento propio. Esta aberración implica
querer disciplinar el pensamiento que es libre, cuando lo único que se puede
disciplinar es la acción, sobre todo cuando es aceptada y puede ser
debatida.
Hay un capítulo en el que Valtin narra su estancia en la Unión
Soviética, para recibir formación, y en el que escribe: "Nosotros éramos
los prisioneros resueltos de una grandiosa ficción que nos reconocíamos como
materialistas extremos. Cerrábamos los ojos frente a la tristeza de hoy, al
naufragio humano que nos rodeaba por todas partes, al terror y al militarismo
que predominaban en el país, poseídos del credo estereotipado de que estábamos
marchando hacia delante a pasos agigantados". Este es un libro escrito
"en carne viva", contado en primera persona, detallando como llegó a
ser agente clandestino al servicio de los soviéticos en la Alemania de Hitler,
sus aventuras por el mundo agitando a las masas con las ideas del
comunismo de Lenin en Perú, Estados Unidos, Reino Unido y China.La parte más
lacerante, a la que constantemente se vuelve entre relatos de misiones secretas
y peligrosísimas que tienen lugar en el Berlín nazi, o en
Leningrado y en Murmansk, trayectos que tiene que ver con la mujer de la que se
enamora locamente, la madre de su hijo, y la terrible elección que se ve
forzado a hacer entre el deseo y el deber; entre su amor por su familia y su
lealtad a la revolución del proletariado que cree ver en la
Rusia de Stalin, y en nombre del cual acepta todos los riesgos.
Su compañera es una artista con una relación ambigua hacia la causa de su
marido. Un día, unos meses después de iniciarse la relación, ella le espeta,
"Te has convertido en un esclavo. En un fanático esclavo... ¡La Causa,
siempre la Causa!... ¿Por qué no podemos tomarnos unas vacaciones y pasear por
los campos?". Él le responde: "¿No entiendes que yo sigo el camino
más sublime que puede seguir un hombre? Yo pertenezco a la Causa".
No hay que decir que su instrumentalización por parte de la derecha intelectual
"olvida" -por supuesto- el sentimiento revolucionario genuino del
autor, su entrega como militante espartaquista, y comunista de buena fe inmerso
en un engranaje terrible. Todo lo que hace es luchar por la revolución, contra
el capitalismo. Su denuncia del estalinismo está hecha desde un entusiasmo
revolucionario enajenado en un tiempo de trágicos eclipses
ideológicos. Por lo demás, se trata de una obra que una vez se comienza a leer,
resulta difícil de abandonar.
* La primera edición en castellano (1941) fue de Editorial Claridad, Buenos
Aires. La más reciente (2008) es de Editorial Seix Barral, Barcelona.
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