Gorbachov: Últimos días en el poder.
Soledad. Agosto, 1991. Gorbachov retorna a Moscú tras el fallido golpe en su contra. Ocaso soviético
Gorbachov. Últimos días en el poder
Por Ángel Páez
El episodio de Gorbachov y Lukyanov lo relata el periodista David Remnick en el libro La tumba de Lenin: los últimos días del imperio soviético (1993), que describe la desintegración de la Unión Soviética. Muchos años antes, en 1917, otro reportero norteamericano, John Reed, fue testigo de la revolución de octubre que condujo al poder a los comunistas liderados por Vladimir Ilich Lenin. Su libro Diez días que estremecieron al mundo (1919), una vibrante narración de aquella gesta revolucionaria, se convirtió en un clásico del periodismo. Setenta y cinco años después de la victoria bolchevique descrita por Reed, a David Remnick, corresponsal de The Washington Post, le tocó informar sobre la disolución del más grande imperio comunista. Es irónico: dos reporteros nacidos en el país que fue el más fiero enemigo del poder soviético escribieron los mejores relatos sobre el apogeo y debacle del primer régimen comunista de la historia.
De la emoción al espanto
“Ningún buen reportero es tan vanidoso como para suponer que la historia se está cristalizando únicamente ante sus ojos; sin embargo, ninguno de los periodistas que trabajaban en Moscú durante los años del derrumbe del comunismo pudo dejar de sentir estupefacción ante la situación que le tocaba presenciar”, escribe Remnick en la primera edición en español de La tumba de Lenin (2011), al cumplirse veinte años del fin de la URSS. Nadie podía creer que un puñado de jerarcas civiles y militares, ancianos y borrachos, temerosos de perder privilegios montaran el más incompetente de los golpes de Estado que registra la historia. Pero así fue.
El 18 de agosto de 1991 el vicepresidente de la URSS, Gennadi Yanayev, depuso a Mijaíl Gorbachov. Yanayev estaba ebrio. Los conjurados, que maquinaban sus planes hacía más de un año, aprovecharon que Gorbachov vacacionaba en el balneario de Foros, Crimea, para expectorarlo.
El golpe de los tontos
Para Remnick el colapso soviético fue una sucesión de equivocaciones. Si Yanayev era un ebrio como todos los conspiradores, Gorbachov era despistado e incompetente. En Moscú se hablaba de lo que estaba tramando el ala derechista del partido, pero él no quería aceptarlo. Suponía que por ánimo de sobrevivencia lo respaldarían. “Fue el primer golpe de Estado anunciado por la prensa”, escribe Remnick. En efecto, los periódicos contrarios a Gorbachov amenazaban con una rebelión si continuaba otorgándoles autonomía a las repúblicas soviéticas, una exigencia que lideraba Boris Yeltsin. Todos miraban con asombro cómo alguien serruchaba un círculo bajo los pies de Gorbachov.
Pero él no quería aceptarlo.
Apresado Gorbachov en Foros, los golpistas organizaron el control de Moscú. Pensaron en asaltar la Casa Blanca, como se llama a la sede del Parlamento, desde donde Yeltsin erosionaba el poder de los jerarcas soviéticos. Pero como todo había sido improvisado, ni siquiera los golpistas estaban seguros de lo que hacían. Eso minó su precaria unidad. Por eso, cuando el Comité de Emergencia se reunió en el Kremlin con Yanayev a la cabeza, preguntó: “¿realmente hay alguien entre nosotros que desee tomar por asalto la Casa Blanca?”. “No hubo respuesta”, relata Remnick: “Cuando Kryuchkov (el jefe del KGB) dijo que según los informes recibidos de todo el país el comité contaba con un amplio apoyo, Yanayev dijo que no, que había estado recibiendo telegramas que decían exactamente lo contrario. El golpe fracasaba”.
En un intento por revertir la situación se propuso detener a Boris Yeltsin. Pero ya parecía demasiado tarde para hacerlo. El 21 de agosto Yeltsin encabeza la marcha contra los derechistas. Si lo detenían o mataban, estallaría una rebelión de incalculable dimensión. Yazov, ante la evidencia de que solo quedaba imponer la violencia si deseaban continuar en el poder y lo que eso significaba en vidas humanas, optó por renunciar y ordenar que las tropas regresaran a sus cuarteles. “No seré otro Pinochet”, dijo. Era el fin del golpe.
El fin del imperio
Gorbachov recibió la noticia en Foros y preparó su retorno al poder. Otra vez, se equivocaba. Así como no les dio la dimensión que les correspondía a las fuerzas que se oponían a las reformas, tampoco supo medir las consecuencias del frustrado “putsch” de la derecha comunista. Gorbachov volvió a la presidencia sin percatarse de que el fin estaba cerca. ”Regresó con su familia a Moscú, donde lo esperaba una gélida recepción de su rescatador y rival, Yeltsin. Él creía que había vuelto al poder; en realidad, había regresado a la capital para presenciar la transformación del mundo tal como él lo había conocido hasta entonces”, escribe Remnick.
El 8 de diciembre de 1991 se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), que representó la liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Gorbachov renunció a la presidencia el 25 de diciembre. “La Corte Constitucional de Rusia dictaminó que los comunistas podían reunirse a escala local, pero que, como entidad nacional, el Partido Comunista era ilegal”, narra Remnick. “Los bienes y propiedades del Partido permanecerían bajo el control del gobierno de la Federación Rusa. La era que comenzó en 1917 con la revolución bolchevique acababa de terminar… en virtud de un simple decreto”. La historia que John Reed relató con encendida emoción en Diez días que estremecieron al mundo, sobre la toma del poder comunista, terminaba sin pena ni gloria, con aires fúnebres, en las páginas de La tumba de Lenin, escritas por David Remnick.
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