Por Juan Varela Reyes
“Desde que todo comenzó a ser nada
Desde que alguien comenzó a ser nadie
Y el poder condecorado de adjetivos
Nos metió en la pocilga del perdón”
(Mario Benedetti)
Cuando la sociedad se ve atrapada y sumergida en los sin sentido de aquella convención positivista a la que hemos llamado cambio de año, pareciera que por algún pase de magia las situaciones, hechos, fenómenos que han transitado por nuestra memoria y nuestros olvidos encerraran la promesa de un cambio, de que algo va a ser mejor en la nueva etapa marcada por una anotada en los calendarios y que los problemas cotidianos se ampararan en la esperanza de la solución.
Pero, por extraña paradoja, el anuncio hace que el olvido se haga real y los problemas y las dificultades de las mayorías se escabullen en la vitrina de lo pendiente. Durante cerca de 18 años hemos vivido en una mascarada de convivencia democrática y por mucho que ciertos pregoneros traten de justificar lo injustificable la verdad es que lo que ha continuado después de aquella otra dictadura no ha sido otra cosa que más de lo mismo y todo parece indicar que el cambio de fecha no alterará, por el momento, el rumbo hecho durante este tiempo.
Este cambio de folio siempre se ha presentado como marco propicio para las evaluaciones de lo hecho en el pasado reciente; de cierta forma estas evaluaciones y balances dirigidos apuntan a instalar en las retinas sólo aquello que refuerza la dominación. Por nuestra parte, hemos decidido asumir el desafío de este juego y lo haremos asumiendo una primera afirmación: la exclusión social, la marginación económica, la falta de mecanismos e instrumentos que posibiliten una real participación y decisión políticas de las mayorías de este país han dado al traste con las pretendidas fórmulas de querer avanzar en la línea de una democracia verdadera para nuestro país, una democracia que para ser real debiera tener un horizonte de sentido que instale la justicia social y la equidad, en cambio estamos viviendo en una democracia que se ha auto afirmado como el punto de llegada para unos pocos, mientras las mayorías seguimos esperando.
Ciertamente si queremos plantearnos una mirada a lo acontecido y con ello tratar de entender lo que hemos avanzado en la construcción de una identidad nacional lo debemos hacer mirándonos a nosotros, y también corresponde hacerlo mediante el ejercicio de la comparación, considerando que hay un otro con el cual nos miramos. En este sentido, hemos dicho y sostenido que Chile se presenta en el contexto latinoamericano como el laboratorio del neoliberalismo, ha demostrado ser el alumno más aventajado de las clases impartidas por el modelo. Nuestro país ha mostrado, como ningún otro una obsecuencia grosera a los dictados de las políticas neoliberales y el año que concluye ha sido la afirmación práctica de que así fue.
La continuación del saqueo de nuestras riquezas básicas y su explotación indiscriminada; la explotación de los trabajadores y su reducción a meros engranajes del aparato económico, la jibarización de sus organizaciones y la corrupción de sus dirigentes y cuyo ejemplo más notorio se refleja en la actitud y conducta asumidas por la principal central sindical. Una izquierda reformista que ha hecho la opción de no ponerse a la altura de las tareas que corresponden y sigue buscando los medios y mecanismos más groseros para tratar de incorporarse por alguna vía o alguna ventana a un pequeño espacio del poder, en donde quiere cumplir el triste papel de ser la cola del león neoliberal. Una izquierda revolucionaria que sigue dando tumbos, que ha mostrado su incapacidad para aportar en la construcción de una alternativa revolucionaria, asumiendo que a estas alturas de la contrarrevolución neoliberal ya es el momento de hacerlo y no tanto de seguir solamente denunciando los males de este capitalismo salvaje. Ellas son algunas de las evidencias que nos permiten afirmar que por este camino seguiremos observando una realidad de la que tenemos que hacernos cargo de una vez.
A nivel latinoamericano hemos visto algunas experiencias que van en la línea de levantar alternativas al neoliberalismo capitalista. Ciertamente a ellos les queda mucho por avanzar, hay dificultades que seguirán enfrentando y peligros que deben seguir sorteando y ello por una sencilla razón: la lucha de clases sigue siendo el motor de la historia y los grandes intereses capitalistas seguirán buscando las formas de resolver los conflictos desde el lado de esos intereses y de sus hegemonías. Se ha criticado el hecho de que los gobiernos progresistas en Latinoamérica se han ido configurando a partir de procesos político electorales, pero ello ha sido así porque esa es una de las formas que ha adquirido, en estos momentos y circunstancias, la lucha por la justicia y la verdadera independencia. Ciertamente es la realidad la que determina la conciencia de los hombres y no al revés y por mucho que quisiéramos que la lucha se diera de otra forma ese es el escenario en que nos estamos moviendo en la actualidad. La precaución política que hay que tener es que esa forma de lucha no puede inhibir ni mucho menos relegar a un segundo o tercer plano otras formas de lucha, es más, no es posible pensar y actuar sólo en el plano de lo dado y lo determinado, ya que se corre el riesgo de afirmar, concientemente, aquello que es necesario cambiar y revolucionar.
Las otras experiencias latinoamericanas en curso atraviesan, como decíamos, por dificultades, pero nuestros compañeros de los otros países han decidido llevarlas adelante creativamente, han decidido que no se puede dejar todo el campo a los dominadores y esa es la parte de la lección que debemos hacer nuestra, pero ello no debe inhibir la necesidad de avanzar en la implementación de las otras formas de lucha. La lucha de clases, que muy a pesar de unos pocos, sigue desplegada con todas sus fuerzas, exige pensar, construir y trabajar, en lo fundamental, una alternativa revolucionaria.
El desafío que se nos presenta en este espacio de tiempo, llamado nuevo año, debe ser marco de posibilidad y necesidad de luchar en los distintos espacios de la realidad, asumiendo que todo es cancha para jugar.