Chile - LA REALIDAD NO ES LA VERDAD

Posted by Nuestra publicación: on martes, diciembre 18, 2007

“La vida no permite hacer balances contables,
Pues con ellos no hay sentido que se salve”
(José A. Pérez T.)

Por Juan Varela Reyes
De alguna manera – y desde nuestro propio rincón – hemos apostado durante este año a señalar, a poner en escena aquellos problemas que como sociedad enfrentamos; a visibilizar aquellos encantamientos con que el poder nos va girando la vista hacia los rincones oscuros de nuestra existencia, hacia aquellos sin sentido que justifican una vida, individual y colectiva fundada, en últimas, en una loca carrera hacia un abismo en el que inevitablemente caeremos sino desarrollamos ni nos hacemos de las capacidades de construir los puentes para cruzarlo o al menos poner la tabla de salvación, sabiendo y asumiendo que sin ello nos enfrentamos a lo ineludible.

Llegados a esta altura de nuestro tiempo – calendario, en que se sigue escamoteando la verdad de lo que ocurre, de los consabidos recuentos neoliberales, de logros y objetivos supuestamente alcanzados, estamos ante el reto de pensar desde nuestra lógica en la otra cara de la moneda, en aquello que se oculta y concluir, en una primera mirada, que, a pesar de todos los esfuerzos realizados no hemos avanzado mucho en la construcción de sentidos para nuestro que hacer.

Asumimos que los sentidos no se nos instalan sólo por la vía de la reflexión que de ellos hacemos, sino por la necesidad que hay de vivirlos, ellos no son evidentes intelectualmente, se viven, se sienten; nos hacemos cargo de ellos para seguir avanzando en las rupturas con lo establecido, con las búsquedas de nuevas y genuinas formas de convivencia humana.

Si quisiéramos sumarnos, aunque sea brevemente, a los recuentos neoliberales, habría que decir que ciertos “avances” sólo han permitido un aumento en las desigualdades y las inequidades, aumentó la brecha entre los más ricos y los más pobres de nuestro país. Decir que los acuerdos en materia de educación significan la consagración de la privatización de la enseñanza. Que los trabajadores sub contratados seguirán siendo explotados y sus derechos vulnerados. Que la exclusión social, económica y política de las mayorías sigue aumentando.

Pero es en otro plano en donde se ubican con más fuerza y urgencia las preguntas por los sentidos que tienen nuestros quehaceres, es en el plano de la búsqueda de lo que estamos desafiados a aportar para la construcción de una sociedad verdaderamente democrática, cuyo requisito y condición necesaria es la apuesta por un horizonte que ilumine de alguna manera la denuncia de aquello que no permite vivir plenamente y pregone y anuncie lo nuevo, atreverse a pensar lo imposible ya que con ello se abre el paso a lo posible. En este plano se ubican dos de los elementos o componentes fundamentales de toda convivencia, como son la democracia y la educación. Democracia y educación, que, para ser verdaderamente tales deben estar guiadas por la construcción de la esperanza y el rescate de la memoria.

La esperanza que alienta a las personas es el oxigeno de la democracia. Como sistema político, la democracia, siempre está tensionada por la facticidad de las condiciones políticas y los ideales de justicia que la sustentan y necesita de la esperanza como motor que la dinamice, de lo contrario corre el riesgo de verse reducida a pálidos procedimientos que siempre acaban de ser asumidos por los tecnócratas que se han hecho del poder. Es pues esa esperanza lo que permite trastocar su carácter procedimental y formal y hacerla vivir como democracia participativa. Habría que decir, entonces, que si ello no está lo suficientemente claro podemos continuar cayendo en la trampa de afirmar y sostener un sistema político que por mucho que corramos tras de él, nos va a dejar exactamente en el mismo lugar.

La educación, por su parte, está obligada a plantearse el rescate de la memoria, sin esa memoria no hay identidad, ni proyectos, ni utopías posibles, ni esperanza que tenga algún valor salvo el encandilamiento con un futuro que es potenciado y alimentado por los mecanismos ideológicos que encubren y vacían de contenidos la existencia humana. Debemos preparar una educación que mire al futuro, sabiendo que “un futuro sin memoria es un futuro injusto” [1]. Para que la tarea de educar sea de verdad debemos tener presente que no es suficiente el conocimiento y las habilidades si ello no se acompaña del recuerdo y la memoria. La memoria de lo que nos ha ocurrido como país, como sociedad, ha sido ocultada bajo el manto de las historias “oficiales” y con ello sólo se ha potenciado la desmemoria que, para decirlo de algún modo, es el mejor abono que permite cultivar el sin – sentido.

Se nos plantea como imperativo moral, como una razón de justicia, como una cuestión de dignidad trabajar por hacer posible la esperanza, abrirle un espacio en medio de los desastres que han jalonado nuestras historias personales y colectivas.

La esperanza de una sociedad verdaderamente democrática va a germinar desde los alcances de la memoria, de aquello que no debe ser olvidado; “la chispa de la esperanza”, viene del pasado, su fortaleza es activada y movilizada gracias a “la imagen de los antepasados oprimidos” 2 Y ello no debe ser olvidado en las prácticas educativas.

Necesitamos como humanidad tener todos nuestros sentidos puestos en lo que ocurre, en las injusticias, en los purgatorios de hambre y de sed que nos habla Benedetti. No podemos caer en la trampa neoliberal de mirar toda nuestra realidad bajo los fríos números y las estadísticas, en donde hasta la dignidad la queremos cuantificar para determinar sus grados y con ello caer en el absurdo de aspirar a una “dignidad para todos”, ambigüedad que encierra una falsa neutralidad que sólo sirve para afianzar el poder de unos pocos.

Necesitamos recuperar uno de los principales sentidos, aquél que está relacionado con nuestra capacidad de asombrarnos y sentir que nuestra suerte está unida a la de los otros, de los cuales formamos parte. Nuestros sentidos deben remecer hasta nuestros hombros que no pueden seguir encogiéndose ante tanta mediocridad y sin sentido.

“Pero en cambio es atroz
Sencillamente atroz
Si es la humanidad
La que se encoge de hombros”
(Mario Benedetti)