LA TRAGEDIA Y LA COMEDIA EN UN SOLO ACTO
Por Juan Varela
“Yo soy el que encarcelo y encañono
A un valeroso pueblo desgarrado
El mirarlo a mis pies exterminado
Es la gloria más alta que ambiciono”
(Rafael Alberti)
La llegada de este mes fusiona en una suerte de simbiosis trágica y frívola acontecimientos que de alguna manera marcan la historia popular y la oficial de nuestro país. En una extraña paradoja se ven mezclados sentimientos, como un patriotismo superficial aliado a un exacerbado militarismo y la frustración por esperanzas ahogadas hace ya 34 años.
La pregunta que nos hacemos al ver este desfile de consumismo barato, de fervor dionisiaco, de patrioterismo trasnochado es: ¿qué celebramos? Y también nos interrogamos, en medio de tanto simbolismo, de dolores encadenados, de nudos en la garganta: ¿qué conmemoramos?.
Las respuestas no son fáciles ni pretenden ser aprioristas, cada una de ellas encierra otras preguntas, cada una tiene su propia carga de sentidos que se ocultan por lo que ronda en la superficie y que, muchas veces, impide la mirada crítica y los alcances que ellas tienen para nuestra vida personal y colectiva, para ese quehacer que nos corresponde descubrir cada día.
Preguntarnos por los sentidos es algo que aparece vedado y auto censurado, y nos queda sólo el recurso del escapismo y la enajenación fáciles. En ambos casos la pregunta ya no martillea nada, ya no es dable pensar en la significación que ello tiene en la construcción de nuestra convivencia, en la búsqueda de oportunidades para vivir de acuerdo a nuestra condición de habitantes de una nación, que sus dirigentes y administradores manejan con hilos movidos más allá de nuestras fronteras geográficas y simbólicas.
No vamos a tratar de responder las interrogantes, simplemente vamos a reflexionar sobre ellas.Todas las personas y, por tanto, las comunidades humanas celebran aquellos acontecimientos que son significativos en su camino; las fiestas se presentan como el momento en que afloran las alegrías por lo alcanzado, lo realizado en algún momento determinado de sus historias. Es la oportunidad en que afloran sentimientos ligados a valores colectivos. En este caso se dice que el motivo de toda esta celebración es la independencia nacional que se alcanzó en un pasado no tan remoto; la historia oficial dice que aquella vez la nación conquistó “su” libertad y su independencia. La verdad es que el mito ha ocultado la realidad, en su forma y su contenido, ya que la declaración de la independencia de la nación fue en un mes distinto y varios años más tarde. En cuanto al contenido se podría decir que hoy día seguimos más dependientes que hace casi ya 200 años; seguimos amarrados a los intereses de una gran potencia, a las empresas transnacionales y cada día los administradores del modelo salen a vender la soberanía en los mercados globales. Por mencionar un solo dato que grafica nuestro nivel de dependencia: la deuda externa de Chile al año 2005 era de cerca de US$ 47.000 millones.
Junto a la fiesta se ubican los homenajes a las “glorias” del ejército y ello se utiliza para ocultar la parte oscura, aquella que se quiere acallar, la que no dice que en ese “glorioso” pasado esas fuerzas ahogaron en sangre los gritos de los trabajadores. La matanza de la Escuela Santa María de Iquique, los golpes militares y sobre todo el derrocamiento de Salvador Allende son parte de “esa” gloria que se subsume en la parafernalia enmascarada de lo oficial. Se apela, como parte de los simbolismos, al heroísmo militarizado de oscuros y siniestros personajes de la historia; mientras los verdaderos héroes, aquellos que dieron su vida por una justa causa quedan olvidados mañosamente. Luís Emilio Recabarren, Clotario Blest, Salvador Allende, Miguel Enríquez son la parte visible de nuestra larga lista de héroes que aportaron su ejemplo de vida para hacer posible la construcción de una patria verdaderamente libre e independiente.
Las conmemoraciones se inscriben dentro de procesos sociales, políticos que como advertíamos han marcado acontecimientos, fechas, personajes. Se condensan en un solo acto sentimientos de dolor y de rabia y el reclamo por la verdad y la justicia y la promesa hecha a no olvidar lo ocurrido, por mucho que algunos quisieran seguir echando tierra a las búsquedas de esos valores. Desde lo oficial se trata de mezclar esa promesa del nunca más a lo vivido con el nunca más a que las mayorías alguna vez lleguen a pensar nuevamente en tomar el cielo por asalto para construir lo nuevo. Una misma palada de tierra se utiliza para tapar ambas: la promesa y el desafío, olvidando engañosamente que una es necesariamente la condición de la otra, una no cancela la otra, ya que el sueño de lo nuevo chocará inevitable y violentamente con el rechazo de aquellos que siguen teniendo la sartén por el mango y que fácilmente no lo soltarán. Lo que conmemoramos es, derechamente, una derrota en todos los planos por alcanzar la justicia y la independencia, pero ello no nos exime de forma alguna en pensar que vamos a enfrentar la misma situación. El cuidado que habrá que tener es que no estemos tan dispersos.
Esta conmemoración nos dice que seguimos en la travesía por el desierto y en ella hemos visto de todo: delaciones, traiciones, otros que se han devuelto a sus orígenes cómodos y confortables y por ellos no debemos preocuparnos más, otros más temprano que tarde harán lo mismo, sólo hay que pedirles que lo hagan pronto, que no sigan siendo una carga tan difícil de arrastrar.
Lo que conmemoramos es el éxodo que como pueblo hemos hecho al desierto, el inicio de una larga caminata no exenta de dificultades y riesgos y que debemos hacernos cargo de sus implicancias, en lo individual y lo colectivo, la soledad se mezcla con la frustración, la rabia se va uniendo a la impotencia. Pero es necesario tomar conciencia que nuestra marcha no tiene vuelta atrás, que apostamos en ello nuestra vida, nuestros sueños y esperanzas y que lo que soñamos colectivamente tiene en cuenta los sueños personales, no puede ser de otra forma, ya que no reivindicamos para otros la llegada sin que ella nos apure también a nosotros.
Las celebraciones y las conmemoraciones se amalgaman en este tiempo y es preciso separarlas, principalmente para celebrar lo que conviene y conmemorar lo que sentimos como sueño de futuro.